sábado, 25 de mayo de 2013

Evocación




Evocación


Hacer el retrato de una ciudad es el trabajo
de una vida y ninguna foto es suficiente,
porque la ciudad está cambiando siempre...
Berenice Abbott

Cada vez es más difícil subir las escaleras del restaurante. Desde hace algún tiempo lo hago por etapas, aunque sólo sea un piso. Es como la vida, debe de transitarse por épocas, haciendo las debidas pausas cuando se siente el  cansancio. Aunque algunos escalones los subí atropellada e inconscientemente en mi existencia, no me arrepiento. La vida es prueba y error... Lo practiqué fielmente y me deleitó hacerlo.
Ocupo la mesa permanentemente reservada para nuestra nostalgia, al fondo, donde la penumbra resguarda las  vivencias infantiles y juveniles que desgranaremos en la conversación y  animaremos con la polémica  anecdótica durante el desayuno.  
Llegan uno a uno los camaradas, arrastrando sus vidas en la lentitud de su caminar, encorvados por el peso de sus historias, y con la esperanza inútil de desprenderse de ellas, descargándolas sobre los demás.
El lugar,  tiene la magia de un pasado que acumuló millones de emociones entre las paredes de un cine de barrio: El centenario, que imponía su presencia intentando ser un arquetipo  art déco, sin lograrlo. Por sus  amplias ventanas se contemplaba el ancestral y apacible Parque Hidalgo, cubierto de árboles, arbustos y flores; enamorados impregnando las bancas de azúcar; y de sus habitantes permanentes:  multitud de palomas que en manchas móviles salpicaban los adoquines; y el viejo fotógrafo, con su cámara de tripié, capturando fantasmas. Ambos esperando lo mismo... migajas para alimentarse.
Los recuerdos se prendieron de alfileres antes de hilvanarlos y aparecieron colgados de las antiguas memorias: 
El tamborileo, con pies y manos que hacíamos en el piso y las butacas para apurar al cácaro a iniciar la proyección  o, que reparara la película quemada;  el vendedor de muéganos, paletas heladas y pepitas, que transitaba por los pasillos promoviendo a voz en cuello sus productos e interfiriendo la visión; la batalla desde los palcos en contra de los fumadores clandestinos, que con nuestras ligas buscábamos liquidar y el estruendo que armábamos cuando las cenizas incandescentes volaban por los aires como pequeños fuegos artificiales, al acertar en nuestro tiro.
La emoción en la nostalgia del nerviosismo al tratar de pasar, con movimientos cortos, titubeantes y superficiales, el brazo por la espalda de la amiga durante la función de cine; acariciando su pelo y acercando poco a poco su cabeza a nuestro hombro, antes de darle el primer beso.  
También, recordamos con delicia, la bronca tumultuaria por la posesión de uno de los palcos, con la palomilla de la colonia Romero de Terreros; nuestro traslado en Julia a la delegación, junto con los rivales y la  regañiza de nuestros padres al ir a liberarnos de los cargos.
Se colgó en los alfileres, la promoción de tres películas por un peso y cincuenta centavos, para ver, entre otras: El pirata Hidalgo, con Burt Lancaster; Los tigres voladores, con John Wayne; Roy Rogers y su caballo trigger. 
…Y camino a casa, no podías dejar de pasar por La Moreliana, taquería ubicada en Carrillo Puerto -dónde ahora se encuentra un restaurante de comida China- con las mejores flautas y tostadas de pata que han existido o, por lo menos eso nos parecía al estarlas disfrutando acompañadas de un tarro de tepache.
Innumerable cantidad de  anécdotas fueron colgadas antes de que el hambre y la necesidad de acudir a la casa nos obligara a pedir la cuenta. Llamé a la mesera:
- Nos trae nuestra cuenta por favor.
- ¿Nuestra...?
Incomprensiblemente, se retiró... moviendo dubitativamente la cabeza.


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