lunes, 1 de julio de 2013

Atracción fatal


ATRACCIÓN FATAL

Entró rápidamente y cerró de golpe la puerta comprobando que ninguna se hubiera colado. Con el matamoscas en la mano, excitado por la gran batalla recientemente terminada, volteó la cabeza de un lado a otro de la habitación para comprobar que estaba solo; recorrió la sala buscando a las enemigas tras cortinas y muebles. Cansado, se dejó caer en el sillón individual en el que aposentaba todas las tardes sus neurosis; con cuidado las  acicaló y maquilló durante varias horas, solazándose en sus miedos y  temores. Después de analizar durante algún tiempo su situación, llegó a la conclusión que era víctima desde joven de una consigna en su contra por parte de las moscas domésticas. Siempre se había sentido acosado; desde pequeño sostuvo una lucha permanente   contra de ellas.
            Por alguna extraña razón las atraía en los lugares abiertos, formándose una nube negra que en vaivén de direcciones lo envolvía en su caminar, lo habitaban, mordían, zumbaban y aturdían hasta la desesperación; corría y se resguardaba en el primer lugar cubierto que encontraba.
            Trabajaba en lugares cerrados y controlados, siempre con su inseparable matamoscas al lado. Se refugiaba en su casa y descansaba mientras las ventanas se ennegrecían esperando pacientemente su salida diurna.
            Fumigó regularmente la casa y utilizó insecticidas con resultados más breves cada vez, en la medida en que se hacían invulnerables. Siempre volvían, persistían e incrementaban su número, a pesar de los combates.
            Su caso fue conocido e investigado por los laboratorios interesados en el control de insectos. Después de meses, determinaron que su cuerpo producía una proteína con fuerte atractivo sexual para los dípteros y que el aire esparcía el aroma  a kilómetros de distancia. El olor se impregnaba en ropa y en habitaciones.
            Fue contratado por la empresa  como sujeto de estudio y cambió su residencia a un albergue preparado al lado del laboratorio  donde se hacían las pruebas. Trataron de que tuviera todas las comodidades posibles y que viviera  como en su departamento lo hacía.
            Por las mañanas, le practicaban estudios y exámenes en recintos cerrados, con multitud de moscas que sacaban de dos grandes criaderos cubiertos de malla al fondo del laboratorio. Le tenían prohibido acercarse a ese lugar porque conforme su cercanía, el movimiento se incrementaba cimbrando fuertemente las paredes y el zumbido aumentaba hasta hacerse insoportable.
            Tres meses llevaban los estudios, se aburría terriblemente después de que se quedaba solo; leía, veía la televisión y caminaba alrededor de su departamento, pero no bastaba. Le gustaba saberse poderoso, ver que dominaba el ruido y el movimiento de las moscas al hostigarlas, como ellas habían hecho con él toda su vida. 
            Una noche lo hizo, se acercó para ver el nivel máximo de excitación que lograba en ellas, disfrutar su impotencia de poder acosarlo, sentir la frustración que les causaba al no poder acercarse a él; gozar con el cimbrar ondulante de las paredes, con el aumento del zumbido amenazante. Disfrutaba incitar el aumento y disminución de la intensidad del sonido. Quiso enloquecerlas acercándose más, vengarse del sufrimiento de toda una vida. El choque constante de la gran masa negra contra las paredes, estremeciéndolas con movimientos violentos y estruendosos, ensordecedores, le hacía sentirse poderoso, dominante; y le producía un placer enorme el cambiar los papeles: de acosado a acosador.
Cuando observaba la máxima exacerbación del enemigo, percibió el escape de algunos insectos por una  pequeño desgarre de la malla. Con horror, comenzó a ver como se ampliaba la hendidura en la contención, y nubes negras con sonido perturbador, invadir las paredes, techos y pisos del laboratorio; sintió al instante, el acoso a  su cuerpo y cara; las mordeduras a su piel, el bloqueo de sus ojos impidiendo se cerraran; la obstrucción de oídos, nariz y boca; la dificultad para respirar: aulló de dolor al ser atacado masivamente, y corrió desesperado, haciendo esfuerzos inútiles con las manos por desembarazarse de las agresoras.
            Acosado por miles de enloquecidas moscas que lo cubrían por completo con una costra negra, móvil y zumbante,  corrió desaforado hasta el departamento, con la esperanza de resguardarse en él hasta  que llegaran a liberarlo, sin acordarse que había dejado la puerta abierta. Entró trastabillando, cerró de golpe la habitación, y una  inmensa nube oscura, con  un sonido sordo y abrumador lo incorporó a ella,  ahogando sus desesperados alaridos…



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