domingo, 12 de agosto de 2018

Gregg


Gregg
Gárgamel
Recostado en el diván del módulo de comunicaciones, con los tableros multicolores titilando en su entorno, Greg anteriormente, P343576  repetía en voz alta su nombre, distrayéndose al escuchar la sonoridad  de la nueva personalidad y el eco producido al invadir el silencio absoluto del lugar.
Había  descubierto el valor del tiempo dentro del espacio fugaz de su existencia, al ser avisado que su reemplazo en la estación Acuario del planeta Rhesus, culminaría perentoriamente. Cubría la plaza hacía varios siglos (según los parámetros terrícolas), cuándo recién desempacado lo habían configurado como comunicador intergaláctico serie AAA. En ese entonces era un androide de última generación, sus características físicas eran  idénticas a las de un humano varón de mediana edad. El modelo seleccionado era agraciado: alto, atlético, de cabellera oscura, tez morena, rostro ovalado, nariz recta , y ojos negros. Le adaptaron la gran innovación de la época,  la auto programación.
Durante el tiempo libre de trabajo había logrado imitar en sistemas, la característica más importante del humano: la curiosidad. Propiedad intrínseca de la especie, y motor de su desarrollo. Con esta capacidad incorporada, devoró información para definir las diferentes emociones, sentimientos y estados de ánimo,  a fin de ser un humano integral, y evitar ser reciclado. Las asimiló una a una, y… ¡Se transformó!

Levantó un brazo y lo dirigió hacia el panel de instrumentos, con el movimiento de los dedos seleccionó música barroca, recostó la cabeza, cerró los ojos, y se dispuso a disfrutarla.  El sonido metálico de la trompeta activó sus sensores, las percusiones los atemperaron con tonalidades graves, y la música de Telemann viajó con la onda sonora a los circuitos centrales activando la configuración incorporada. Sintió la circulación periférica acariciando sutilmente su piel, y una sensación agradable lo invadió,  relajando  la musculatura y disminuyendo la tensión en todos los circuito. En un estado de mínima atención, comenzó a percibir imágenes no almacenadas específicamente en su memoria, aspectos colaterales de los archivos guardados: las hojas secas  impulsadas por el viento durante el otoño al costado de un edificio, la sensación del olor de la tierra húmeda después de la lluvia en los terrenos de una presa. Los sonidos del aire, y la visión del atardecer al ocultarse el sol, le produjeron una ligera incomodidad y el deseo de volver a estar en los sitios extraídos de su memoria.
Siguió explorando, interesado ahora más profundamente en la vida humana, las relaciones familiares, la procreación, el nacimiento de nuevos seres, su desarrollo, la convivencia familiar y social…
Se levantó perturbado, caminó en círculos por el módulo, percibiendo el calentamiento de los circuitos, la resequedad de las membranas por el desequilibrio electrolítico de las células artificiales y la dificultad de mantenerse en posición vertical. Tomó asiento, encorvado sostuvo la cabeza con ambas manos mientras miles de archivos circulaban desaforadamente por su unidad de análisis.
Algo se atoraba en el sistema, lastimándolo; sus sensores internos recibían intensos estímulos y obstruían el paso del líquido vital, lo sofocaban, y debilitaban.
Comprendió lo que su memoria cognitiva le hizo ver: el humano es una especie social, la vida de los individuos transcurre  dentro de una comunidad. La gran diferencia en contra, pensó Greg: una existencia larga y solitaria, sin conciencia de emociones y pasiones, sin tener la necesidad de trascender…
Por primera ocasión desde su llegada a Rhesus, contempló el ambiente  árido del planeta, sin vida orgánica, cuyo valor estratégico eran los raros minerales de los que estaba constituido.
Había adquirido sentimientos artificialmente y, experimentó una sensación: “Los androides también se sienten solos”*
Tomó firmemente las puntas de los cables del reactor, un instante antes de la gran explosión

·      Philip K. Dick
9 de agosto de 2018

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