viernes, 24 de agosto de 2018

¿Dudas...?


¿Dudas…?


Los celos se nutren de dudas,
y la verdad los deshace o los colma.
Francois de la Rochefoucald

La recepcionista llamó al capitán de meseros y le indicó:
Mesa cinco.
            Sin tomar en cuenta la presencia del mesero, prosiguieron la discusión interrumpida por la entrada al restaurante:
            —…¡Me molesta, María Antonieta! Cuando te llamo por las tardes, no estás en casa y dejes a los niños solos. Intento comunicarme a tu celular, y lo tienes apagado. ¿Qué haces a esas horas, últimamente?
            “Dudas, dudas… el principio de los celos. El miedo a la infidelidad, sentirse incapáz de retener al objeto amado. Objeto… sí, no sujeto. Sentimiento de despojo de una propiedad, de la pérdida de un bien adquirido. ¿Amor? No, amor es libertad. Me encanta inocular el virus inextinguible de los celos, gozo con exacerbar las pasiones negativas…”
            —Nada, cariño. Voy a visitar a mis amigas.
            “La mentira como arma para encubrir la satisfacción del ego. La mentira, factor fundamental de convivencia social. Un mundo sin mentiras, ¿sería posible...?”
            —¿Y, los niños?
            —Los dejo con la sirvienta haciendo tareas; siempre regreso a tiempo para que merienden.
            “Vivir una doble vida lleva en principio a la sobreestimación de la capacidad individual para el manejo del entorno íntimo. A una gratificación del ego, e incrementa el sentimiento de superioridad. También, conlleva,  la subvaloración de la pareja formal.
A la larga se acrecienta el sentimiento de culpa y el nerviosismo por la dificultad de vivir mundos paralelos. Disfruto de sus tensiones, gozo de su estrés…”                                                                                    
            Oyeron el carraspeo del capitán, y Aurelio ordenó dos whiskis en las rocas y la carta de vinos.
            Al llegar a la cocina, el capitán se dio cuenta de que Ernesto, el mesero, hablaba por teléfono y estaba muy alterado. Se acercó, y alcanzó a escuchar:
            —...¡No, Susana, tú me engañas. Últimamente te he sorprendido hablando por teléfono murmurando, y cuando me ves, cuelgas. ¡Mira, desgraciada, si los descubro, los mato! No importa si destruyo a mi familia. No, no, nada de mi amor... ¡Vete al carajo! Colgó el teléfono de golpe,  como si al hacerlo diera un mazazo en la cabeza del rival. Con el rostro desencajado volteó y vio al capitán observándolo.
            “Celos, emociones negativas que provocan reacciones violentas, irracionales, pasiones sin control que lastiman y ofenden. Je-je, las disfruto”
            —Tus problemas personales, arréglalos en casa; ahora atiende a los de la mesa cinco, que al parecer padecen de la misma enfermedad que tú. Y dando media vuelta, se alejó sonriendo.
            Con las entrañas revueltas y un sabor ácido en la boca, Ernesto se encaminó a la mesa. A lo lejos, los aspavientos del hombre denotaban excitación e inconformidad. Hablaba con una verborrea desesperada, mientras ella lo miraba fríamente, esbozando una sonrisa aburrida.
            “El que engaña lleva la ventaja, tiene el control. Hace el juego fríamente, manipulando al ser que no quiere ser despojado de su objeto amado. Estoy en su juego, en su desdén, lo sigo con avidéz”
            Con voz seca, el mesero preguntó:
            —¿Están listos para ordenar?
            Sin voltear a verlo, Augusto pidió dos platos de lasaña y una botella de vino malbec.
            Ernesto llegó a la cocina y le gritó al cocinero:
            —¡Pedro!, dos lasañas para la cinco. Una de ellas, con tratamiento verde.
            Asomó el cocinero la cabeza al pasillo,  y extrañado preguntó ¿Tratamiento verde?
            —¡Sí, cabrón, tratamiento verde! Hay una vieja que engaña a su esposo, y no merece más que eso... ¡tratamiento verde!
            “Venganza contra otro ser en la misma condición. Sentimiento de solidaridad o en realidad, una proyección de la problemática que vives, un castigo por interposita persona. Bien, están explotándo tus bajas pasiones…”
            Ernesto volvió a la mesa y sirvió el vino. El tipo seguía hablando, ahora con tono suplicante. Enojado al comparar sus problemáticas,  regresó por los alimentos.
            “Suplica el ser dependiente aprisionado entre sus emociones, y la manipulación de la pareja; un indivíduo incapáz de racionalizar su problemática.”
            —Pedro, ¿están listas las lasañas?
            —Sí, sólo falta darle a ésta el tratamiento verde y cubrirla.
            Se oyó un fuerte carraspeo y un leve chasquido al depositar el tratamiento verde en la comida. Tardó unos minutos más, en decorar la lasaña.
            A la distancia, Ernesto los observó consumir en silencio sus alimentos, disfrutando la venganza, como si la estuviera llevando a cabo con su mujer.
            La pesadez del ambiente tenso acompañó el café, y la amargura del momento no soportó la dulzura de un postre. Abandonaron el restaurante, cada quién por su lado, después de pagar la cuenta y dejar una generosa propina.
            Ernesto los siguió con la mirada, recordando las palabras del capitán: ...padecen de la misma enfermedad. Se le contrajeron las vísceras mientras mascullaba: ¡Te lo merecías!, por infiel!, como la Susana, que debe de andar por ahí, de nalgas prontas.
            Después de la medianoche, Ernesto llegó a su casa; cansado, malhumorado, y con el rencor revolviéndole los intestinos, abrió la puerta de entrada, encendió la luz del pasillo, y al iluminar la sala, escuchó multitud de voces de amigos y parientes que en coro entonaban las Mañanitas. Su esposa se abalanzó sobre él, lo abrazó, y le dio un sentido beso.
            —Perdóname, mi amor, por andar de misteriosa, quería celebrar tu cumpleaños con una fiesta sorpresa.
            “Disfruta, Ernesto, de estos momentos de calma… me esperaré a tu próxima duda”
           





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