jueves, 9 de mayo de 2013

Incriminación





Incriminación

Nunca en vida tuve esta sensación de placidez: sin preocupaciones, miedos o, temores a esconder mis sentimientos, ni la angustia de traicionar los principios religiosos. Ya no tendré que esconderme de todos. Fui obligada a casarme con una persona mayor al que nunca quise y que me trató siempre como servidumbre de la casa.
            Álvaro llegó a mí inesperadamente, era un vecino amable que me ayudaba a resolver problemas domésticos. Con el trato continuo, la amistad se transformó en pasión. ¡Ahí conocí el amor! ese sentimiento desbordante imposible de contener, ¡esa necesidad de estar siempre a su lado! Lo veía por las tardes, después de vender mi comida en las trajineras; acercaba mi canoa a un canal no frecuentado por el turismo y lo esperaba impaciente e ilusionada. Se embarcaba siempre con un ramo de flores en las manos, una sonrisa y el beso apasionado que transportaba sus deseos al caldero hirviente de mi cuerpo, provocando de inmediato una desesperación por sentirme invadida internamente de su vigor y la necesidad de abrazarlo con la humedad ardiente de mi sexo. Dejábamos bogar a la deriva la canoa mientras cumplíamos fervientemente el rito del amor, como  animales salvajes que en la cópula buscan su liberación. Después, dormitábamos tiernamente abrazados, mecidos por el suave vaivén del agua que  celebraba nuestro romance y viendo cómo el atardecer se filtraba por los ahuejotes reverberando con tonalidades plateadas el agua verdosa del canal e iluminando las floreadas chinampas de las orillas.
            Disfrutábamos de uno de esos momentos de placidez y ensueños que produce la satisfacción plena del cuerpo, cuando sentí que una mano me cogía de las trenzas y me jalaba abruptamente hacia el agua: aullé asustada por la sorpresa y el dolor, solicitando el auxilio inmediato de Álvaro, al que vi abandonar la canoa atropelladamente en busca de la salvación. En la desesperación por salir a la superficie, pateé y arañé al agresor con toda la energía de que fui capaz; mi defensa fue inútil, la decisión de ahogarme era superior a mis esfuerzos. Me desvanecí cuando el agua invadió mis pulmones y el abandono de la vida fue natural. Los lirios rozaron  mi cuerpo y el lodo me invadió lentamente hasta cubrirme, incorporándome a su entorno.
            El ambiente lúgubre de la funeraria trataba inútilmente de opacar las conversaciones de los vecinos y familiares que venían a condoler a Don Pedro y a sus hijos. El ataúd custodiado por cuatro cirios que calentaban el ambiente y clamaban al cielo por el perdón de los pecados, se ubicaba al fondo de la habitación y aguantaba con estoicismo el cambio de guardias de los que presentaban sus respetos. Abundaron las misas y las flores. La tristeza se reflejaba en todos los rostros y un abatido esposo, derramaba lágrimas por la pérdida irreparable.   
            Tengo que seguir consternado, abatido e inconsolable. No debo cometer errores que induzcan a la gente a pensar en mi culpabilidad. ¡Pinche vieja!, recibiste tu merecido, de mi nadie se burla. Creíste que no me daba cuenta, pero te seguí varias veces y descubrí tu infidelidad. ¡Del cabrón... ya me ocuparé después!
            El movimiento monótono del autobús en marcha lo adormecía, pero el miedo a ser detenido lo mantenía alerta; esperaba con ansiedad llegar a la frontera.
            Dos horas más y estaré en Reynosa. Mi primo debe estar esperándome en la terminal y de ahí... Al otro lado. Sólo dos horas... Ten calma, que la gente no te vea nervioso. 
¡Se lo dije desde un principio: -No quiero problemas con tu marido! Me aseguró que él no se daba cuenta... que no salía de su  tlapalería ni para comer, que todo lo tenía controlado.
¿¡Cómo iba a defenderla de su marido!?¿Cómo…?
            Por la ventanilla, el árido paisaje asomaba su rostro pardo y arenoso, el sol quemaba sin rubor a un sufrido desierto que salpicaba de palmas y cactus la superficie para protegerse de su inclemencia. El fuerte viento de la tarde jugaba con los arbustos secos, rodándolos hasta perderlos en la lejanía, mientras el autobús avanzaba velozmente a terminar su jornada. Una abrupta frenada desconcertó a los pasajeros. El autobús se detuvo totalmente, interceptado por un retén militar.
            Subieron abordo dos oficiales que comenzaron a revisar a los pasajeros de adelante; se bajó el sombrero sobre la cara y fingió dormir. El sudor empapaba todo su cuerpo y resbalaba por el rostro cubierto, confundido con lágrimas de desesperación. Sus puños cerrados, implorando un milagro, lastimaban las palmas de sus manos. Sintió la necesidad urgente de liberar sus esfínteres cuando percibió la perturbadora presencia a su lado.
- Documentos, por favor...




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