domingo, 19 de mayo de 2013

Paradigmas



Paradigmas

Jorge Llera

 Me levanté después del mediodía con los rescoldos  etílicos de una noche farragosa. La  mente pesada y el espíritu incoherente me dificultaban encontrar mi ropa. Por fin, logré rescatar mi short escondido bajo  la cama, resistiéndose  como de costumbre a  enfundarse en un ambiente tufoso y mal ventilado. Los guaraches, como pareja mal avenida... distanciados: uno al lado de la puerta y el otro en una silla del comedor del cuarto de azotea que ocupo como vivienda. La camiseta, fiel compañera de la semana, permanece asimilada a mi cuerpo hasta nuevo aviso, que se dará cuando llegue nuevamente el agua al edificio y pueda lavar.
            Una náusea irrumpe intempestivamente y se asoma con peligro a mi boca al levantar demasiado alta la cabeza; la controlo, respirando varias veces profundamente... ¡mi  irascible organismo me exige agua! La bebo directamente del lavabo junto al baño, aguantando el mareo  y me atrevo a mirar el deforme espejo situado  frente a mi: -¡Pucha, que cara!- digo al ver reflejado un rostro amarillento, demacrado y macilento que enarbolando un penacho de zacate, imita mi asombro,  ademanes y palabras.
            Empiezo lentamente a recordar. Salí a tomar unos tragos con El Checo y dos amigos; seleccionamos la zona Rosa  por lo colorido de su paisaje urbano y la conveniencia de  aprovechar las bebidas, al dos por uno, que promocionan los bares. Caminamos las calles escoltados por los anuncios luminosos de las bardas al borde de la acera, que con destellante premura, nos invitaban a consumir e incitaban nuestros deseos de fumar, beber, comer, untar, oler y... más. Comprar... comprar... comprar, "para disfrutar con clase la vida que mereces".
             Pensé en algún momento: ¿Cuánto de esto puedo adquirir con mi salario? ¿Cuánto necesito para ser feliz?... ¿Cuánto? No perduró mi introspección… se diluyó poco a poco entre la bebida y el sonido retumbante de la música disco en los bares visitados, que cimbrando mis neuronas con su monótono ritmo, aceleraron mi actividad y dispersaron mi congruencia  . 
            De antro en antro, custodiados por la ferviente luminosidad comercial y bajo el cobijo de los anuncios espectaculares ocultando parcialmente la luna, con el afán de impedir que los opacara en vistosidad, fuimos invadidos por la contaminación de sus frases mediáticas y manipuladoras: "El canal de las estrellas… nuestro canal"; "Porque tú lo vales..." o, de plano, nos invitaban a vender el alma con "Hay ciertas cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás...." . O las elitistas, “Soy totalmente…” Largo rato seguimos rondando, comprando estatus e ilusiones hasta agotar nuestros recursos en tiempo y dinero, y acabar con gran parte de la noche, que aburrida  nos conminó a descansar.
            Aquí estoy ahora, en el "Roof Garden", la  azotea que circunda mi vivienda, disfrutando del aire pesado de la ciudad y de los escasos rayos solares que logran penetrarlo; en shorts,  guaraches y habiéndome desprendido de mi solidaria camiseta,  observo el paisaje urbano:
            Estoy rodeado de edificios multifamiliares que con sus innumerables ojos vigilan permanentemente la ciudad, copeteados de negros tinacos  y rejas de tendederos multicolores; infinidad de antenas receptoras que como palomas circulares, se posan en las salientes de las fachadas o, en los quicios de las ventanas. Me acosan persistentemente los anuncios espectaculares que  ofrecen sueños y exigen revisión de vida y de valores. Insisten con denuedo, en qué nuestra mirada alcance más de lo  que alcanza la conciencia.
            No pude dormir, me fue imposible retornar a mi insensibilidad cotidiana.  La noche de ayer me marcó. Me persigue la certeza de que podría vivir en un mundo diferente. Este pensamiento se  hace cada vez más demandante...
            Llené la mochila con mis pertenencias, bajé las escaleras y retorné con alegría a mis orígenes, sin  anuncios espectaculares que me indiquen lo que debo de pensar o hacer.
19 de mayo de 2013  

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