lunes, 27 de mayo de 2013

La decisión



                                                                            La decisión

Jorge Llera

Salí angustiada y nerviosa del viejo edificio dónde vivo, con la duda de la decisión tomada, pero con la necesidad de solucionar el problema a la brevedad. He analizado mi situación durante toda la semana, rondando como en un tiovivo, la pequeña terraza de la casa de huéspedes, al cobijo de los macetones con coloridos claveles de doña Amalia mi hospedera. Siento desesperación y angustia por éste suceso inesperado que modificó mi vida y me obliga afrontarlo sola con mis escasos recursos. Desde la noticia, siento el repiqueteo constante dentro de mí, en razón de una moral conservadora que arrastro como una pesada roca y aunque la rechazo, llega en momentos, intempestivamente, inmiscuyéndose en mis pensamientos.
            Bajé los últimos escalones hacia la avenida y caminé pensativamente por las calles, rozando la herrería de los balcones con las manos, como lo hacía de pequeña y admirando las cabezas coloridas de los claveles asomando por los barrotes. Sin proponérmelo llegué a la calle de Ámsterdam, abundantemente arbolada y plena de edificios  -con añoranzas incorporadas a las oscuras fachadas. Transité sobre las baldosas húmedas aún por el aguacero del día de ayer y no quise detenerme a tomar un café en un restaurante con mesas en la banqueta y a observar el paseo de los vecinos con sus mascotas, con la intención de esconder mi turbación. Preferí sentarme en una banca del parque San Martín, admirar los claveles multicolores de las jardineras a mi lado y los árboles con sus largos brazos, queriendo intervenir en mis elucubraciones y opinar al respecto.
            Pensé en Antonio: tan atractivo y galante como un artista de cine, que emocionó mi vida hasta la idolatría; me hizo sentir la seguridad de la cual había carecido siempre y me dio la ternura ansiada desde mi niñez. Me regaló un ramo de claveles de distinto color  en cada visita, acompañándolo del ardor transmitido por su pasión. Preludió en mí el maravilloso mundo del amor y, a partir de la iniciación, el anhelo de tenerlo siempre a mi lado, acariciando mi cuerpo y mi alma con palabras tiernas y tranquilizadoras. Lo cobijé cada noche en mi ser, bebiendo su savia enloquecedora en ritos indescriptibles. Mi pareja… a la que tanto amé.
            ¡El irresponsable me abandonó en el momento más complicado de mi vida, cuando más lo necesitaba!… En el inició de la trascendencia de nuestros seres, el momento de la transformación de nuestro mundo; ahí mostró la total incomprensión de nuestra realidad.
            Los árboles que me circundaban abrazaron mi tristeza, refrescándome  con el sudor húmedo de sus troncos y transmitiendo  un hálito de vida sobre los tallos esbeltos y verdes de los claveles que a mis pies animaban mi destrozada alma.
            Emprendí nuevamente el camino y mientras atravesaba el parque España, pensé en la doble moral de una sociedad conservadora e hipócrita, aliada a la iglesia, que fustiga a las mujeres desvalidas para obligarlas a no ejercer el derecho de decisión sobre su cuerpo, y condenarlas a una vida miserable. Esa doble moral que utilizan también, para defender a algunos de sus militantes depredadores de la niñez .
            Cansada y abatida, se acrecentó mi rencor al recordar el rechazo de mi padre a mi embarazo fuera de un matrimonio autorizado por la iglesia y la tristeza, por la complicidad de mi madre a la resolución paterna, contribuyendo a mi ayuda sólo con sus bendiciones.
            Llegué a la calle de Durango y tras el follaje alcance a distinguir el hospital con sus jardineras de claveles multicolores.


27 de mayo de 2013

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