viernes, 7 de diciembre de 2018

Amor controversial


Amor controversial



Gárgamel



El erotismo es cuando la imaginación

 hace el amor con el cuerpo.

Emmanuel Boundzéki Dongala



Querido, disculpa que utilice este medio para comunicarme. No me atrevo a servirme de los programas electrónicos por temor a que puedan ser interceptadas nuestras conversaciones, no quiero perturbar tu vida familiar. Sé que la presente llegará a ti, porque la dirijo a la oficina donde laboras. Espero que la destruyas en cuanto la leas.

            Anoche estuve viendo varios de los videos que nos hemos tomado en los moteles recorridos a lo largo de estos dos años. Creerás que no me acordaba de alguno de ellos. Fue emocionante: hay uno del mes de mayo en aquella habitación con paredes de espejos que especialmente apartaste con anticipación. En la grabación se observan nuestras imágenes en varios planos. ¿Te acuerdas?  

            La vi varias veces para disfrutar cómo fuiste quitándome la ropa y excitando mi ser, con la delicadeza sutil del orfebre tallando una joya. Tus anheladas caricias se iniciaron desde que cerraste la puerta de la habitación, me acercaste, y con pequeños besos, recorriste mi cuello hasta llegar a la boca, lamiste lentamente los labios rozándolos superficialmente, y con una ligera presión de la lengua tibia, abriste el manantial ardiente del deseo. Desabrochaste los distintos botones de mis prendas, y con brusquedad, me despojaste de ellas. Desnudos, recorrimos la geografía de los cuerpos, explorando humedales que las marismas de la intimidad liberaban al mimar nuestras turgencias, que respondieron fluyendo humores que degustamos con deleite, en un rito a Onan. Parados, y confundidos en un abrazo, nos balanceábamos, cuando hincaste tú pierna entre mis muslos y, descansé el cuerpo en ella, restregándola con fruición. La fogosidad nos hizo navegar en un mar de sudor, exhalar vahos calientes, quemantes, producto de una respiración agitada.  Me pusiste contra la pared, y al sentir tu miembro erecto entre mis nalgas,  las levanté y abrí las piernas para facilitar la penetración, que se dio con brusquedad pasional; el intenso dolor me provocó un fuerte gemido, que fue disminuyendo al acoplarse los organismos y comenzar a sentir el calor y el placer de tú cuerpo moverse dentro del mío; tratando de mantenerte atrapado, apreté aún más mis glúteos y aceleré el movimiento de entrada y salida, hasta que una descarga de energía subió precipitadamente al cerebro y estalló intempestivamente en un arrebato de emociones.

            No resistí ver el video sin alterarme, seguí la secuencia como si estuviera viviendo el momento, me acaricié y terminé en el mismo instante en que ambos llegábamos al éxtasis.

            Ansío que sea jueves por la tarde para volver a verte, cuento los minutos para estar contigo…

Tuyo





5 de diciembre de 2018         

domingo, 2 de diciembre de 2018

Ultima esperanza (mini ficción)


Ultima esperanza

Gárgamel



Soraya se dejaba llevar por el ritmo de los timbales, su cuerpo ondulante se acercaba con movimientos provocativos al Emir que contemplaba el rubí desplazarse de una mano a la otra, en complicados arabescos. La joya era la promesa para lograr la excitación sexual del anciano caudillo, que con abotagados ojos reflejaba su lujuria, mientras balanceaba su obeso cuerpo al ritmo de la música. Terminó la canción y el mandatario soltó un sonoro: ¡No!... ¡mátenla!

La bailarina se enfrentó al monarca y le gritó: "¡Hoy, no!... será mañana", al momento de tragarse la joya.


domingo, 25 de noviembre de 2018

Pasión tardía



Pasión tardía

Gárgamel



Toma tu copa y bebe,

 que mañana no habrá vino ni en tu copa ,

 ni en la mía.

Alberto Ángel Montoya

Una bofetada de aire caliente nos recibió al bajar del avión, el ambiente húmedo del trópico cercó nuestros cuerpos abochornándolos, y la ardiente tarde entretenida en reflejar las superficies metálicas, vaporizó el pavimento con esfumada calima, resguardando el caminar hasta el edificio central del aeropuerto. El clima artificial nos  refrescó, y mientras esperábamos el taxi para ir al hotel, agradecí mentalmente la sorpresa del viaje a la playa preparado con esmero por Adelina. También, el esfuerzo por mantener boyante nuestro matrimonio a través de los años a pesar de las vicisitudes. ¡Sí, todo perfecto, sólo que en la relación faltaba emotividad, erotismo, y tal vez algo de impudicia! ¾pensé ¾.  La pasión la habíamos olvidado en algún lugar oscuro, difícil de encontrar; al mismo sitio, se  envió el cortejo sexual y la respuesta seductora estimulante de la libido e impulsora del arte amatorio. Las circunstancias las habían reemplazado por la comodidad y costumbre. Una noche, recostados en la cama, descansamos los libros y con cierta circunspección, abordamos el tema. Después de largo diagnóstico, incluidas culpas, equivocaciones y torpezas, comentamos: 

“¡El sexo es importante en nuestra relación, no importa la edad!... La diferencia no está en el qué,  sino en el cómo…”



Los reflejos dorados del sol se extendían sobre el mar calmo, confundidos en el horizonte naranja en plena despedida; la reverberación dejaba en nuestro caminar, efímeras sombras largas en las huellas que el agua en poco tiempo, borraría.

              Nos vestimos elegantemente para la cena, y antes de salir, tomé mi vigorizante pastilla azul.

Entramos al restaurante elegante, cuyo ambiente a media luz, invitaba a la intimidad y dónde un conjunto tocaba música lenta y cadenciosa, un jazz pegajoso que se untaba a los cuerpos. Mientras bailaba muy cercano a Adelina, casi sin movernos, sentí la parte baja de su cuerpo rozarme, y reaccioné firmemente. Al terminar la pieza, regresamos a la mesa, y agradecí a la oscuridad del lugar ocultar mi excitación. Mientras cenábamos, Adelina llamó al mesero y le entregó un papel. Cuando destaparon la segunda botella de vino, escuché de la voz del cantante:

              …Perfume de gardenias tiene tu boca,

 bellísimos destellos de luz en tu mirar…”

La tomé de la mano y la llevé a la pista a disfrutar la remembranza de la canción que habíamos echo nuestra cuando nos conocimos.

En una comunión de sentimientos a flor de piel, nos deslizamos escuchando:

…Tu risa es una rima de alegres notas,

se mueven tus cabellos cual ondas en el mar…”

Las copas de vino tinto agilizaron nuestra conversación y las risas por recuerdos, amenizaron el momento.

Estaba erotizado y, cuando trajeron el postre, mis pensamientos acariciaron las partes íntimas de Adelina en esa porción de mamey, rojo y dulce que se fundió al comprimirlo lentamente con mi lengua en el paladar. Ya no podía más, mi agitación no me permitía seguir ahí. Firmé la cuenta y salimos abrazados y canturreando:

“…Perfume de gardenias tiene tu boca,

perfume de gardenias, perfume del amor…”

              Llegamos al cuarto y ella me pidió un momento para irse a cambiar, entró al baño y yo, mientras, me puse mi pijama y reposé en el lecho, tratando de atemperar la desesperación por tomar a mi esposa a la brevedad, y hacerle el amor con el ánimo juvenil proporcionado por mi energizante. Tardó… tardó… tardó… Por fin, entre la bruma, la vi salir como en la noche de bodas: con el negligé blanco escasamente ocultando sus hermosas formas. Caminó balanceando los senos en cada paso y mostrando sutilmente el triángulo oscuro del pubis tras de las bragas. ¡No lo podía creer, era igual que hace treinta años! Yo estaba más firme que un soldado saludando a la bandera… Se acercó y me besó tiernamente en la boca.

              Cuando desperté, Adelina aún estaba ahí… con su negligé negro y el hermoso cuerpo que he acariciado y besado durante tantos años.

25 de noviembre de 2018

lunes, 5 de noviembre de 2018

El fuego de los sentidos



El fuego de los sentidos
(Luna amarga)*
Gárgamel

Desde la barandilla de cubierta del majestuoso barco, Fiona y Nigel observaban el ascenso de los viajeros que harían con ellos el crucero de Estambul a Bombay. Comentaban entusiasmados las características de los pasajeros que iban abordando. Les llamó particularmente la atención el ascenso de una mujer joven, de cuerpo esbelto y cabellera rubia descansando en los hombros, cuyo traje sastre azul pálido modelaba su elegante figura, y los guantes largos del mismo color, le daban el toque de distinción que orgullosamente portaba. La precedía un mozo empujando la silla de ruedas que transportaba a un hombre maduro, de sombrero y traje gris, que cubría sus piernas con una manta.
            Nigel se recargó en la baranda, y alisándose el cabello que la brisa tercamente alborotaba, le comentó a Fiona:
¡Cuántas historias abordan el barco!, cada persona, una novela; sus rostros son máscaras mostrando realidades fingidas esperando cubrir una carencia o alguna ilusión, ¿no?
Tal vez como nosotros, cariño. Buscando renovar la pasión que la rutina de la vida diaria ha desgastado; un ejercicio, que lave las costras de costumbres que inmovilizan nuestra relación. Pero, vayamos al camarote a acomodar el equipaje, antes de la cena.

Vestidos elegantemente llegaron al salón comedor, y escoltados por el murmullo sordo de las pláticas, risas apagadas, y música suave, los condujeron a la mesa designada. Se presentaron ante las cuatro parejas que completaban la compañía, destacando entre ellas la del hombre maduro, lisiado, llamado Oscar y su joven esposa, Mimí. Al verla tan cercana, Nigel no pudo ocultar la gran atracción que le producía y sin dejar de mirar su sonrisa, se sentó, absorto en ella. La plática de las dos parejas pasó de las generalidades, al conocimiento de sus vidas. Oscar, como narrador de historias que era, dominaba la conversación. Comentó cómo conoció a Mimí, de estudiante de preparatoria: de tenis, pantalones de mezclilla y chamarra, en un transporte público. Él anotaba algo en un libro que leía, y ella le preguntó sobre la nota. Al despedirse, ella le pidió el número de su teléfono y, en una semana comenzaron una relación tórrida.
Entusiasmado por la descripción erótica de la relación íntima de Oscar,  el amanecer los alcanzó en el bar. Nigel comenzó a acudir al camarote de Oscar por las noches para escuchar la historia de su relación romántica, pero con el avieso deseo de encontrar a Mimí. En efecto, ella lo recibía muy cariñosamente ante la complacencia implícita del marido, jugueteaba un rato con él y después los dejaba para visitar a Fiona.
Durante las conversaciones, Oscar le platicaba cómo ese amor pasional llegó al clímax: Ella inventaba juegos y él aceptando los caprichos sexuales de ella, perdió la dignidad y terminó aceptando ser sometido y abusado. La imagen de Mimí fue cambiando para Nigel,  haciéndose más deseable.
Una noche, después de algunos tragos, Oscar le platicó cómo había quedado lisiado: conducía su auto y chocó contra un autobús en la carretera, Mimí fue a verlo al hospital. Estaba colocado de manera vulnerable en la cama, con fracturas múltiples: lo tomó de la mano, arrojándolo al suelo, provocándole la escisión de la médula  y consecuentemente, la invalidez. Ella le dijo, sonriendo: “tengo dos noticias, mi amor:  la buena, es que estas invalido… y la mala, que yo me hare cargo de ti”. Llorando, Oscar le confesó que a partir de ahí él se convierte en un objeto de placer sexual para Mimí, al grado de tomarlo de testigo de un baile sensual de su esposa con un amigo, frente a él, y observar su excitación, su pasión y finalmente, ver  el acto sexual frente a él.
Lo peor, Nigel, es que eso me excitó.
Sin saber que decir, Nigel abandonó el camarote, se encontró a Mimí en el pasillo y sólo la saludó superficialmente.

La última noche del crucero, y la cena de despedida. El capitán presidía la mesa y las dos parejas, entre otras, convivían con él. La música alegre invitaba a bailar. Nigel y Oscar platicaban entretenidamente y las mujeres escuchaban la charla con cierto tedio. Mimí motivó a Fiona a bailar, y pasaron un tiempo largo haciéndolo, mientras los señores bebían y platicaban en la mesa; de la música alegre que cansó a la mayoría de las parejas, pasaron a los ritmos lentos. La luz se hizo tenue y el ritmo pausado…
Cuando la iluminación volvió, Nigel preguntó por ellas.
Se han debido ir a dormir, señaló Oscar. ¿Por qué no visitas a Mimí, seguro dejó la puerta entornada…? Yo voy a tomarme una copa más.
Con el ánimo exaltado por el deseo, transitó apresuradamente hacia el camarote de Mimí; al llegar, comprobó que efectivamente la puerta no tenía seguro. Entró sigilosamente y se desvistió, caminó hacia la cama y encendió la luz, para sorprender a Mimí. Después del resplandor… ¡Los cuerpos de las dos mujeres desnudas y entrelazados, las cabelleras confundidas en sus rostros, cubriendo la pasión de un largo beso!
*Película Luna amarga. Román Polansky 1999



  
           
 

domingo, 28 de octubre de 2018

Consejo


Consejo
Gárgamel

Su paciente, doctor.
¡Pasa, Pepe!, pasa. Creí que no te iba a ver hasta dentro de un mes…, en la boda.
No, Arturo, con mucha pena, ahora vengo a verte como médico, urólogo, y amigo.
Siéntate, por favor. ¡No me digas que te contagiaron!… eso sí sería ¡una bomba!
No, es otra cosa: Ya conoces mi carácter tímido y retraído; sabes que me he relacionado con pocas mujeres en mi vida y que ahora que a los cincuenta y tantos años he decidido casarme con Carmelita, tengo miedo a quedar mal en la relación. Siempre he tenido un problema con las mujeres: cuándo comienzo una acción íntima, me excito de tal forma que no me contengo y eyaculo en el momento más inesperado. ¡No puedo controlarme! ¡Nunca he completado un acto sexual!, por eso he huido de las relaciones sentimentales.
Déjame revisarte.
Después de hacer la exploración correspondiente, el facultativo escribió una receta y se dirigió a su amigo.
Mira Pepe, aparentemente todo está normal, y por lo que veo, puedo augurar a Carmelita una satisfactoria luna de miel. Hazte estos análisis y vuelve a verme. Sin embargo, yo considero que lo que tienes es psicosomático, la falta de control de tu mente sobre el cuerpo. Y al respecto, mi consejo es que mantengas el dominio de la pasión con la mente: el ejercicio consistiría en qué dividieras el acto amatorio por etapas, cada una con un valor determinado, para que al culminar en el clímax, la suma diera cien. La contabilidad deberá ser rítmica y pausada.
En fin, tienes un mes para practicar. ¡Buena suerte!
Entre caricias y arrumacos, llegaron al hotel después de larga travesía por una animada ceremonia religiosa y banquete de lujo: música, bebida y diversión, en abundancia y el acompañamiento hasta el cuarto, con porras y gritos de apoyo por parte de las amistades.
Abrieron la botella de Champagne, tomaron, entre besos tiernos y caricias superficiales, una copa”: uno… dos… tres… cuatro… cinco…” contó mentalmente, con las  pausas adecuadas.
¿Qué te parece si nos damos un baño y nos vestimos más ligeramente?, sugirió Carmelita.
            Pepe salió rápidamente del baño, estrenando su pijama de rayas. Sirvió dos copas del espumoso vino, encendió el reproductor con música lenta y esperó sentado la salida de su amada.
            Se abrió la puerta, una nube de vapor precedió a la salida de Carmelita en un negligé blanco, cuya transparencia dejaba ver el cuerpo delgado, los senos firmes y caderas amplias. Las rayas del pijama comenzaron a ondular ligeramente. Y cuando su mirada se fijó en el triángulo oscuro del deseo, el rayado se distendió en una improvisada carpa. Angustiado, Pepe continuó el ejercicio: “seis… siete… ocho… nueve…”
            Caminando lentamente hacia él, le llevó su copa y brindaron. Se besaron balanceando sus cuerpos al ritmo de la música: “diez… once… doce… trece…”
Carmelita dejó las copas en el buró y se tendió en la cama con las piernas semiabiertas, dejando que el negligé mostrara la parte superior de sus muslos y la pequeña braga que cubría con precariedad la zona oscura. Jaló hacia sí a Pepe, que al sentir el candente cuerpo moviéndose, se angustió: “catorce… quince… dieciséis… diecisiete…” El miembro, turgente, imploraba una satisfacción; la mente, conflictuada, exigía: ¡calma!
            Ella, con delicadeza hizo a un lado la orilla de su braga y exploró la bragueta…
“dieciocho… diecinueve… veinte…” Sincronizando un largo y enardecido beso, con un movimiento y fuerte impulso lo llevó dentro de ella. La desesperación se hizo evidente, su cuerpo se torno incontrolable, la mente exacerbada trataba de tomar el control: “veintiun… treinta… noven …y…”
            Un explosivo furor terminó con la cuenta y después de un orgasmo licencioso, cayó sobre sobre ella, recostando la cabeza  sobre su hombro, y derramando lágrimas avergonzadas por no haber logrado culminar la excitación de ambos satisfactoriamente.
            No te preocupes, amor, con el tiempo  yo te enseñaré a contar pausadamente…

            28 de octubre de 2018