La
decisión
Jorge Llera
Salí
angustiada y nerviosa del viejo edificio dónde vivo, con la duda de la decisión
tomada, pero con la necesidad de solucionar el problema a la brevedad. He
analizado mi situación durante toda la semana, rondando como en un tiovivo, la
pequeña terraza de la casa de huéspedes, al cobijo de los macetones con coloridos
claveles de doña Amalia mi hospedera. Siento desesperación y angustia por éste
suceso inesperado que modificó mi vida y me obliga afrontarlo sola con mis escasos
recursos. Desde la noticia, siento el repiqueteo constante dentro de mí, en
razón de una moral conservadora que arrastro como una pesada roca y aunque la
rechazo, llega en momentos, intempestivamente, inmiscuyéndose en mis
pensamientos.
Bajé los últimos escalones hacia la
avenida y caminé pensativamente por las calles, rozando la herrería de los
balcones con las manos, como lo hacía de pequeña y admirando las cabezas
coloridas de los claveles asomando por los barrotes. Sin proponérmelo llegué a
la calle de Ámsterdam, abundantemente arbolada y plena de edificios -con añoranzas incorporadas a las oscuras
fachadas. Transité sobre las baldosas húmedas aún por el aguacero del día de
ayer y no quise detenerme a tomar un café en un restaurante con mesas en la
banqueta y a observar el paseo de los vecinos con sus mascotas, con la
intención de esconder mi turbación. Preferí sentarme en una banca del parque
San Martín, admirar los claveles multicolores de las jardineras a mi lado y los
árboles con sus largos brazos, queriendo intervenir en mis elucubraciones y opinar
al respecto.
Pensé en Antonio: tan atractivo y
galante como un artista de cine, que emocionó mi vida hasta la idolatría; me
hizo sentir la seguridad de la cual había carecido siempre y me dio la ternura
ansiada desde mi niñez. Me regaló un ramo de claveles de distinto color en cada visita, acompañándolo del ardor
transmitido por su pasión. Preludió en mí el maravilloso mundo del amor y, a
partir de la iniciación, el anhelo de tenerlo siempre a mi lado, acariciando mi
cuerpo y mi alma con palabras tiernas y tranquilizadoras. Lo cobijé cada noche
en mi ser, bebiendo su savia enloquecedora en ritos indescriptibles. Mi pareja…
a la que tanto amé.
¡El irresponsable me abandonó en el
momento más complicado de mi vida, cuando más lo necesitaba!… En el inició de la
trascendencia de nuestros seres, el momento de la transformación de nuestro
mundo; ahí mostró la total incomprensión de nuestra realidad.
Los árboles que me circundaban abrazaron
mi tristeza, refrescándome con el sudor
húmedo de sus troncos y transmitiendo un
hálito de vida sobre los tallos esbeltos y verdes de los claveles que a mis
pies animaban mi destrozada alma.
Emprendí nuevamente el camino y
mientras atravesaba el parque España, pensé
en la doble moral de una sociedad conservadora e hipócrita, aliada a la
iglesia, que fustiga a las mujeres desvalidas para obligarlas a no ejercer el
derecho de decisión sobre su cuerpo, y condenarlas a una vida miserable. Esa
doble moral que utilizan también, para defender a algunos de sus militantes
depredadores de la niñez .
Cansada
y abatida, se acrecentó mi rencor al recordar el rechazo de mi padre a mi
embarazo fuera de un matrimonio autorizado por la iglesia y la tristeza, por la
complicidad de mi madre a la resolución paterna, contribuyendo a mi ayuda sólo
con sus bendiciones.
Llegué a la calle de Durango y tras
el follaje alcance a distinguir el hospital con sus jardineras de claveles
multicolores.
27
de mayo de 2013
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