Gregg
Gárgamel
Recostado en
el diván del módulo de comunicaciones, con los tableros
multicolores titilando en su entorno, Greg anteriormente, P343576 repetía en voz alta su nombre,
distrayéndose al escuchar la sonoridad
de la nueva personalidad y el eco producido al invadir el silencio
absoluto del lugar.
Había descubierto el valor del tiempo dentro del
espacio fugaz de su existencia, al ser avisado que su reemplazo en la estación
Acuario del planeta Rhesus, culminaría perentoriamente. Cubría la plaza
hacía varios siglos (según los parámetros terrícolas),
cuándo recién desempacado lo habían configurado como comunicador
intergaláctico serie AAA. En ese entonces era un androide de última
generación, sus características físicas eran idénticas a las de un humano varón de mediana
edad. El modelo seleccionado era agraciado: alto, atlético, de cabellera
oscura, tez morena, rostro ovalado, nariz recta , y ojos negros. Le adaptaron
la gran innovación de la época, la auto programación.
Durante el tiempo libre de trabajo había logrado imitar en sistemas, la característica más
importante del humano: la curiosidad. Propiedad intrínseca de la especie, y
motor de su desarrollo. Con esta capacidad incorporada, devoró información para
definir las diferentes emociones, sentimientos y estados de ánimo, a fin de ser un humano integral, y evitar ser
reciclado. Las asimiló una a una, y… ¡Se transformó!
Levantó un brazo y lo dirigió hacia el panel de
instrumentos, con el movimiento de los dedos seleccionó música barroca, recostó la cabeza,
cerró los ojos, y se dispuso a disfrutarla.
El sonido metálico de la trompeta activó sus sensores, las percusiones
los atemperaron con tonalidades graves, y la música de Telemann viajó con la
onda sonora a los circuitos centrales activando la configuración incorporada.
Sintió la circulación periférica acariciando sutilmente su
piel, y una sensación agradable lo invadió,
relajando la musculatura y
disminuyendo la tensión en todos los circuito. En un estado de mínima
atención, comenzó a percibir imágenes no almacenadas
específicamente en su memoria, aspectos colaterales de los archivos guardados:
las hojas secas impulsadas por el viento
durante el otoño al costado de un edificio, la sensación del olor de la tierra
húmeda después de la lluvia en los terrenos de una presa. Los sonidos del aire,
y la visión del atardecer al ocultarse el sol, le produjeron una ligera
incomodidad y el deseo de volver a estar en los sitios extraídos de su memoria.
Siguió explorando, interesado ahora más profundamente en la vida
humana, las relaciones familiares, la procreación, el nacimiento de nuevos
seres, su desarrollo, la convivencia familiar y social…
Se levantó perturbado, caminó en
círculos
por el módulo, percibiendo el calentamiento de los circuitos, la resequedad de
las membranas por el desequilibrio electrolítico de las células artificiales y
la dificultad de mantenerse en posición vertical. Tomó asiento,
encorvado sostuvo la cabeza con ambas manos mientras miles de archivos
circulaban desaforadamente por su unidad de análisis.
Algo se atoraba en el sistema, lastimándolo; sus sensores internos
recibían intensos estímulos y obstruían el paso del líquido vital,
lo sofocaban, y debilitaban.
Comprendió lo que su memoria cognitiva le hizo ver: el
humano es una especie social, la vida de los individuos transcurre dentro de una comunidad. La gran diferencia
en contra, pensó Greg: una existencia larga y solitaria, sin conciencia de
emociones y pasiones, sin tener la necesidad de trascender…
Por primera ocasión desde su llegada a Rhesus, contempló el ambiente árido del planeta, sin vida
orgánica, cuyo valor estratégico eran los raros minerales de los que estaba
constituido.
Había adquirido sentimientos
artificialmente y, experimentó una sensación: “Los
androides también se sienten solos”*…
Tomó firmemente las puntas de los
cables del reactor, un instante antes de la gran explosión…
· Philip K. Dick
9 de agosto de 2018
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