miércoles, 23 de febrero de 2022

Método Paranoico-Crítico

 



Método Paranoico-Crítico



Lola me trajo a Nueva York a celebrar nuestro vigésimo aniversario de casados. Hemos disfrutado esta hermosa metrópoli desgastando los zapatos y los bolsillos en un trepidante caminar, de compras en grandes almacenes, comiendo en restaurantes famosos y visitando sitios de interés turístico: Central Park, Quinta Avenida, Empire State, Estatua de la Libertad. Disfrutamos en Broadway de maravillosas obras de teatro. Conocimos el Museo Metropolitano y ahora estamos en el de Arte Moderno. He recorrido varias salas apresuradamente, observando al vuelo pinturas de autores famosos. Sin embargo, al llegar a Dalí, me detuve abruptamente para contemplar La persistencia de la memoria.

Mi mente divaga, el tiempo pasa y no puedo separarme de ese cuadro  con cuatro relojes, tres de ellos blandos en un fondo realista, donde el contraste de la maleabilidad con la rigidez pétrea me hace pensar en la diferencia de substancias; la vida vencida, como los cronógrafos por el tiempo, me estremece, me traslada a lo inevitable de mi acontecer y a lo efímero de la existencia.

Me impresiona el reloj que se derrite sobre un rostro flácido descansando en la arena; el que cuelga de la rama seca como si lo estuvieran secando al sol, y no encuentro el sentido de la mosca parada en el otro marcador del tiempo. 

Noto una oscura presencia a mi lado, la observo con disimulo y atrae mi atención su bastón de madera con empuñadura dorada representando la cabeza de un león recargado con descuido en el traje negro. El chaleco floreado se deja ver por el saco abierto y contrasta con el color rojo de la  bufanda que cubre el cuello; un rostro alargado enmarcado por largos cabellos negros completa el perfil. La mirada taladrante de los grandes ojos enajenados se fija en mí; la nariz aguileña puntualiza mi presencia y los largos bigotes enroscados, se carcajean de la situación. 

—¿Le gusta La persistencia de la memoria? indaga esbozando una sonrisa que amplía el movimiento de los bigotes.

—Sí, aunque creo que el autor estaba algo desquiciado al crear la obra. Sorprende la  delirante asociación de objetos en un escenario completamente onírico.

—Sí, el método utilizado lo denomina el pintor: Crítico Paranoico. Un sistema irracional de conocimiento espontáneo.

—¡Ésa no me la sabía! Lo que a mi me parece es que los relojes tienen consistencia de queso Camembert. ¿No los ve así?

—Tiene razón, cuando pinté el cuadro, Gala y yo estábamos disfrutando ese delicioso queso, acompañado de vino tinto de la Rioja.

Extrañado por el comentario, me quedé viendo al raro sujeto. Levanté los brazos fastidiado ante la usurpación de la personalidad, di media  vuelta y me dirigí a encontrar a Lola. Caminé algunos pasos y volteé para despedirme; la galería, poblada de cuadros… no tenía visitantes.


Verano


 

Verano

Gárgamel

La gabardina azul escurría cascadas de agua, elevadas por el paso apresurado de Eduardo; sentía el viento húmedo azotarle la cara forzándolo a sostener con la mano izquierda el sombrero que intentaba escaparse, agitando el ala con cada golpe de viento. La tarde de aquel lluvioso día, trataba de llegar a la cita largamente esperada: Nos vemos en el café del parque a las cinco de la tarde, le había dicho Yolanda.
Aún después de veinte años de casado recordaba con fruición, los momentos pasionales vividos durante su adolescencia con aquella joven esbelta de cintura estrecha y talle largo; de cadera amplia y senos pequeños; con cabellera negra que caía desbordada por su espalda y acompañaba danzando los movimientos de la cabeza.
La había localizado por internet, después de largos intentos, de noches desveladas, horas interminables frente al computador, probando nombres y apellidos. Yolanda respondió rápidamente, y mandó fotografías. Se veía bien, casi no se notaba el paso de los años en ella. 
La lluvia se degradó en mezquino chisperío cuando Eduardo llegó al parque. El olor a tierra húmeda y el aroma que exhalaba la flora, estimulaba sus sentidos. El calor del ambiente y la excitación por ver a la musa que pulió la libido de su mente durante treinta años, lo mantenía inquieto.  Cautelosamente se metió a un cercado y arrancó flores de distintos colores, cortó su tallo y formó un bonito ramo multicolor. 
Mientras se acercaba a la cafetería, su mente lo proveyó de imágenes y sensaciones candentes que experimentó con Yolanda. El recuerdo de los pequeños pezones desbordando por la blusa desabotonada, el calor de los cuerpos al estrecharse con ansiedad mientras se devoraban con besos pasionales, plenos de deseo…
Cruzó la puerta de cristal de la terraza, pringada de deslizantes gotas y en la mesa del fondo del establecimiento divisó la cabellera negra distribuida en la espalda y el talle estrecho de su quimera. El corazón aumentó bruscamente el latido, y un sudor frío comenzó a recorrerlo. Sintió el rubor que invadía su rostro, y resequedad en boca y garganta.
Se pasó la mano libre sobre su cabeza , tratando de alisarse el pelo y caminó hacia la mesa tratando de imprimirle firmeza a su andar. Al llegar le tocó el hombro mientras pronunciaba su nombre.
⏤Hola, Yolanda, ya estoy aquí…
La mujer volteó sonriendo y aceptó el ramo que Eduardo le ofrecía.
Estupefacto frente a ella, y mudo por  la impresión, no se movió. ¡Es idéntica a la Yolanda que conocí!, pensó.
Balbuceando se atrevió a decir: ¡Qué hermosa estás, Yolanda! ¿Cómo haces para conservarte tan bella?
Antes de que ella contestara, sintió un leve toque en el hombro y una voz gruesa que le decía: es mi hija.
    Al volver la cara comprobó que el verano había pasado; el invierno lo contemplaba a través de una mujer gorda, canosa y arrugada que le sonreía con ternura. Con cinismo amigable, le comentó que había puesto en el internet una imagen de… hace algunos años.
 


















martes, 22 de febrero de 2022

El compadre

 





El compadre



Comadre que no le mueve 
las caderas al compadre, 
no es comadre.
Refrán popular 


En esa fecha, cambió mi vida. Prudencio llamó a la carpintería para celebrar el día del Compadre en la cantina "La Mundial". Quise resistirme, pero insistió: —Nomás una, Pedro, para que no pase desapercibido nuestro cariño. Y, como yo le había bautizado al niño... me sentí obligado y lo acompañé. Después de varias rondas, me despedí porque tenía que entregar unos muebles. Estaba cortando las tablas y  pensando en la anatomía de mi comadre, cuando de repente vi manchas en la madera y mi mano sangrante, sin el dedo índice. Lo recogí e injertaron en el hospital, pero desde entonces quedó rígido. Dejé la carpintería por temor a usar las máquinas y me dediqué a jugar dominó de apuesta en la cantina.  Ahí fue donde me localizaron los verdes, me propusieron sacarle partido a mi dedo erecto. Ahora soy diputado y lo utilizo frecuentemente; mis contrincantes temen a mis señalamientos y me llaman "Pedro el admonitorio".       



El mago Maravilla

 El mago maravilla



¿Mi trabajo? 
Atraer el más preciado de los regalos:
 su atención. Y utilizarla en su contra.
Película“El ilusionista”

Toc, toc, toc.  
       ⏤¿Sí?  
       ¡Mago Maravilla!, diez minutos para entrar en escena.
    Scht, scht… scht. ¡No me apures!,  a la estrella del espectáculo, se le respetan sus tiempos. ¡Que el público de este teatro rascuache, me espere. Por eso soy el mago de magos. ¡El gran Mago Maravilla!
    El mozo se aleja mascullando: 
        Psch… pinche viejo loco, ya ni su familia viene a verlo.
Frente al espejo del tocador, se maquilla el rostro ajado, amarillento y resplandeciente por la iluminación de la lámpara. Con dificultad disimula la arrugas que circundan boca, ojos, y los párpados tumefactos. Deja a un lado los afeites y toma un trago de la botella que lo acompaña permanentemente: El whisky es el único  que ha permanecido fiel a mi vida, piensa mientras el glu, glu del líquido araña su garganta y un calor reconfortante, acompaña el deslizamiento hasta el estómago;  comprime la lengua contra el paladar y chasquea con un fuerte ¡tskkk!; un fuerte eructo de placer explota en el camerino, con un estruendoso ¡bruuuuuppp! del interior de su organismo, amplificando el sonido como una tuba. Termina de vestirse al incorporarse al gastado frac que ha protegido las ilusiones de su arte por más de cincuenta años; acomoda entre la ropa toda las prendas que la magia ha de sacar: pañuelos, cartas, globos; ajusta las ligas que ocultarán al retraerse los objetos a desaparecer de la vista del público; se acomoda el armazón bajo la chistera, saca la paloma de su jaula y la introduce en la bolsa, escuchando el suave srip del cierre interior. Introduce el bulto metálico en la bolsa del pantalón. Toma nuevamente la botella y con los últimos glues, la vacía.  Coge su capa, el bastón y sale del camerino. El tap-top-tap de sus pasos tambaleantes sobre el piso de madera, lo aproxima al escenario. Piensa en lo lamentable que es llegar a viejo, solo y abandonado por un público que no se impresiona con los trucos, que considera caducos. A este viejo teatro de barriada sólo  asisten espectadores simples y groseros… la clase popular. 
        Hoy deberá despedirse, el empresario le comunicó no estar dispuesto a conservarlo dentro del espectáculo. Ya no es rentable. 
Los impresionaré, me voy a despedir con dignidad.  La última función de mi vida, los impactará, murmuró para sí, antes de entrar a escena.
       ¡Atención!, ¡atención! Estimado y distinguido público. Con ustedes, ¡el mago que los hará vibrar!, ¡qué los sorprenderá!... ¡El más maravilloso ilusionista! ¡El gran mago,  Maravilla!
      Con paso vacilante el taumaturgo llegó al centro del escenario, se quitó la chistera y con una reverencia saludó al público.
    Perdidos entre la concurrencia se escuchan el clap… clap… clap… desorientado y  temeroso, y uno que otro ¡fiuuu-fiuu-fiuu-fiuu-fiuuu!, amenizador. 
    La música ambiental invade el teatro, y el mago comienza a girar su vara mágica en una circunvolución violenta. Con un deslizante ¡tsss!, desprende de la manga del frac, lentamente, mascadas de colores anudadas entre sí, formando una tira de varios metros. Revoloteando la estela, hace que forme círculos y líneas. Se pasea a lo largo y ancho del área de trabajo, y hace una reverencia de agradecimiento al escuchar dos o tres clap, clap, y un ¡fiuu-fiuu-fiuu-fiuu-fiuuu!, del fondo del salón.
    Atrae una pequeña mesa conteniendo una jaula,  saca de ella un conejo. Lo muestra al público y lo vuelve a meter cubriéndolo con la capa. Da unos pase mágicos, y con un rápido shiss, la desliza, destapándola: ¡El conejo ha desaparecido! Con extrañeza vuelve a tapar la jaula, se quita la chistera, introduce su mano en ella, y delicadamente saca triunfante una pequeña paloma. Se escuchan pocos aplausos. Aparentemente molesto, pone su mano alrededor de la oreja, en señal de escucha, y se pasea por el escenario en espera de una ovación que nunca llega. Con actitud beligerante, se pone nuevamente el sombrero, camina hacia la jaula y la descubre,  apareciendo dentro de ella, el conejo.
         Clap… clap… clap… fue la respuesta de los aburridos asistentes. 
     Al terminar de agradecer los escasos aplausos levanta la cara y… ¡siente un splash bladuzco sobre su cara!, el podrido vegetal escurre el rojizo líquido sobre su camisa blanca.
         Indignado realiza dos o tres suertes más, y la respuesta es contundente:
        ¡Bu, buuu,  buuuu!, ¡fiu!, ¡fiuuuu!, ¡fiu-fiu-fiu-fiu-fiuuuu! Y los proyectiles con un plum sordo, impactan su cuerpo.
       Rígido, en el centro del escenario, llama al presentador y le susurra algo al oído. De la bolsa del pantalón extráe otra botella y le da un gran trago; los glues esta vez, sólo los escucha él.
      ¡Señoras y señores! ¡El Mago Maravilla se despide del teatro con un acto diferente y espectacular, nunca visto en el mundo; espera sea del gusto de nuestro selecto auditorio!
       Expectante, la concurrencia calla, y poco a poco el mago comienza a escuchar el clap… clap… clap… ¡Clap clap clap clap!, de una asistencia ávida de novedades.
       El ilusionista toma su chistera, la enfunda con parsimonia sobre la cabeza; se  coloca la capa, coge el bastón, y sacando la mano de la bolsa de su pantalón, les muestra a todos la pistola que empuña. La pasea sobre los asistentes mientras esboza una sonrisa de satisfacción. En un movimiento semicircular y siseando dulcemente, apunta a las personas y sonríe. Atrás de los asientos, tratando de protegerse, la gente asoma nerviosa y asustada grita en un clamor general: ¡Quítenle el arma! 
Después de circundar varias veces el escenario, el Mago Maravilla, voltea la pistola hacia él, y con un click del percutor, hace explotar el profundo y escandaloso ¡Bang! asesino, que resonante recorre el auditorio en un eco interminable. El proyectil le revienta el cráneo, la sangre brota en chisguetes empapando el escenario y al público, pedazos de cráneo y cabello ruedan sobre el tablado. El clap… clap… clap… inicial, aumenta vertiginosamente de intensidad, manifiesta con rugidos morbosamente enardecidos, la emoción desbordada al ver deslizarse alrededor del cuerpo y sobre  el escenario, el líquido bermejo abandonando al hacedor de ilusiones.
Tras el escenario se escuchan exclamaciones y gritos, correr de gente, angustia y llantos, nerviosismo y desesperación. El público excitado por el acontecimiento, abandona el teatro en tumultuario desorden…
       Se despoja de la sábana ensangrentada que le cubre el cuerpo, desprende de su cabeza el resto del armazón, y sigiloso, abandona el teatro por el escotillón; siguiendo el foso llega a una puerta lateral, y se escabulle en el callejón. Se pierde entre la multitud cubierto por un gabán, el sombrero, y su inseparable bastón, satisfecho y orgulloso del último acto de ilusionismo.


QUELÓNIDO

 QUELÓNIDO


Quién a larga vida llega
mucho mal vio y más espera
Anónimo


En el sarcófago el científico encontró un esqueleto amorfo, un fulgurante rubí y la tableta con la sentencia: Si ambicionas ser longevo, frota la piedra a tu cuerpo y cambia el destino. Ambicioso, con el deseo de extender su vida, se desnudó y lo realizó. Un calor vibrante le recorrió el cuerpo; cayó al suelo mientras sentía que brazos y piernas le engrosaban; la espalda rígida le impidió enderezarse. Levantó su pequeña cabeza, orientó el pico al horizonte, e inició su lento caminar al mar.




Vida y trascendencia

 Vida y trascendencia

Gárgamel

La ancestral y crujiente mecedora se balanceaba leve y perseverante al impulso del anciano Antonio. Los escasos rayos del sol que se infiltraban tímidamente a través de las ramas de los viejos pinos, reptaban en el pórtico de la cabaña acariciando con frialdad su cuerpo y el del viejo Ursus, postrado a su lado. 

Recostado en la cabecera, aspiró lentamente su pipa, y el humo tibio lo invadió, lo dejó reposar en su boca y lentamente, con un gesto de satisfacción, lo exhaló. Volteó hacia el animal y le expresó suavemente:

—Viejo amigo, hemos vivido un largo rato, ¿no?

El can volteó a verlo, movió dos veces la cola, retornó a colocar su cabeza entre sus patas delanteras, y reanudó su dormitar.

—¿Sabes qué, Ursus?... envidio tú simpleza de vida: comer, dormir, reproducirte de vez en cuando y… morir. No buscas trascender, eso te simplifica todo.

El animal levantó nuevamente la cabeza, emitió un gruñido —que podía haberse interpretado como: “¡Qué sabes tú de mi vida interna! Te acompaño en tus alegrías, desdichas y soporto con humildad el estado de ánimo en que te encuentres; tú solo me alimentas”,y… se acomodó para seguir dormitando. 

Antonio dio otra fumada, y continuó su monólogo:

—Para el humano vivir es difícil, por su necesidad de trascender, Ursus. Compite durante toda su existencia para destacar en cada actividad que emprende, para ser reconocido, para ser recordado… También, asume creencias religiosas que le prometen otra vida: el fin: trascender.

Ursus lo miró con indolencia, emitió un amplio bostezo, sacudió su negra cabeza y…, volvió a dormitar.

—¡Míralo de esta forma, Ursus: fui un buen estudiante, reconocido por mis compañeros y maestros… trascendí. En las compañías donde trabajé, llegué a ocupar altos puestos, y generé nuevas tecnologías, por las que obtuve altos reconocimientos… trascendí. Establecí un buen matrimonio con Helena; tuvimos tres hijos a los que les dimos cariño y educación; ahora tienen sus propias familias; también ahí, he trascendido…

Como bien sabes, soy religioso, obedezco los ordenamientos de la iglesia, por lo que espero se cumpla la promesa de una nueva vida después de la muerte, pudiendo así… trascender.

Aspiró lentamente el humo de su pipa, y al exhalarlo, comentó:

     ¡Lamento que siendo un animal fiel, al que quiero, no puedas estar conmigo en el paraíso!...

     Ursus se levantó extendiendo su cuerpo con placer, miró fijamente a Antonio como si quisiera decirle:     ¡Iluso, y pendejo!... Meneó su cabeza, se desembarazó y, con parsimonia, se dirigió al jardín.

24 de enero de 2020


lunes, 21 de febrero de 2022

DESAPARECIDA

DESAPARECIDA


El ladrido de los perros antecedía la avanzada, un grupo de voluntarios y policías que recorría el bosque en busca de Ana, formaban una línea que rastreaba huellas desde la salida de la población. Había desaparecido cinco días atrás, y las pesquisas conducían a puntos ciegos. Se sabía que por la mañana visitó varios comercios promoviendo la venta de quesos y embutidos, acompañada de un hombre alto, delgado, de rostro alargado, y bigote. Era la tercera joven perdida en el transcurso del año. Buscaban en el bosque, porque habían hallado su portafolios entre la maleza.

    Un manto blanco y húmedo cubría la parte media de la arboleda de pinos y abetos flotaba vaporoso e inmóvil, dificultando la visión, y mojando las vestimentas de los miembros del grupo al caminar entre los arbustos. El bosque era antiguo, con grandes árboles que tendían sombra sobre el entorno: un lóbrego y desamparado lugar que intimidaba por su oscuridad a los que aventuraban su tránsito.

    Los persistentes rayos del sol matinal se colaban lentos y oblicuos entre los intersticios del ramaje, precediendo la frescura de una ligera brisa. Cuando la bruma lentamente se disipó, permitió vislumbrar al gran número de rastreadores que avanzaban sorteando obstáculos. El ruido del caminar y el crujir de ramas y hojas, acallaba el sonido de las aves. Solo un gorjeo o graznido eventual, acompañaba la marcha.

    El sargento Adalberto Godínez supervisaba la búsqueda. Habían lotificado la zona alrededor del lugar donde se halló el portafolios. Estaban en el último segmento a revisar… 

    Se oyó un grito y seguidamente varios silbatazos. En la parte más occidental de la línea de rastreadores se formó un revuelo; la gente apiñada alrededor del hallazgo, lo comentaba. Con paso lento, y precedido por el bastón, el cuerpo obeso del detective se desplazó al lugar. Hizo un alto en el camino para secar el sudor de cuello y cara, y limpiar los gruesos anteojos, dejando al descubierto, momentáneamente, sus párpados papujos. Se acercó al lugar y observó el descubrimiento: retazos de tela del vestido y ropa interior; una zapatilla, un pedazo de cadena de plata, unos pendientes de ópalo azul, y varios cosméticos dispersos, próximos a su bolsa. Cerca del lugar, en una vereda, huellas de neumáticos.

En la comisaría, Godínez leyó el informe que le preparó el cabo Varela: …portafolio de piel negro, conteniendo un block de recibos, carpeta con el nombre de los clientes y programas de visitas. Dos fotografías de ella en un día de campo, con un par de sujetos.

    —Amplía la foto, e identifícalos. Revisa cuál fue la última cita de trabajo del día en que desapareció. Ve si hay huellas dactilares en los retazos encontrados.

    Varela le informó poco tiempo después que, la cita a la que no acudió la hoy occisa, era en la granja Santa Rosa, del señor Arturo Valverde, productor de quesos; además, distribuidor de carnes frías y embutidos.

    Varela se acercó a Godínez con las fotografías ampliadas:

    ⏤Ya vio, mi sargento, ¡son iguales! Y coinciden ambos con la descripción del acompañante de Ana a los comercios de la ciudad, el día de su desaparición.

Sí… gemelos... ¿Cuál de los dos sería pareja Ana?... Habrá que visitar a don Arturo, primero.

Se quedaron un buen rato observando las fotografías: el lugar donde fue tomada la imagen, la actitud de camaradería de los hermanos con ella. Ana lucía hermosa, aún en su atuendo informal: pantalones blancos y blusa roja de cuello abierto que dejaba ver un busto generoso, dividido por una sencilla cadena que sostenía un dije ovalado color azul. Largos pendientes del mismo material, complementaban el atuendo. Ellos: altos y delgados, vestidos con pantalones de mezclilla azul, camisas blancas y sombreros texanos.

    Llegaron temprano a la granja y los recibió hospitalariamente Arturo Valverde. Al abordar el tema de Ana, confesó una relación de buena amistad. Lamentó su desaparición y aseguró que ella no había asistido ese día a la cita comercial acostumbrada. Le preguntaron si su hermano era la pareja de ella. Contestó molesto que no sabía y no se metía en su vida íntima. Explicó que él solo le vendía a ella productos derivados de la leche, y embutidos. 

Al despedirse, el sargento Godínez elogió el buen gusto del anillo que portaba en el dedo anular derecho, un ópalo enmarcado en oro. Don Arturo le agradeció el gesto diciendo que era un regalo reciente.

    De regreso a la comisaría, Godínez le comentó a su subalterno:

    —Varela, creo que lo tenemos, habrá que mandar analizar si el ópalo del anillo, coincide con el de los aretes encontrados. Por lo pronto detenlo, e interrógalo. Necesitamos encontrar el cuerpo de Ana. De otra forma, no tenemos elementos para enjuiciarlo.

    Al día siguiente, visitaron la empacadora de José Antonio Valverde. El recibimiento cortante, frío, y agresivo, los descontroló en un principio, pero no los amedrentó. Les mostró su negocio mientras platicaban sobre la relación comercial y sentimental con Ana. Parco en el hablar, solo estableció que era un tanto distante de ella y los negocios los hacía a través de su hermano. Sin mayor información, regresaron a la comisaría.

    Después de varios días de interrogatorio, Arturo Valverde seguía insistiendo en su inocencia. El análisis de las piedras del anillo y aretes, resultó positivo, pero esa prueba era poco consistente para acusarlo de homicidio.

    El sargento Godínez llegó de muy buen humor a la comisaría y llamó a Varela a la improvisada oficina.

  —Varelita, llévate al equipo forense a la empacadora de José Antonio Valverde. Deténganlo por presunción de varios asesinatos. Muestreen en la empresa restos de carne en sierras, molinos, instrumental y equipo de elaboración de embutidos… 


Depresión

 



DEPRESIÓN

Para Carlos, un buen amigo,

desencantado de la vida.

Salí del baño apresuradamente al escuchar timbrar el teléfono, llegué a él sosteniendo con una mano la toalla enredada en la cintura, y contesté:

    ⏤¿Diga?

   ⏤Hola, Rodrigo. Habla Lucy, la esposa de Carlos.

    ⏤Qué tal, Lucy. ¿Cómo están?

    ⏤Yo bien, pero a tu amigo se le ha recrudecido la depresión y me está costando mucho trabajo lidiar con ello. Estoy tan desesperada que recurro al cariño que le tienes, como mi último recurso, antes de abandonarlo a su suerte, quisiera platicar contigo.

    Nos citamos en un restaurante y, frente a una copa de vino, Lucy desgranó toda la historia:

    ⏤…Sí, Rodrigo, desde hace años la apatía y el desánimo se han apropiado de su vida; últimamente, entró en una crisis que no puedo manejar. Lo amo, pero no puedo vivir permanentemente con un bulto en pijama frente al televisor que no se baña, no me dirige la palabra y cuando lo hace, es para reprocharme actitudes, culpándome de su pasividad. Logré llevarlo al médico, le prescribió medicamentos que nunca toma. Constantemente me dice que quiere morir; según él, ya hizo todo lo que tenía que hacer en su existencia… “Sin motivaciones, la vida no tiene sentido”, me dijo, apesadumbrado.

    Conmovido por el estado de salud de mi amigo y el trance por el que pasaba Lucy, decidimos establecer una estrategia de choque para estimular a Carlos y tomara nuevamente las riendas de su destino. 

    Llamé a la puerta. Lucy me recibió y condujo a la sala donde Carlos, apoltronado en su sillón favorito, revestido con un pijama de rayas azules, oía en su reproductor una melodía triste y miraba distraídamente el techo de la habitación. Las notas del piano derramaban melancolía, y el mobiliario guardaba respetuoso silencio, como en una sala de conciertos; solo las cortinas, turbadas por la brisa matinal, acompañaban suavemente la música. Volteó indiferente a verme; la barba crecida, el pelo enmarañado y el rostro ajado, denotaban descuido, apatía y suciedad. 

    ⏤Hola Rodrigo.

    ⏤¿Qué te trae por acá?, llegas a tiempo para escuchar la música con la que quiero me despidan: la marcha fúnebre de la Sonata n.º 2, op. 35, de Chopin. 

    ⏤Asentí y lo saludé con afecto mientras las notas luctuosas taladraban mi mente, y el ánimo decaía con la escena que presenciaba. Platiqué un rato sobre los temas comunes, con respuestas cortantes y monosilábicas, hasta que introduje un tema: Rosina, nuestra compañera de estudios, que había sido su novia. Noté el brillo repentino en la mirada y cierta inquietud al preguntar por primera vez:

    ⏤¿La has visto?

    ⏤Ocasionalmente, en alguna reunión de la escuela. No se ha casado y se conserva muy bien, deslicé. Va a asistir a la cena anual el próximo sábado. ¿Quieres ir?

    ⏤¡No!, no, ya no me gusta socializar, aunque sean mis amigos. Además, no podría hacerlo bien porque iría con Lucy.

    ⏤Pregúntale primero si quiere ir.

    ⏤No, vete solo, no me acuerdo de nadie, me aburriría. 

    Pensé en ese momento: “Tal vez la amistad en la vida de un hombre es más importante que el amor”, y por lo tanto… nuestro plan fracasaría.

Al día siguiente, me habló Lucy: 

    ⏤¡Sí va!...

    Pasé por Carlos a su casa, Lucy me abrió la puerta, y alcanzó a musitarme al oído: “Fue una magnifica jugada, lo logramos”. Bajó mi amigo, elegantemente vestido, y con una amplia sonrisa me señaló que estaba listo. Besó a Lucy al despedirse y partimos.

Llegamos al salón y Carlos avanzó festivamente, saludando a los amigos, deteniéndose solo el tiempo necesario para un saludo protocolario, y recorriendo el recinto con la mirada en busca de Rosina. La localizó en una mesa del fondo, platicando con amigas. Me jaló del brazo para que lo acompañara y sorteando obstáculos, llegamos. Estaba de espalda a nosotros, se acercó y tapándole los ojos con las manos le preguntó: 

    ⏤Adivina ¿quién soy?

    Rosina cubrió las manos con las suyas y, con una espontánea risa contestó:

    ⏤¡Mi ángel de la guarda!

    ⏤¡Claro que sí!, dijo Carlos, al saludarla con un beso en la mejilla.

    Toda la cena la pasaron platicando y al salir llevaba toda la información de ella en la cartera.

    ⏤Hola, Lucy. Te hablo para saber ¿cómo ha reaccionado Carlos después de la cena?

    ⏤Hola, Rodrigo. Te comunico que Carlos es otro: se levanta temprano, se baña, siempre anda de buen humor y nuestra relación ha mejorado sustancialmente. Aunque en el aspecto sexual sigue cierta frialdad, su comportamiento es tierno, tal vez un poco paternal.

    ⏤Bueno, es lo que esperábamos, ¿no? Habrá que ver cómo reacciona a la segunda parte del plan: Cuando se entere que su prudente y fiel esposa, la siempre pendiente de sus necesidades… ¡tiene un amante!