Enseñanza
de vida
No tengo intención de levantarme. Espero que no me llamen por
teléfono o, que no se le ocurra a mi madre que le haga algún mandado. No quiero
moverme, ni quitarme los zapatos… aunque se ensucie la colcha, total, después
la sacudo, si alguna vez llego a pararme. Quiero seguir recostado fumando mi
cigarro. Estoy triste, como casi todos los días, melancólico -diría mi maestra
de biología.
Escucho la misma
música que me acompañó durante la caminata por el parque con Elisa. Por la
ventana abierta, está penetrando una brisa refrescante -con olor a eucalipto-
del viejo árbol que filtra los rayos del sol para que entren a mi cuarto como
en un abanico de luz. Nunca me había fijado en la cantidad de pájaros que se
posan en sus ramas y la variedad de
trinos que emiten –la vida es bella.
Estoy
feliz, porque creo que la amo. No le he dicho nada aún, esperaré la primera
oportunidad. Yo pienso que sí es amor, porque cada vez que me acerco a ella:
huelo su perfume, veo sus lindos ojos negros y tomo sus mano para saludarla, me tiemblan las
piernas y el corazón comienza a correr como si huyera, cuando lo que quiero es
estar más cerca de ella. Debo de fijarme más también en lo que hablo, pues la
otra vez, quise decir cosas importantes o diferentes y tartamudeé -de plano la
regué- y lo peor… me ruboricé –y me lo dijo. Eso lo aprovecha Antonio para
quedar bien con ella. Le anda tirando
también los perros. ¡Espero que no lo pele!
¡Me hizo caso!...
¡ya es mi novia! Sucedió en una banca del parque mientras platicábamos; me
acerque y la besé, sintiendo la tibieza de su boca y el roce húmedo de su
lengua, que con la suavidad suculenta de un durazno maduro, comí esparciendo su
jugosidad. La tomé entre mis manos y con mis dedos jugué con su larga cabellera
negra. Se separó y lentamente me jaló hacia un viejo árbol; nos recargamos en su
tronco y nos acariciamos, motivados por la ansiedad y la abstención del deseo.
Mientras nuestras manos nos recorrían sutil y superficialmente, la emoción
calentó ambos cuerpos, y respondimos al estímulo de la presurosa pasión. Ella
me aprisionó suavemente entre sus muslos; mi pierna, empujando levemente su
vestido, descubrió su calidez e... ¡intempestivamente, una explosión de luz
estalló en mi cuerpo!, cimbrándome en una turbación de dicha. ¡La amo!, ¡la
amo!… y la amaré toda la vida.
Hoy
cumplimos tres meses y… no llegó a la cita. No sé qué pasa… quedamos en algo y
no lo cumple. Ya no tiene tiempo para mí. La siento distante, fría y aburrida;
como si nuestra relación fuera una lápida que la aplastara y sofocara. No sé
¿qué hacer?. La inseguridad y la desconfianza me persiguen.
Los celos
se adueñaron prácticamente de mi vida. Siento constantemente un dolor en el
pecho que dificulta mi respiración; el temor de que me engañe, corroe mi cuerpo.
No duermo, no como, ando como robot todo el día. Tengo permanentemente un
pensamiento: ¿Cómo la puedo retener? ¿Cómo hacer para que me vuelva amar? Por las noches vago de cuarto en cuarto, sin poder
conciliar el sueño. Le hablo por teléfono, sin importar la hora; ¡Claro, no
quiere que la despierte! quiere cortar la conversación y no la dejo, necesito
oír su voz… ¡la amo y la odio! No entiendo: ¿Cómo puede dormir en estas
circunstancias?
La seguí al
salir de la escuela y vi, con lágrimas en los ojos y el dolor más profundo que
he sentido en mi vida, como Antonio la recibía tomándola de la cintura y
dándole un beso de amor tan apasionado que obligó a los transeúntes a voltear
la cara y sonreír.
No tengo
intención de levantarme, estoy frustrado, es el dolor más fuerte que he tenido
en mi vida. Acurrucado sobre mi cama veo a la luna entrar a la habitación, sus plateados
brazos me acarician, tratando de compartir el luto de mi alma. El dolor me
desgarra y tardará mucho en sanar la herida.
Suena el
teléfono y después de tres timbrazos levanto el auricular:
- Bueno…
- ¡Hola
Juan! ¿Te desperté?
- No, estoy
muy triste, terminé con Elisa, estaba pensando…
- ¡Voy a
salir a bailar con dos amigas! ¿Quieres ir? Al fin un clavo saca otro clavo
¿Qué dices…?
- ¡Vamos!
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