martes, 22 de febrero de 2022

El mago Maravilla

 El mago maravilla



¿Mi trabajo? 
Atraer el más preciado de los regalos:
 su atención. Y utilizarla en su contra.
Película“El ilusionista”

Toc, toc, toc.  
       ⏤¿Sí?  
       ¡Mago Maravilla!, diez minutos para entrar en escena.
    Scht, scht… scht. ¡No me apures!,  a la estrella del espectáculo, se le respetan sus tiempos. ¡Que el público de este teatro rascuache, me espere. Por eso soy el mago de magos. ¡El gran Mago Maravilla!
    El mozo se aleja mascullando: 
        Psch… pinche viejo loco, ya ni su familia viene a verlo.
Frente al espejo del tocador, se maquilla el rostro ajado, amarillento y resplandeciente por la iluminación de la lámpara. Con dificultad disimula la arrugas que circundan boca, ojos, y los párpados tumefactos. Deja a un lado los afeites y toma un trago de la botella que lo acompaña permanentemente: El whisky es el único  que ha permanecido fiel a mi vida, piensa mientras el glu, glu del líquido araña su garganta y un calor reconfortante, acompaña el deslizamiento hasta el estómago;  comprime la lengua contra el paladar y chasquea con un fuerte ¡tskkk!; un fuerte eructo de placer explota en el camerino, con un estruendoso ¡bruuuuuppp! del interior de su organismo, amplificando el sonido como una tuba. Termina de vestirse al incorporarse al gastado frac que ha protegido las ilusiones de su arte por más de cincuenta años; acomoda entre la ropa toda las prendas que la magia ha de sacar: pañuelos, cartas, globos; ajusta las ligas que ocultarán al retraerse los objetos a desaparecer de la vista del público; se acomoda el armazón bajo la chistera, saca la paloma de su jaula y la introduce en la bolsa, escuchando el suave srip del cierre interior. Introduce el bulto metálico en la bolsa del pantalón. Toma nuevamente la botella y con los últimos glues, la vacía.  Coge su capa, el bastón y sale del camerino. El tap-top-tap de sus pasos tambaleantes sobre el piso de madera, lo aproxima al escenario. Piensa en lo lamentable que es llegar a viejo, solo y abandonado por un público que no se impresiona con los trucos, que considera caducos. A este viejo teatro de barriada sólo  asisten espectadores simples y groseros… la clase popular. 
        Hoy deberá despedirse, el empresario le comunicó no estar dispuesto a conservarlo dentro del espectáculo. Ya no es rentable. 
Los impresionaré, me voy a despedir con dignidad.  La última función de mi vida, los impactará, murmuró para sí, antes de entrar a escena.
       ¡Atención!, ¡atención! Estimado y distinguido público. Con ustedes, ¡el mago que los hará vibrar!, ¡qué los sorprenderá!... ¡El más maravilloso ilusionista! ¡El gran mago,  Maravilla!
      Con paso vacilante el taumaturgo llegó al centro del escenario, se quitó la chistera y con una reverencia saludó al público.
    Perdidos entre la concurrencia se escuchan el clap… clap… clap… desorientado y  temeroso, y uno que otro ¡fiuuu-fiuu-fiuu-fiuu-fiuuu!, amenizador. 
    La música ambiental invade el teatro, y el mago comienza a girar su vara mágica en una circunvolución violenta. Con un deslizante ¡tsss!, desprende de la manga del frac, lentamente, mascadas de colores anudadas entre sí, formando una tira de varios metros. Revoloteando la estela, hace que forme círculos y líneas. Se pasea a lo largo y ancho del área de trabajo, y hace una reverencia de agradecimiento al escuchar dos o tres clap, clap, y un ¡fiuu-fiuu-fiuu-fiuu-fiuuu!, del fondo del salón.
    Atrae una pequeña mesa conteniendo una jaula,  saca de ella un conejo. Lo muestra al público y lo vuelve a meter cubriéndolo con la capa. Da unos pase mágicos, y con un rápido shiss, la desliza, destapándola: ¡El conejo ha desaparecido! Con extrañeza vuelve a tapar la jaula, se quita la chistera, introduce su mano en ella, y delicadamente saca triunfante una pequeña paloma. Se escuchan pocos aplausos. Aparentemente molesto, pone su mano alrededor de la oreja, en señal de escucha, y se pasea por el escenario en espera de una ovación que nunca llega. Con actitud beligerante, se pone nuevamente el sombrero, camina hacia la jaula y la descubre,  apareciendo dentro de ella, el conejo.
         Clap… clap… clap… fue la respuesta de los aburridos asistentes. 
     Al terminar de agradecer los escasos aplausos levanta la cara y… ¡siente un splash bladuzco sobre su cara!, el podrido vegetal escurre el rojizo líquido sobre su camisa blanca.
         Indignado realiza dos o tres suertes más, y la respuesta es contundente:
        ¡Bu, buuu,  buuuu!, ¡fiu!, ¡fiuuuu!, ¡fiu-fiu-fiu-fiu-fiuuuu! Y los proyectiles con un plum sordo, impactan su cuerpo.
       Rígido, en el centro del escenario, llama al presentador y le susurra algo al oído. De la bolsa del pantalón extráe otra botella y le da un gran trago; los glues esta vez, sólo los escucha él.
      ¡Señoras y señores! ¡El Mago Maravilla se despide del teatro con un acto diferente y espectacular, nunca visto en el mundo; espera sea del gusto de nuestro selecto auditorio!
       Expectante, la concurrencia calla, y poco a poco el mago comienza a escuchar el clap… clap… clap… ¡Clap clap clap clap!, de una asistencia ávida de novedades.
       El ilusionista toma su chistera, la enfunda con parsimonia sobre la cabeza; se  coloca la capa, coge el bastón, y sacando la mano de la bolsa de su pantalón, les muestra a todos la pistola que empuña. La pasea sobre los asistentes mientras esboza una sonrisa de satisfacción. En un movimiento semicircular y siseando dulcemente, apunta a las personas y sonríe. Atrás de los asientos, tratando de protegerse, la gente asoma nerviosa y asustada grita en un clamor general: ¡Quítenle el arma! 
Después de circundar varias veces el escenario, el Mago Maravilla, voltea la pistola hacia él, y con un click del percutor, hace explotar el profundo y escandaloso ¡Bang! asesino, que resonante recorre el auditorio en un eco interminable. El proyectil le revienta el cráneo, la sangre brota en chisguetes empapando el escenario y al público, pedazos de cráneo y cabello ruedan sobre el tablado. El clap… clap… clap… inicial, aumenta vertiginosamente de intensidad, manifiesta con rugidos morbosamente enardecidos, la emoción desbordada al ver deslizarse alrededor del cuerpo y sobre  el escenario, el líquido bermejo abandonando al hacedor de ilusiones.
Tras el escenario se escuchan exclamaciones y gritos, correr de gente, angustia y llantos, nerviosismo y desesperación. El público excitado por el acontecimiento, abandona el teatro en tumultuario desorden…
       Se despoja de la sábana ensangrentada que le cubre el cuerpo, desprende de su cabeza el resto del armazón, y sigiloso, abandona el teatro por el escotillón; siguiendo el foso llega a una puerta lateral, y se escabulle en el callejón. Se pierde entre la multitud cubierto por un gabán, el sombrero, y su inseparable bastón, satisfecho y orgulloso del último acto de ilusionismo.


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