viernes, 28 de diciembre de 2012

El espejo sagaz

El espejo sagaz
Sé amable,
la vida es un espejo.
Anónimo
Llegó  apresuradamente del trabajo con el tiempo justo para arreglarse. Asistiría a la gran celebración del "Club France" ⏤era un honor el haber sido invitada a la fiesta más prestigiada del año de un lugar tan selecto⏤. Subió los cuatro pisos con un vigoroso castañueleo de la parte anterior de sus zapatillas, que antecedía a la puñalada de sus tacones sobre el peldaño. Abrió la puerta, cruzó el pasillo, entró en su recámara y lanzó olímpicamente su gran bolsa sobre la cama, qué abriendo su amplia boca, vomitó el contenido sobre el edredón rosado, regalo de su último cumpleaños: cepillos, plumas, llaves, esmalte de uñas, pastillas, limas, pañuelos desechables a medio uso y multitud de notas de compra y comprobantes de pago de tarjetas de crédito, salidos de su cartera, fueron a chocar contra los almohadones de grandes flores que reinaban sobre la cama. 
Se fue desvistiendo rápidamente hasta llegar al mismo obstáculo de todos los días: la faja. Al tratar de  bajarla, asomó amenazadoramente el abdomen y se inmovilizaron las piernas; trastabilló y cayó en la cama sobre los objetos y ⏤con múltiples esfuerzos⏤ terminó la operación.
Desnuda se presentó ante la gran enemiga: la báscula. Esperando un dictamen optimista se subió a ella con el valor que siempre la había caracterizado. Crujieron los resortes, se tambaleó la plataforma y finalmente, el brazo de metal, con índice de fuego, le señaló la consecuencia de su glotonería.
Deprimida decidió tomar un baño. El agua caliente y el vapor relajante aminoraron su frustración y, como salida de las mil y una noches, con un turbante que envidiaría un cono de helado y una túnica de toalla alrededor del cuerpo, se enfrentó al sagaz espejo que la conocía de mucho tiempo atrás y había visto como el tiempo registraba poro a poro su existencia. Comenzó a maquillárse, a delineárse la cejas y a engrosar sus escasas pestañas; a contornear sus pómulos y a darle una voluptuosidad de carmín a su boca.
Después de un arduo trabajo y varias horas en el empeño, no mejoró gran cosa; sin embargo, tenía un fiel aliado que bien la quería: El espejo. Con espíritu de restaurador le desarrugó el ceño, le pulió las mejillas y le despeinó los años. Y al  mirarla a los ojos, también  le depuró los gestos y le puso una sonrisa que le transmitió confianza.
Pero ¡No era posible aguantar la falsedad que pesaba tanto! 
El infame artefacto, se desprendió del clavo, destrozándose al caer sobre el buró, esparciendo sus mentiras por toda la habitación.
        Con el cinismo de una sonrisa fingida y la confianza desparramada en mil pedazos... Ella, simplemente lo sustituyó.

domingo, 9 de diciembre de 2012

El Ladrón de metáforas


El Ladrón de metáforas

“Robar una metáfora es un acto inmoral pero
 válido porque no existe derecho de autor.”

Se supo siempre incapaz de hacer literatura de calidad. Era un escritor mediocre como su figura: baja, rechoncha y desaliñada. Su lenguaje coincidía a la perfección con su ser, era plano como su imaginación. Incapaz de transmitir  sentimientos al papel, lo más que lograba era describir hechos lineales ⏤como el monitor del hospital anunciando el fin de la vida de un enfermo o, la simpleza de una fotografía en blanco y negro⏤. Sin embargo, era periodista y estaba dispuesto a todo para  construir figuras literarias con las cuales transmitir sensaciones, emociones de intensidad y colorido.
            Una tarde, se presentó en la oficina del diario en que trabajaba, un individuo alto, delgado, bien parecido, que con ademanes y lenguaje elegante le dijo que le traía una propuesta. Intrigado, lo invitó a sentarse y escuchó:
            ⏤Don Francisco, las personas a las que represento están enterados de su problemática en la producción literaria y han decidido que a cambio de un pequeño sacrificio después de su vida terrenal, le proporcionarán los medios para que usted sea un magnifico escritor. Sorprendido, pero encantado con la perspectiva de la propuesta, firmó su contrato. Pensó: “Total, después me arrepiento y se me perdonarán mis pecados”.
Metódicamente inició la recolección y clasificación de figuras  literarias, resguardándolas en su computadora mediante el programa que le proporcionaron. Comenzó a escribir las líneas planas de costumbre. La sorpresa fue brutal al ver que se intercalaba su texto con las metáforas más hermosas y famosas de la historia de la literatura, transformándolo en una sublime prosa, llena de encanto y emotividad.
            De la noche a la mañana su lenguaje literario adquirió tonalidades poéticas e incorporó, mediante  escenas vívidas, las situaciones que anhelaba  dar a conocer a sus  lectores. Comenzó a adquirir fama de buen escritor, a gustar a sus leyentes y a las editoriales que se interesaron rápidamente en sus obras.
            Las metáforas robadas a los más famosos escritores, al no ser reconocidas en su paternidad, transitaron como inmigrantes a la clandestinidad del pragmatismo literario. 
            Se hizo famoso y con el triunfo se elevó a las alturas, a similitud de un globo aereostático, sin dirección ni control. Y con la fatuidad propia de su espíritu pequeño, se llenó de vacíos  fincando el futuro en un oropel de vida.
            Participaba en todas las reuniones culturales que organizaba la clase aristócrata del país, codeándose con lo más granado de los intelectuales. Lo invitaban como ponente a la presentación de libros y de jurado a certámenes literarios. Su vida transcurría en la melosa placidez del halago y el reconocimiento.
            El destino cruel y misterioso tomó ventaja y adelantándose a un probable arrepentimiento, introdujo en la  vida del exitoso escritor al “hacker” vengador, que mediante un virus en la computadora, destruyó todo el acervo literario acumulado y el programa que le daba vida a sus obras. Angustiado,  trató de localizar sin éxito al gentil emisario, para pactar un nuevo trato… sin lograrlo.
       Pronto volvió a hacer la literatura plana y lineal que siemp erizó en su grisácea vida. 
          Así, de escritor famoso, pasó a ser narrador de eventos deportivos infantiles en las páginas más oscuras de periódicos locales.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Venganza

Venganza

La venganza es el manjar 
más sabroso
 condimentado en el infierno
Walter Scott

Llevaba varias horas tratando de escribir algo que valiera la pena, sin ningún resultado. El piso, alrededor del escritorio, estaba alfombrado de papeles desechados, y el calor en el cuarto hacía que el sudor resbalara hacia el papel humedeciendo ideas, no escritas. La taza de café a la mitad, y fría. El cenicero de mi mesa de trabajo tenía la apariencia de un recipiente de gusanos enroscados, llenos de ceniza.
            La inspiración no me llegaba por el constante asedio de un escuadrón de combate que me circundaba con el fin explícito de perturbarme, causar mi desasosiego, y declarar la guerra.
            Soy paciente, no me apresuro, y cuando decido hacer algo, primero lo analizo. Por eso, hice a un lado mí magnifico escrito potencial, y me dediqué a observar al enemigo:
            Los dípteros enviaban espías; hacían recorridos, aparentemente sin sentido, para medir mis reacciones. Con la agilidad y liviandad de bailarinas de ballet haciendo un pas couru, se desplazaban rápidamente y paraban con elegancia; volvían a danzar hacia otro lado y se agachaban, movían la cabeza y limpiaban sus grandes ojos con las patas delanteras, recorriendo con su mirar los trescientos sesenta grados que les permitía la naturaleza.
            Veían a su objetivo, y procesaban la información. Tal vez fuera para ellas un monstruo grande del tamaño de un rascacielos, o se sentían como los miembros de un país pequeño defendiendo su territorio, contra el primer agresor del mundo. Después de un rato de vigilancia, elevaban el vuelo — supongo yo — para llevar la información al alto mando encargado de planear el combate.
            Lo cierto es que la colonia de Drosophila melanogaster estaba dispuesta a aniquilarme o sucumbir en la contienda. No entendía el porqué de su odio contra mí, hasta que después de un amplio análisis, comprendí que en efecto:
         ¡soy un matador de moscas compulsivo!
         No las soporto zumbándome cerca de los oídos, o paradas en mis brazos y piernas, y menos aún, saboreando con sus patas mi comida, contaminándola.
         ¡Las odio!
            Así que acepté el reto, fui por el matamoscas y comenzó la batalla. Me paré enfrente del escritorio y maté a dos en pleno baile. Los escuadrones me asediaron por todos lados, rondándome por la cabeza, cara, y demás zonas destapadas; yo tiraba manotazos a diestra y siniestra, y el matamoscas hacía su labor en cada lance. Poco a poco, exterminé a las invasoras del estudio y continué la persecución por el resto de la casa; recorrí todos los cuartos y aunque eliminé a gran parte de las atacantes, seguían llegando por cientos; las seguí hasta el sótano y descubrí su cuartel. Debajo de unos muebles viejos, se encontraba el cadáver del gato del vecino, había sido atropellado, y llegó a morir en ese lugar. Lo encostalé, lo tiré a la basura y proseguí mi lucha.
            Yo sé que la guerra química está prohibida por la ONU, pero ante tal avalancha de enemigos, tuve que recurrir a un insecticida. No me llena de orgullo mi acción, pero dice un dicho que El fin justifica los medios. Así que peleé sucio y las exterminé.
            De vuelta al estudio, entre nubes de un olor penetrante, me sentí como Napoleón después de una gran batalla. Flotaba de satisfacción. Me acomodé frente a mi trabajo y decidido a recomenzar, hice una pausa para tomar café. Lo acabé de un solo sorbo, y sentí en el paladar grumos rasposos... Quise vomitarlos, pero ya los había tragado.
            Ahora experimento taquicardia, me duele la cabeza, no puedo respirar ni moverme…  estoy cayendo de mi silla...

No sé dónde estoy. Todo es blanco a mí alrededor, veo frente a mí unos ojos muy grandes que me observan detenidamente y concluyo que he perdido. Siento un dolor en mi brazo y una voz que llega lejana, apenas perceptible:
         ⏤ Señor Ramírez, no se preocupe, no corre peligro, sufrió una leve intoxicación por la aspiración e ingestión de insecticida, en unas horas lo damos de alta.

            Sonreí agradecido y fijé mi mirada en la lámpara del cuarto… ¡Ahí estaban!, esperando culminar su venganza…



Tecnología

Tecnología

Llegó temprano, como de costumbre. El chofer le abrió la puerta del auto y subió los quince pisos que lo distanciaban de su oficina en el elevador panorámico. Se deleitó al recorrer el paisaje urbano que se ampliaba sobre el amanecer gris en la ciudad,  perforada por rayos amarillentos infiltrados en la nubosidad.
Entró en sus modernas oficinas, con paredes de cristal: cubículos individuales alineados a ambos lados de los pasillos ⏤como modernas zahúrdas, con ocupantes de traje y corbata, que gruñendo en sus teléfonos, trataban de hacer negocios al costo que fuera⏤. El lugar estaba plasmado de Pantallas, altavoces y videocámaras que acechando como buitres que merodeaban en las alturas, esperaban a la presa más débil.
Saludó a su secretaria, que estaba de espaldas a él, acercándose a su cuello y rozándola con su colorida corbata. La mofletuda y rolliza imagen invadió el espacio vital de ella, incomodándola y poniéndola de mal humor.
⏤Buenos días Susanita ¿Cómo le amaneció la mañana?
Apartándose de la tibieza del vaho que emanaba de su gruesa boca y del fuerte olor a loción que impregnaba el ambiente a Carolina Herrera, con voz cortante y gesto frío le contestó:
⏤Bien señor Bretman, enseguida le llevo la correspondencia y los recados telefónicos.
Él levantó la cabeza, se acomodo los lentes y entró en su oficina. Inmediatamente encendió el sistema de intercomunicación con el personal. Comprobó en el monitor que su imagen transmitía la seguridad  y firmeza que un Director debería poseer y, de frente a la cámara, dio las instrucciones para las actividades diarias:
⏤Buenos días a todos. Hoy necesitamos darle preferencia a los mercados de futuros en granos y habrá que mejorar nuestras ofertas en petróleo. A las doce horas, tendremos reunión para ver avances. ¡A trabajar todos!
Sentada frente al escritorio del señor Bretman, Susana escribía  las notas. Él se paseaba mientras hablaba y acercándose sigilosamente por detrás, puso sus manos en los hombros de ella:
⏤Susanita, la invito a cenar.
⏤¡No señor Bretman! Ya le dije que soy casada y no me interesa tener con usted más que una relación de trabajo.
⏤Es que yo la amo, y si usted quisiera podríamos tener una relación en la que le satisfaría todos sus deseos...
⏤¡No señor! Nunca le he dado motivos para que usted piense que podríamos tener algo en común ¡Qué vergüenza para su señora y sus hijos que esté haciendo estos papelitos!
Se levantó enfurecida y dirigiéndose a la puerta le gritó:
⏤Necesito el trabajo, pero renuncio... ¡viejo rabo verde!
Hasta ese momento, se dio cuenta de que las cortinas estaban bajadas y cerrada con llave la puerta. Sintió que él se acercaba por detrás y vio de reojo sus manos tratando de tomarla por la blusa. No pudo impedirlo, sintió que las gordas manos  exploraban bruscamente su cuerpo. Con un esfuerzo llegó tropezando al escritorio, gritando y pidiendo auxilio. Trataba de defenderse, pero él ya estaba sobre ella, era demasiado pesado y la inmovilizó. Tumbándola sobre el escritorio, le sostuvo con un brazo las manos y con el otro comenzó a  hurgar en su intimidad. Desesperada, pateaba, se revolvía y hacía vanos intentos por  morderlo. Jadeando y sintiendo los latidos del corazón en la cabeza, logró liberar una mano con la que intentó arañar a su agresor. Al no conseguirlo, comenzó a tantear en el escritorio en busca de un objeto contundente para golpearlo. Apretó varios hasta que sus dedos tocaron algo duro y… con un movimiento circular, poniendo toda su energía, impactó con el control de mandos  la cara del señor Bretman, que trastabillando y brotándole sangre por nariz y boca, cayó sentado en el sillón frente a su escritorio.
Un estruendo de aplausos e  indignadas voces,  invadió el ambiente. Los gritos y los insultos al señor Bretman se veían y escuchaban en el monitor de la oficina del Director.
 



sábado, 10 de noviembre de 2012

El reencuentro



El reencuentro
Jorge Llera
Se trataba de un muchacho con una necesidad  enorme de demostrar su valor y osadía. Siempre andaba metiéndose en dificultades. Sus padres no lo podían controlar. Ni pláticas, ni represiones habían logrado que disminuyera su belicosidad y rebeldía. En el grupo de adolescentes al que pertenecía,  la jerarquía se tenía que ganar con acciones intrépidas. Era el líder y demostraba su  individualidad con su inconformidad a lo establecido,  lo formal, lo tradicional. Iba por la vida contraviniendo los ordenamientos que limitaban su libertad personal. Sin embargo, en la intimidad de su cuarto Esteban era un muchacho desorientado, tímido, melancólico e inseguro, cuyas incoherencias  le provocaban fuertes depresiones.
Fue en uno de esos momentos de depresión que levantó la vista, y lo vio parado frente a él. Era su doble, igual en todo, menos en su aspecto afable y en su atractiva sonrisa. Desde su infancia había convivido con él: jugando, platicando y en ocasiones discutiendo. Eran amigos y enemigos, luz y sombra de su vida y sus contradicciones vitales.
Estebanl le dijo:
- Estoy perdiendo popularidad con los amigos, necesito hacer alguna acción espectacular para recuperarla.
- No es necesario, tú tienes presencia ante ellos y te aprecian.
-¡No te metas dónde no te llaman! Cogió su gorra y salió de su habitación.
Llegó emocionado con sus amigos y con los folletos promocionales en las manos, les dijo:
- ¡Vamos a participar en una competencia de balsas por el río Amacuzac! Ya inscribí al equipo. Es el fin de semana, así que no tenemos tiempo que perder, vamos a empezar a hacer la balsa.
Los tres amigos lo escucharon con atención y era tal su entusiasmo, que se involucraron activamente en el proyecto.
Llegaron temprano a las grutas de Cacahuamilpa, dónde iniciaba la competencia. Llevaban una amplia balsa compuesta de infinidad de cámaras -de diferentes tamaños, unidas con cuerdas- en la cual cabían apenas los cuatro amigos. Observaron que los otros participantes iban con equipos profesionales y adecuados al riesgo de la aventura. Ellos no llevaban protección alguna.
Escucharon un bramido ensordecedor que  estremeció sus conciencias y sembró el miedo a la represión de la naturaleza por la usurpación de sus espacios. Dieron algunos pasos más hasta lo alto de la cañada cerca de la gruta y ¡lo que vieron los espantó! La boca de un gigante de piedra que vomitaba espasmódicamente montañas de agua, que en borbotones y con fuerza, se elevaban hasta los bordes más altos de la gran garganta  y que al chocar contra las paredes del barranco, lanzaba a la atmósfera voluminosas masas de agua que formaban de nubes y humedecían el ambiente cientos de metros a la redonda.
Los amigos asustados ante el reto, manifestaron su negativa a participar, lo que provocó que Esteban se enfureciera y decidiera hacerlo solo.
Ante el encolerizado Esteban se presentó su "similar" y lo exhortó a desistir. Como de costumbre, lo ignoró y empujando la balsa al torrente, aferrándose a ella con desesperación se precipitó en una vertiginosa carrera que devoró a la frágil balsa y la impulsó contra la pared como a un  guijarro invasor de su dominio.
Sólo la balsa completó el recorrido y... comenzó la desesperada y ardua búsqueda. Lo encontraron al atardecer desmayado sobre las rocas de un recodo.
Se presentó el “similar” cuando lo estaban reanimando, se dieron un abrazo virtual e iniciaron el viaje compartido al resto de su existencia.

10 de noviembre de 2012

domingo, 4 de noviembre de 2012

Certificado de supervivencia


Certificado de supervivencia

Depende exclusivamente de ti
darle sentido a tu vida." 
Jean Paul Sartre 
Como de costumbre, me levanté temprano, sin el dolor que durante la noche me estuvo molestando ⏤”debieron ser los tacos de carnitas y el menudo que cené en la fonda de Doña Refugio”⏤, pensé.
Me di cuenta de que me había dormido con la ropa puesta, tal vez porque me sentía mal del estómago. Lo cierto es que no tuve deseos de desayunar y ni siquiera me arregle para salir.
Me sentía más ligero que de costumbre, las articulaciones no me dolían, no tenía mis habituales agruras y el dolor de la ciática no se había manifestado. El día estaba resplandeciente, la temperatura agradable y yo no me sentía tan bien desde hace muchos años. Más aún, porque hoy estrenaba mi Certificado de Supervivencia.
Había ido ayer a la clínica médica del Seguro Social y después de tres horas  de espera y de cien pacientes plenamente certificados de su existencia, tuve el honor de que un empleado ⏤técnicamente capacitado⏤ me extendiera el codiciado documento.
Hoy, que camino por las calles del centro de la ciudad y veo tantas personas ancianas, que tal vez no estén vivas, porque no tienen un certificado de supervivencia ⏤extendido por  un empleado experto, que les asegure que aún pueden disfrutar del aire contaminado de éste planeta⏤ me doy cuenta de lo vital de dicho documento.
En ese discurrir andaba, cuando pasé por una tienda de ropa y me sentía tan de buen ánimo que decidí ver algunos  trajes. Me paseé por los pasillos y quise ver mi  figura antes de comprar uno. Me puse delante del espejo y… 
¡Se equivocó al devolver la imagen! 
Me hice a un lado y rápidamente volví a enfrentarme al espejo. 
¡Nuevamente, no me reflejó! 
Es inaudito que en una tienda de primera categoría tengan un espejo que no devuelva la imagen.
“¡No pueden hacer algo tan defectuoso que no sirva para lo que fue construido!”, me dije. Salí de la tienda hecho una furia.
Saqué el certificado de mi bolsillo y nuevamente leí que el  papel certifica ampliamente que estoy vivo; apenas me lo dieron ayer y lo firmó un empleado especializado en certificar la supervivencia. Una persona con tal preparación, no puede equivocarse. Si me enfrento a un espejo y mi figura  no se refleja, iré a otra y a otra tienda hasta que lo consiga.
Caminé hacia el parque y me senté a pensar en una banca. No entendía mi situación, estaba confundido. Después de un rato, tomé el periódico que alguien había dejado en el lugar. Observé  algunas notas y llegué a la sección de necrologías y...
¡Con sorpresa, leí mi propio aviso de defunción!
Me apena que el mundo no sepa  que estoy en condiciones de mostrar dondequiera y a quién sea, un vigente, prolijo, y minucioso certificado de existencia.
Afirmo pués qué: 
Vivir, después de todo, no es tan fundamental, lo importante es que alguien debidamente autorizado certifique que uno… 
¡Probadamente existe!


domingo, 28 de octubre de 2012

El asesino silencioso







El asesino silencioso

Jorge Llera

Las reuniones en la casa del lago eran concurridas. Acudían alumnos y maestros de la Facultad de Sicología. En  un clima de intelectualidad, después de la cena, se trataban temas de interés profesional que se prolongaban hasta altas horas de la noche. El anfitrión era hijo único de un importante industrial y compensaba su soledad con las reuniones semanales que organizaba. En esta ocasión se hablaba del "síndrome de Reinfield", más conocido como vampirismo.
    Comentaba el doctor Steinback, que el vampirismo era una parafilia poco frecuente y escasamente estudiada, cuando Andrés - estudiante del último grado- les solicitó su atención para contar una historia que le ayudaría a  establecer una tesis que consideraba incontrovertible.
La audiencia, curiosa y divertida, ante la expectativa de polemizar sobre un tema por demás macabro y ampliamente explotado en la literatura y el cine,  aprobó su propuesta.
Andrés se incorporó de su asiento y comenzó el relato diciendo:     
      " En la parte alta de la sierra, en una finca cafetalera a la que sólo se tenía acceso por veredas, vivía la comunidad del conde Rackozy, de origen  Rumano, quién construyó un castillo de estílo centroeuropeo en la mitad de un bosque de coníferas. El clima húmedo y frío  hacía que la niebla abrazara al castillo desde el atardecer y destapara su sábana grumosa lentamente ya entrada la mañana. El  interior del castillo era oscuro, iluminado tímidamente por la terquedad de algunos rayos de luz que burlaban la opacidad de los altos ventanales. El mobiliario antiguo y pesado, se aposentaba con la propiedad de un anciano dentro de la pardidez de un  ambiente lúgubre tapizado de polvo. Por las noches, el castillo cobraba vida, se oían ruidos, lamentos y cantos, por lo que se rumoraba que se hacían ceremonias paganas y  que eran adoradores del demonio.
        Los moradores habían llegado hace algunos años en un grupo numeroso, huyendo de su país natal por problemas con las autoridades. En general, eran de  piel blanca, casi albinos; pelo rubio, lacio y largo. Cuerpos delgados y de facciones finas. Su vestuario contrastaba con el de los pobladores, pues por su sobriedad daban la apariencia de empleados de funeraria. Deambulaban por el poblado después del atardecer, sin un fin aparente y no se relacionaban con la gente.
          Al poco tiempo de  su llegada, comenzaron los asaltos nocturnos en el pueblo. La gente era sorprendida por la noche y agredida por la espalda, se desmayaban y al despertar se sentían débiles y cansadas. Con el tiempo, se notó un decaimiento en la salud de los pobladores y el  aumentaron los casos de desnutrición y anemias, situación que originó la atención de las autoridades sanitarias del Estado y la irritación de los habitantes al culpar al Conde Rackozi y su comunidad de ser la causa de sus males.
     Los pobladores se estaban organizando para atacar a los seguidores del Conde, cuando comenzó una insólita ola de entierros en la comunidad Rackozi. Día con día, había muertes. Tal fue la gravedad de los siniestros que, en el término de tres meses, solo quedaron el Conde y dos subalternos, mismos que huyeron abandonando apresuradamente la finca y el castillo, sin presentir que también a ellos los exterminaría el asesino silencioso..."
- ¡Y he aquí mi tesis compañeros! ¡No hay mal que por bien no venga! ¡Es un hecho que el vampirismo se va a extinguir!... ¡Lo va a exterminar el SIDA!


12 de diciembre de 2012