miércoles, 23 de febrero de 2022

Verano


 

Verano

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La gabardina azul escurría cascadas de agua, elevadas por el paso apresurado de Eduardo; sentía el viento húmedo azotarle la cara forzándolo a sostener con la mano izquierda el sombrero que intentaba escaparse, agitando el ala con cada golpe de viento. La tarde de aquel lluvioso día, trataba de llegar a la cita largamente esperada: Nos vemos en el café del parque a las cinco de la tarde, le había dicho Yolanda.
Aún después de veinte años de casado recordaba con fruición, los momentos pasionales vividos durante su adolescencia con aquella joven esbelta de cintura estrecha y talle largo; de cadera amplia y senos pequeños; con cabellera negra que caía desbordada por su espalda y acompañaba danzando los movimientos de la cabeza.
La había localizado por internet, después de largos intentos, de noches desveladas, horas interminables frente al computador, probando nombres y apellidos. Yolanda respondió rápidamente, y mandó fotografías. Se veía bien, casi no se notaba el paso de los años en ella. 
La lluvia se degradó en mezquino chisperío cuando Eduardo llegó al parque. El olor a tierra húmeda y el aroma que exhalaba la flora, estimulaba sus sentidos. El calor del ambiente y la excitación por ver a la musa que pulió la libido de su mente durante treinta años, lo mantenía inquieto.  Cautelosamente se metió a un cercado y arrancó flores de distintos colores, cortó su tallo y formó un bonito ramo multicolor. 
Mientras se acercaba a la cafetería, su mente lo proveyó de imágenes y sensaciones candentes que experimentó con Yolanda. El recuerdo de los pequeños pezones desbordando por la blusa desabotonada, el calor de los cuerpos al estrecharse con ansiedad mientras se devoraban con besos pasionales, plenos de deseo…
Cruzó la puerta de cristal de la terraza, pringada de deslizantes gotas y en la mesa del fondo del establecimiento divisó la cabellera negra distribuida en la espalda y el talle estrecho de su quimera. El corazón aumentó bruscamente el latido, y un sudor frío comenzó a recorrerlo. Sintió el rubor que invadía su rostro, y resequedad en boca y garganta.
Se pasó la mano libre sobre su cabeza , tratando de alisarse el pelo y caminó hacia la mesa tratando de imprimirle firmeza a su andar. Al llegar le tocó el hombro mientras pronunciaba su nombre.
⏤Hola, Yolanda, ya estoy aquí…
La mujer volteó sonriendo y aceptó el ramo que Eduardo le ofrecía.
Estupefacto frente a ella, y mudo por  la impresión, no se movió. ¡Es idéntica a la Yolanda que conocí!, pensó.
Balbuceando se atrevió a decir: ¡Qué hermosa estás, Yolanda! ¿Cómo haces para conservarte tan bella?
Antes de que ella contestara, sintió un leve toque en el hombro y una voz gruesa que le decía: es mi hija.
    Al volver la cara comprobó que el verano había pasado; el invierno lo contemplaba a través de una mujer gorda, canosa y arrugada que le sonreía con ternura. Con cinismo amigable, le comentó que había puesto en el internet una imagen de… hace algunos años.
 


















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