domingo, 7 de julio de 2013

La entrevista

La Entrevista


- De verdad ¿hablaste con tu difunto marido?
            - Si Laura, estuve conversando con él, se manifestó a través del Gran Masarachi. Se le oyó débil pero claro por diez minutos, suficientes para que me comentara algunos situaciones que no pudimos resolver cuando vivía. Antes de irse me pidió que ya no lo llamara, porque iba a emprender el camino definitivo que había postergado.
            - ¡Llévame, Esperanza! Yo tengo que hablar con Arturo de asuntos importantes.
Conseguir cita para una sesión con el Gran Masarachi no era sencillo, porque además de ser muy solicitado, se tenía que concertar con una anticipación de tres meses y es que las almas no son fáciles de localizar y tampoco están a nuestra disposición- hay que convencerlas, decía el médium cuando le cuestionaban.
            Laura llegó alrededor de las once de la noche por exigencia de la cita. Los espíritus son nocturnos, sobreviven en la oscuridad para transitar mejor en la tranquilidad del misterio y para afirmar su imagen publicitaria le había dicho El Gran Masarachi. ¿Cuándo has sabido de manifestaciones espirituales diurnas? perderían su emotividad y encanto al hacerlas cotidianas.
            La calle, solitaria y oscura, proyectaba las sombras largas de las construcciones sobre el empedrado. Un farol al final de la calle arrojaba con timidez una luz temerosa. Con dificultad localizó la dirección. Un muro alto de piedra con dos pequeñas ventanas en la parte superior, enmarcaba a un portón central. Con aprensión,  empuñó la aldaba y llamó. Los goznes emitieron un grito de dolor al abrirse la  puerta  y procedente del fondo de una sala escasamente alumbrada escuchó la voz profunda  del Gran Masarachi : Pase Laura, la estamos esperando.
            Con caminar pausado, un hombre alto, delgado, de pelo lacio que le caía libremente sobre sus hombros, portando una significativa nariz aguileña que acentuaba la sonrisa leve de unos labios simulados, la tomó del brazo y la llevó a una mesa redonda, cubierta con un mantel pesado y oscuro en la que había cuatro personas, irrelevantes como lo demás del mobiliario en la penumbrosa habitación. La veladora en el centro de la mesa iluminaba tenuemente los rostros, cambiando sus expresiones con las fluctuaciones de la llama.
            El Gran Masarachi les indicó que se tomarán de las manos y se concentrarán en llamar al espíritu de Arturo para que se manifestase en la sesión y que por ningún motivo rompieran el círculo de energía, porque podrían generarse situaciones funestas.
            Con voz grave, monótona y alargando las palabras hasta tocar las paredes, que las regresaban sin querer comprometerse, el médium inició el llamamiento: -¡Artttuuurooo, Arttuuroo Roobbleesss! Tu angustiada mujer solicita que te manifiestes, te lo ruega, ¡Es urgente!- El llamado se repitió durante un tiempo en el silencioso espacio, perturbado sólo por el ruido en la respiración de los participantes.
            El calor comenzó a aumentar en la sala, perlando la frente de todos y haciendo llorar sus manos entrelazadas. Una difusa luz se aposentó sobre un sillón al fondo de la sala, mientras el Gran Masarachi  iniciaba una contorsión de brazos y su rostro se transfiguraba, cuando comenzó a hablar con una voz diferente a la propia:
            -¿Qué quieres Laura?… ¿Ni muerto me vas a dejar en paz?
            - ¡Hola Turito, que gusto oírte de nuevo! No sabes cuánto te he extrañado.
            La luz del sillón dio un brusco salto mientras la voz a través del Gran Masarachi  exclamaba estrepitosamente:
            - ¡Pinche, Laura! Ahora si no me engañas, he visto tu promiscuidad a lo largo del año...
            - ¡No, papaíto. Era la tristeza de no tenerte conmigo, el dolor me impulsó a buscarte en otros cuerpos.
            - Siempre fuiste así. En fin ¿Para qué me buscaste?
            - Primero quería oír tu voz nuevamente, mi rey,  y de pasada preguntarte por el Banco y la sucursal dónde tenías la caja de valores. Quiero ver si dejaste alguna joya, dinero o, documentos con los que te pudiera recordar.
            - Mira Laurita, el nombre del Banco y la sucursal estaban escritos atrás del retrato de mi madre que quemaste con todas mis cosas al otro día del sepelio. La llave de la caja de seguridad, en el llavero que los dos asaltantes me quitaron después de asesinarme y que tiraron al río, junto con mi cartera para que no hubiera pruebas, como tú se los pediste.
            ¡Qué gusto me da el que me hayas hablado! Porque a la persona que tienes tomada de la mano  izquierda, es el agente policiaco que reabrirá el caso. ¡El placer que me has proporcionado, me durará toda la eternidad!...
            Se escuchó una sonora carcajada cuando la luz sobre el sillón desapareció y el Gran Masarachi caía exhausto sobre la mesa.


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