La Entrevista
- De verdad ¿hablaste con tu difunto marido?
-
Si Laura, estuve conversando con él, se manifestó a través del Gran Masarachi.
Se le oyó débil pero claro por diez minutos, suficientes para que me comentara
algunos situaciones que no pudimos resolver cuando vivía. Antes de irse me
pidió que ya no lo llamara, porque iba a emprender el camino definitivo que
había postergado.
-
¡Llévame, Esperanza! Yo tengo que hablar con Arturo de asuntos importantes.
Conseguir cita para una sesión con el Gran
Masarachi no era sencillo, porque además de ser muy solicitado, se tenía que
concertar con una anticipación de tres meses y es que las almas no son fáciles de localizar y tampoco están a
nuestra disposición- hay que convencerlas, decía el médium cuando le
cuestionaban.
Laura
llegó alrededor de las once de la noche por exigencia de la cita. Los espíritus son nocturnos, sobreviven en
la oscuridad para transitar mejor en la tranquilidad del misterio y para
afirmar su imagen publicitaria le había dicho El Gran Masarachi. ¿Cuándo
has sabido de manifestaciones espirituales diurnas? perderían su emotividad y
encanto al hacerlas cotidianas.
La
calle, solitaria y oscura, proyectaba las sombras largas de las construcciones
sobre el empedrado. Un farol al final de la calle arrojaba con timidez una luz
temerosa. Con dificultad localizó la dirección. Un muro alto de piedra con dos
pequeñas ventanas en la parte superior, enmarcaba a un portón central. Con
aprensión, empuñó la aldaba y llamó. Los
goznes emitieron un grito de dolor al abrirse la puerta
y procedente del fondo de una sala escasamente alumbrada escuchó la voz
profunda del Gran Masarachi : Pase Laura, la estamos esperando.
Con
caminar pausado, un hombre alto, delgado, de pelo lacio que le caía libremente
sobre sus hombros, portando una significativa nariz aguileña que acentuaba la
sonrisa leve de unos labios simulados, la tomó del brazo y la llevó a una mesa
redonda, cubierta con un mantel pesado y oscuro en la que había cuatro
personas, irrelevantes como lo demás del mobiliario en la penumbrosa
habitación. La veladora en el centro de la mesa iluminaba tenuemente los
rostros, cambiando sus expresiones con las fluctuaciones de la llama.
El
Gran Masarachi les indicó que se tomarán de las manos y se concentrarán en
llamar al espíritu de Arturo para que se manifestase en la sesión y que por
ningún motivo rompieran el círculo de energía, porque podrían generarse
situaciones funestas.
Con
voz grave, monótona y alargando las palabras hasta tocar las paredes, que las
regresaban sin querer comprometerse, el médium inició el llamamiento:
-¡Artttuuurooo, Arttuuroo Roobbleesss! Tu angustiada mujer solicita que te
manifiestes, te lo ruega, ¡Es urgente!- El llamado se repitió durante un tiempo
en el silencioso espacio, perturbado sólo por el ruido en la respiración de los
participantes.
El
calor comenzó a aumentar en la sala, perlando la frente de todos y haciendo
llorar sus manos entrelazadas. Una difusa luz se aposentó sobre un sillón al
fondo de la sala, mientras el Gran
Masarachi iniciaba una contorsión de
brazos y su rostro se transfiguraba, cuando comenzó a hablar con una voz
diferente a la propia:
-¿Qué
quieres Laura?… ¿Ni muerto me vas a dejar en paz?
-
¡Hola Turito, que gusto oírte de
nuevo! No sabes cuánto te he extrañado.
La
luz del sillón dio un brusco salto mientras la voz a través del Gran Masarachi exclamaba estrepitosamente:
-
¡Pinche, Laura! Ahora si no me engañas, he visto tu promiscuidad a lo largo del
año...
-
¡No, papaíto. Era la tristeza de no tenerte conmigo, el dolor me impulsó a
buscarte en otros cuerpos.
-
Siempre fuiste así. En fin ¿Para qué me buscaste?
-
Primero quería oír tu voz nuevamente, mi rey,
y de pasada preguntarte por el Banco y la sucursal dónde tenías la caja
de valores. Quiero ver si dejaste alguna joya, dinero o, documentos con los que
te pudiera recordar.
-
Mira Laurita, el nombre del Banco y la sucursal estaban escritos atrás del
retrato de mi madre que quemaste con todas mis cosas al otro día del sepelio.
La llave de la caja de seguridad, en el llavero que los dos asaltantes me
quitaron después de asesinarme y que tiraron al río, junto con mi cartera para
que no hubiera pruebas, como tú se los pediste.
¡Qué
gusto me da el que me hayas hablado! Porque a la persona que tienes tomada de
la mano izquierda, es el agente
policiaco que reabrirá el caso. ¡El placer que me has proporcionado, me durará
toda la eternidad!...
Se
escuchó una sonora carcajada cuando la luz sobre el sillón desapareció y el Gran
Masarachi caía exhausto sobre la
mesa.
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