Vuelo de
gaviota en una noche estrellada
Jorge Llera
Raúl salía diariamente de la escuela y caminaba por la
costera de Acapulco hasta situarse frente a la Quebrada, famoso acantilado donde
clavadistas nativos arriesgan su vida en una atracción turística, tirándose de
una altura de treinta a cuarenta metros sobre el mar. Miraba expectante y
analizaba cada momento del desarrollo de la actividad, envidiando no ser el
protagonista del espectáculo. Parecía lejano su sueño porque era un círculo muy
cerrado de profesionales. Vivía en el barrio de la Adobera, de donde provenían
la mayoría de los clavadistas; platicaba frecuentemente con ellos pidiéndoles
consejos y la oportunidad de iniciarse en esa profesión.
Todas las
tardes, iluminado por la iridiscencia de un sol poniente que deslizaba destellos
sobre la pleamar entusiasta, aprovechaba la oportunidad de practicar sus
clavados desde alturas moderadas, en compañía de sus amigos cercanos. Este
ejercicio se prolongaba varias horas por la noche hasta que el cansancio
comenzaba a provocarles calambres en las piernas. El ser clavadista de la
Quebrada era un sueño común y luchaban por alcanzarlo.
En la
soledad de su cuarto Raúl soñaba:
Subiré con
los reflectores alumbrándome a la distancia, llegaré al punto más alto,
saludaré al público, levantaré los brazos en cruz y sacando el pecho me
impulsaré con decisión, lanzándome al vacío planeando como una gaviota en el
oscuro horizonte de la noche estrellada, disfrutando del aire acariciando mi
cuerpo al veloz descenso de mi destino.
Salió
corriendo de la escuela para alcanzar a ver los últimos saltos de exhibición de
la mañana en la Quebrada. Cuando cruzó la avenida escuchó un fuerte chirrido de
frenos tras él e inmediatamente, sintió el golpe contundente sobre su cuerpo y
el crujir de sus huesos antes del dolor agudo que le hizo perder el sentido.
El
diagnóstico fue fractura de pelvis y columna vertebral. El pronóstico, la
invalidez permanente de la parte inferior del cuerpo. La noticia desoló a sus
padres que impidieron se informara a
Raúl sobre la concluyente resolución.
Aprendió a
nadar sin utilizar las piernas; lo hacía diariamente mientras sus amigos se
lanzaban cada vez más alto del acantilado. En ocasiones subía a las partes
bajas de la pared de piedra arrastrándose y se lanzaba como morsa entrando al mar deslizándose sobre las rocas.
Nunca
perdió el ánimo y aunque las muletas formaban parte intrínseca de su vida,
seguía con su sueño inalterable y recurrente:
…disfrutando
del aire acariciando mi cuerpo al veloz descenso de mi destino
De médico
en médico y recurriendo a las instituciones más avanzadas de rehabilitación,
encontraron una posibilidad en un hospital de la ciudad.
Durante
todo el día le hicieron estudios llevándolo a su cuarto cerca de la media
noche. Sus padres se retiraron a descansar a un hotel cercano y se quedó solo
en una noche tan oscura como la amargura de su vida.
Se
escucharon las sirenas de ambulancias y bomberos en la calle del hospital. Las
luces de los reflectores alumbraban la azotea del edificio. La gente se
arremolinaba alrededor de los vehículos y rescatistas, mirando hacia arriba
donde se encontraba un hombre con muletas y desnudo, que en actitud triunfante
e iluminado por los proyectores saludó al público, levantó los brazos en cruz
al soltar las muletas y, sacando el pecho, se lanzó al vacío planeando como
gaviota en el oscuro horizonte de una noche estrellada…
16 de julio de 2013
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