viernes, 19 de julio de 2013

Regalías


Regalías
Jorge Llera

La confianza mata…decía el abuelo.

Roberto se levanta rápidamente al oír timbrar el teléfono y se dirige a la sala para contestarlo. Martina escucha que su esposo habla muy bajo, como cubriendo la bocina con la mano, alcanza a oír frases entrecortadas; le da curiosidad, se acerca a la pared y escucha: …en la madrugada, …no voy a estar. Regresa a sentarse cuando percibe que su marido colgó el auricular y vuelve al comedor. Roberto   continúa comiendo el guisado frío y el postre que en ese momento le sirven.
-¿Quién era? –pregunta Martina.
- De la oficina, tenemos unos asuntos que pendientes y urgentes. Por cierto, no me esperes despierta, saldré tarde, hasta que terminemos el trabajo. Se despidió con un beso cariñoso y acariciándole el mentón suavemente.
Se quedó pensativa mientras tomaba su café: “Roberto está muy raro últimamente. Ciertamente nuestra relación mejoró desde hace dos años, porque antes de eso era insoportable, estuvimos a punto de divorciarnos varias veces; se salía  de la casa por días o, yo me iba a la  de mis padres. Sin embargo, antes de nuestro aniversario, devino un cambio vertiginoso: comenzó  a ser cariñoso, atento, atenderme y buscarme por las noches con cortejos tiernos, delicados y hacerme el amor motivando en mí el deleite que tanto anhelaba. Se volvió responsable en las actividades de la casa y con mi familia. Me entusiasmé nuevamente e iniciamos un idilio que se ha prolongado hasta la fecha. Yo creo que la acción que selló nuestro compromiso fue la adquisición de un seguro de vida para los dos, dejándonos mutuamente de beneficiarios. Con esto demostramos el amor que nos profesamos y la solidaridad de pareja. La idea fue dejarle al superviviente algo más que mitigara el dolor de la pérdida y que solventara parte de la añoranza y la tristeza. A pesar de todo, intuyo algo desagradable”.
Martina, de sueño ligero y oído agudo, escuchó un leve crujir de madera en la escalera; pensó que imaginaba, pero su corazón comenzó a latir con fuerza y su respiración a agitarse. Esperó recostada, pero plenamente alerta. Un sonido sordo, como el movimiento de una duela, hizo que la sangre de su rostro la abandonara; lívida y temblorosa se resguardó detrás de la puerta, esperando que  la negrura de la habitación cubriera su desamparo. A tientas buscó algo para defenderse, desesperada palpaba todo objeto cercano; tocó la chambrita que le tejía a su sobrina, sobre la silla del tocador y siguió buscando un objeto contundente para de defenderse. Sudaba profusamente, agitada gritaba y lloraba a hacia sus entrañas, con el fin de no ser escuchada. Más que oír, sintió en el hombro cómo se deslizaba la puerta al abrirla lentamente. Una bota tipo industrial irrumpió brutalmente en la penumbra y la figura del maleante cubrió totalmente el marco de la puerta. Sorpresivamente Martina salió de detrás de la puerta y enfrentando al intruso le clavó con un movimiento certero una aguja de tejer en el ojo. El aullido de dolor acompaño a un torrente de sangre e hizo trastabillar al individuo, momento que aprovechó Martina para huir desaforadamente de su casa.
Roberto no levantó  acta en el Ministerio Público, ni avisó de la desaparición de su esposa. Ella sólo le mandó un recado al celular: ¡No me busques!
Pasó el tiempo y cuando alguien le preguntaba a Roberto por Martina, la ubicaba en un país centroamericano, en labores humanitarias de educación y salud. Sin embargo, seguía pagando el seguro de vida y había contratado los servicios de un investigador para la localización de ella.
Un día, después de varios años, sonó el celular de Roberto y al contestarlo escuchó:
-¡La encontré en un pueblo de Oaxaca! Es maestra rural. La seguí hasta su casa. Tengo todo bajo control.
- Ya sabes lo que tienes que hacer. Tiene que parecer accidente. Me avisas cuando esté hecho.
Feliz de haber casi solucionado un conflicto que le preocupaba, se  encaminó hacia el restaurante de la esquina a cenar. “Tal vez debo de dejar pasar un tiempo prudente, que justifique mi luto, para cobrar el seguro…”
Oyó el ruido de un motor, volteó hacia el lado izquierdo de la calle y alcanzó a ver el automóvil que se subía a la banqueta, antes de ser arrollado.
- Lamentamos la pérdida de su marido señora Martina, aquí esta su cheque.  El dinero no aliviará su tristeza ni su dolor, pero servirá para aminorar su pena –le dijo el gerente de la aseguradora.
19 de julio de 2013

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