lunes, 15 de julio de 2013

Vuelo de gaviota en una noche estrellada




Vuelo de gaviota en una noche estrellada

Jorge Llera

Raúl salía diariamente de la escuela y caminaba por la costera de Acapulco hasta situarse frente a la Quebrada, famoso acantilado donde clavadistas nativos arriesgan su vida en una atracción turística, tirándose de una altura de treinta a cuarenta metros sobre el mar. Miraba expectante y analizaba cada momento del desarrollo de la actividad, envidiando no ser el protagonista del espectáculo. Parecía lejano su sueño porque era un círculo muy cerrado de profesionales. Vivía en el barrio de la Adobera, de donde provenían la mayoría de los clavadistas; platicaba frecuentemente con ellos pidiéndoles consejos y la oportunidad de iniciarse en esa profesión.
            Todas las tardes, iluminado por la iridiscencia de un sol poniente que deslizaba destellos sobre la pleamar entusiasta, aprovechaba la oportunidad de practicar sus clavados desde alturas moderadas, en compañía de sus amigos cercanos. Este ejercicio se prolongaba varias horas por la noche hasta que el cansancio comenzaba a provocarles calambres en las piernas. El ser clavadista de la Quebrada era un sueño común y luchaban por alcanzarlo.
            En la soledad de su cuarto Raúl soñaba:
            Subiré con los reflectores alumbrándome a la distancia, llegaré al punto más alto, saludaré al público, levantaré los brazos en cruz y sacando el pecho me impulsaré con decisión, lanzándome al vacío planeando como una gaviota en el oscuro horizonte de la noche estrellada, disfrutando del aire acariciando mi cuerpo al veloz descenso de mi destino.
            Salió corriendo de la escuela para alcanzar a ver los últimos saltos de exhibición de la mañana en la Quebrada. Cuando cruzó la avenida escuchó un fuerte chirrido de frenos tras él e inmediatamente, sintió el golpe contundente sobre su cuerpo y el crujir de sus huesos antes del dolor agudo que le hizo perder el sentido.
            El diagnóstico fue fractura de pelvis y columna vertebral. El pronóstico, la invalidez permanente de la parte inferior del cuerpo. La noticia desoló a sus padres que impidieron  se informara a Raúl sobre la concluyente resolución.
            Aprendió a nadar sin utilizar las piernas; lo hacía diariamente mientras sus amigos se lanzaban cada vez más alto del acantilado. En ocasiones subía a las partes bajas de la pared de piedra arrastrándose y se lanzaba como morsa  entrando al mar deslizándose  sobre las rocas.
            Nunca perdió el ánimo y aunque las muletas formaban parte intrínseca de su vida, seguía con su sueño inalterable y recurrente:
            …disfrutando del aire acariciando mi cuerpo al veloz descenso de mi destino
            De médico en médico y recurriendo a las instituciones más avanzadas de rehabilitación, encontraron una posibilidad en un hospital de la ciudad.
            Durante todo el día le hicieron estudios llevándolo a su cuarto cerca de la media noche. Sus padres se retiraron a descansar a un hotel cercano y se quedó solo en una noche tan oscura como la amargura de su vida.
            Se escucharon las sirenas de ambulancias y bomberos en la calle del hospital. Las luces de los reflectores alumbraban la azotea del edificio. La gente se arremolinaba alrededor de los vehículos y rescatistas, mirando hacia arriba donde se encontraba un hombre con muletas y desnudo, que en actitud triunfante e iluminado por los proyectores saludó al público, levantó los brazos en cruz al soltar las muletas y, sacando el pecho, se lanzó al vacío planeando como gaviota en el oscuro horizonte de una noche estrellada…
           
16 de julio de 2013

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