lunes, 21 de febrero de 2022

DESAPARECIDA

DESAPARECIDA


El ladrido de los perros antecedía la avanzada, un grupo de voluntarios y policías que recorría el bosque en busca de Ana, formaban una línea que rastreaba huellas desde la salida de la población. Había desaparecido cinco días atrás, y las pesquisas conducían a puntos ciegos. Se sabía que por la mañana visitó varios comercios promoviendo la venta de quesos y embutidos, acompañada de un hombre alto, delgado, de rostro alargado, y bigote. Era la tercera joven perdida en el transcurso del año. Buscaban en el bosque, porque habían hallado su portafolios entre la maleza.

    Un manto blanco y húmedo cubría la parte media de la arboleda de pinos y abetos flotaba vaporoso e inmóvil, dificultando la visión, y mojando las vestimentas de los miembros del grupo al caminar entre los arbustos. El bosque era antiguo, con grandes árboles que tendían sombra sobre el entorno: un lóbrego y desamparado lugar que intimidaba por su oscuridad a los que aventuraban su tránsito.

    Los persistentes rayos del sol matinal se colaban lentos y oblicuos entre los intersticios del ramaje, precediendo la frescura de una ligera brisa. Cuando la bruma lentamente se disipó, permitió vislumbrar al gran número de rastreadores que avanzaban sorteando obstáculos. El ruido del caminar y el crujir de ramas y hojas, acallaba el sonido de las aves. Solo un gorjeo o graznido eventual, acompañaba la marcha.

    El sargento Adalberto Godínez supervisaba la búsqueda. Habían lotificado la zona alrededor del lugar donde se halló el portafolios. Estaban en el último segmento a revisar… 

    Se oyó un grito y seguidamente varios silbatazos. En la parte más occidental de la línea de rastreadores se formó un revuelo; la gente apiñada alrededor del hallazgo, lo comentaba. Con paso lento, y precedido por el bastón, el cuerpo obeso del detective se desplazó al lugar. Hizo un alto en el camino para secar el sudor de cuello y cara, y limpiar los gruesos anteojos, dejando al descubierto, momentáneamente, sus párpados papujos. Se acercó al lugar y observó el descubrimiento: retazos de tela del vestido y ropa interior; una zapatilla, un pedazo de cadena de plata, unos pendientes de ópalo azul, y varios cosméticos dispersos, próximos a su bolsa. Cerca del lugar, en una vereda, huellas de neumáticos.

En la comisaría, Godínez leyó el informe que le preparó el cabo Varela: …portafolio de piel negro, conteniendo un block de recibos, carpeta con el nombre de los clientes y programas de visitas. Dos fotografías de ella en un día de campo, con un par de sujetos.

    —Amplía la foto, e identifícalos. Revisa cuál fue la última cita de trabajo del día en que desapareció. Ve si hay huellas dactilares en los retazos encontrados.

    Varela le informó poco tiempo después que, la cita a la que no acudió la hoy occisa, era en la granja Santa Rosa, del señor Arturo Valverde, productor de quesos; además, distribuidor de carnes frías y embutidos.

    Varela se acercó a Godínez con las fotografías ampliadas:

    ⏤Ya vio, mi sargento, ¡son iguales! Y coinciden ambos con la descripción del acompañante de Ana a los comercios de la ciudad, el día de su desaparición.

Sí… gemelos... ¿Cuál de los dos sería pareja Ana?... Habrá que visitar a don Arturo, primero.

Se quedaron un buen rato observando las fotografías: el lugar donde fue tomada la imagen, la actitud de camaradería de los hermanos con ella. Ana lucía hermosa, aún en su atuendo informal: pantalones blancos y blusa roja de cuello abierto que dejaba ver un busto generoso, dividido por una sencilla cadena que sostenía un dije ovalado color azul. Largos pendientes del mismo material, complementaban el atuendo. Ellos: altos y delgados, vestidos con pantalones de mezclilla azul, camisas blancas y sombreros texanos.

    Llegaron temprano a la granja y los recibió hospitalariamente Arturo Valverde. Al abordar el tema de Ana, confesó una relación de buena amistad. Lamentó su desaparición y aseguró que ella no había asistido ese día a la cita comercial acostumbrada. Le preguntaron si su hermano era la pareja de ella. Contestó molesto que no sabía y no se metía en su vida íntima. Explicó que él solo le vendía a ella productos derivados de la leche, y embutidos. 

Al despedirse, el sargento Godínez elogió el buen gusto del anillo que portaba en el dedo anular derecho, un ópalo enmarcado en oro. Don Arturo le agradeció el gesto diciendo que era un regalo reciente.

    De regreso a la comisaría, Godínez le comentó a su subalterno:

    —Varela, creo que lo tenemos, habrá que mandar analizar si el ópalo del anillo, coincide con el de los aretes encontrados. Por lo pronto detenlo, e interrógalo. Necesitamos encontrar el cuerpo de Ana. De otra forma, no tenemos elementos para enjuiciarlo.

    Al día siguiente, visitaron la empacadora de José Antonio Valverde. El recibimiento cortante, frío, y agresivo, los descontroló en un principio, pero no los amedrentó. Les mostró su negocio mientras platicaban sobre la relación comercial y sentimental con Ana. Parco en el hablar, solo estableció que era un tanto distante de ella y los negocios los hacía a través de su hermano. Sin mayor información, regresaron a la comisaría.

    Después de varios días de interrogatorio, Arturo Valverde seguía insistiendo en su inocencia. El análisis de las piedras del anillo y aretes, resultó positivo, pero esa prueba era poco consistente para acusarlo de homicidio.

    El sargento Godínez llegó de muy buen humor a la comisaría y llamó a Varela a la improvisada oficina.

  —Varelita, llévate al equipo forense a la empacadora de José Antonio Valverde. Deténganlo por presunción de varios asesinatos. Muestreen en la empresa restos de carne en sierras, molinos, instrumental y equipo de elaboración de embutidos… 


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