miércoles, 24 de julio de 2013

Sepelio en familia







Sepelio en familia


Hasta eso lo hizo de mala leche, morirse en viernes de Semana Santa. Me hace pensar que lo programó para mortificarnos. Todo pasó tan de repente que no supimos cómo reaccionar. Bueno, creo que sucede así, no estamos preparados  para lo inevitable. Su enfermedad crónica lo estaba acabando y el doctor había dicho que era cosa de días. Sin embargo nos tomó por sorpresa. ¡Pero a quién se le ocurre morirse en Viernes Santo! ¡Qué inconsecuencia!
            El infarto le pegó en la tina cuando mi suegra lo enjabonaba; agachó la cabeza y se recostó sobre sus hombros. Asustada, nos gritó y llegamos corriendo; empuñaba la regadera manual, meneándola para todo lados y daba alaridos: -¡se murió mi Pancho! ¡Se murió!... Cuando llegamos al cuerpo, ya estábamos los dos empapados igual que todo el baño.  Ayudándonos de la cortina del baño, lo tendimos en el piso. Tenía los ojos desorbitados y un grito interrumpido en medio de la boca, desfigurada por el rictus de incredulidad de que le hubieran ganado esta partida. ¡Como no le gustaba perder…tal vez aún no lo creía!
            Podría no estar muerto, por eso me lancé sobre él a darle respiración artificial, al tiempo que lo estimulaba  apoyándome sobre su tórax . Ahora me lo critican, pero era lo menos que podía hacer por mi suegro en desgracia.
            Ofelia tuvo razón cuando me gritó con desesperación: -¡No Juan! ¡No lo revivas! ¡No lo revivas! Pensaba  en su madre y en los años de cuidado diarios que le prodigaban al ahora difunto. La verdad, era un cabrón machista y desconsiderado que exigía a toda hora que se le atendiera. En el supuesto caso de haberlo revivido, iba a quedar en peores condiciones en las que estaba y ¿Quién lo iba cuidar? ¡Pues mi suegra, mi esposa y yo!
            Ofelia fue sabia, tomó la decisión correcta.
            En la confusión, llamamos al médico familiar y nos indicó que le pusiéramos de inmediato un pañal, le selláramos los párpados con  una gota de pegamento de contacto, lo vistiéramos rápido antes que lo impidiera el rigor mortis y fuéramos por el acta de defunción. Ahí fue cuando reaccionó mi suegra gritando: ¡No a mi Pancho, no le pondrán pegamento en los ojos! ¡Sobre mi cadáver! Fueron inútiles los intentos por convencerla, por lo que tuvimos que hacerlo cuando ella se descuidó. En el tiempo que tardamos con la discusión, resultó también innecesario el pañal.
            ¿Qué iba a hacer?  lavaba el baño o a Pancho. Hice acopio de mi solidaridad y opté por lo primero, mientras Ofelia y mi suegra volvían a asear a Pancho.
            Ya con sus miembros rígidos, lo llevamos a la recámara para que lo vistieran. La suegra insistió que le pusieran una camisetita, porque le iba a dar frío. –Mamá, si lo vamos a cremar ¿cuál frío? -le dijo Ofelia. También-que le iba a darotasfr miembros r el baño,as que estaba. Y ¿Quiue de lado. No pidió que lo vistieran  con su ropa vaquera: chaleco, botas y sombrero, porque así se iba a sentir a gusto. Y ¿qué caso tenía contradecirla?
            Arrastrado lo trasladamos al comedor y con grandes esfuerzos lo subimos a la mesa. -Hubiera sido mejor dejarlo en el suelo ¿no?- ¡No!, no lo hubiera permitido la suegra porque el suelo estaba muy frío, Ahí quedó: Oliendo a loción, con los ojos cerrados,  presumiendo su bigote ancho y abundante que cubría el frente de la nariz y terminaba en dos rizos en cada punta que lindaban con las comisuras de la boca. De vaquero, con una pañoleta alrededor de la cabeza sosteniéndole la mandíbula, sus mejores botas y el sombrero en el pecho sobre sus brazos cruzados. Todo un galán. Hacía mucho tiempo que no se peinaba.
            Mi suegra exigió la velación de Pancho en la casa ¿Por qué lo íbamos a llevar a un lugar dónde ni lo conocían? Y que nos esperáramos a que llegaran todos los hermanos para cremar el cuerpo. Contraté los servicios funerarios en la única agencia abierta en el pueblo. Llegó el servicio con un operario cargado de múltiples cruces, flores y el ataúd. Inyectaron el cuerpo para que resistiera sin descomponerse, trataron de maquillarlo, y mi suegra los paró en seco: -¡No, Pancho nunca lo permitiría, deshonran su hombría!- Bueno, más era lo que presumía mi suegro, que lo que era. Yo lo vi esconderse durante los pleitos en las cantinas.
            Abrimos el ataúd para meter el cuerpo y… ¡el forro era de color rosa! -¿¡Cómo  rosa!? -¡Pancho va a revivir del coraje! Pues se tendrá que aguantar, sólo es un rato, es el único que había, era Viernes Santo -le dije al oído. Quedó sobre la mesa; pusimos al pié del féretro un cirio en cada esquina, múltiples flores y su retrato montando a su mejor caballo.
            No acabamos de ubicar el escenario, cuando comenzaron a llegar decenas de personas del pueblo a darnos las condolencias y …¡Arráncate por comida y a preparar café! No conocíamos a ninguna, pero así es en el pueblo, les vienen a llorar a los muertitos como si fueran a una corrida de toros.
            Los hermanos no llegaban, el cuerpo comenzaba a oler mal y para el colmo, nos dijeron en las iglesias que visitamos que no podría haber misa hasta el lunes siguiente. ¡Por supuesto la suegra no permitía que lo cremaran sin que le hubieran hecho una misa de cuerpo presente! Los de la funeraria nos indicaron que no abriéramos el ataúd, porque el olor sería insoportable.
            Y llegaron los hermanos, cansados de un viaje largo amenizado con  innumerables cervezas. Todos respetaron la orden de no abrir el ataúd menos la Cuca, que con gritos, llantos y balbuceos se acercó, lo abrió y se metió en él, abrazando a un Pancho hinchado y oloroso hasta la náusea. Nuevamente Ofelia, con su cordura correspondiente, le espetó: ¡En vida es cuando te necesitaba, no ahora ¿Cuántas veces te  llamé para decirte que estaba próximo a la muerte y ni contestaste? ¡Sal de ahí, payasa!...
            Todos se alojaron en nuestra casa, la inefable hospitalidad de la hermana me hizo dormir en la cocina. Los niños corrían alrededor del féretro, los adultos comían y bebían. Las carcajadas y los chistes abarrotaban el espacio y Pancho, incómodo en su ataúd… oyendo sin oír.
            Por fin, el lunes se ofició la misa en un cuarto oliendo a los litros de lavanda desparramada en el piso, mezclada con el hedor de una vida consumida ¿Será que los pecados apestan después de varios días? Porque a eso olía, a una vida plena de pecados.
            Por fin se cremó y mis cuñados acompañaron el crujir del cuerpo con tragos de tequila y mezcal y como era tiempo de vacaciones de sus hijos, aprovecharon la ocasión para acompañarnos durante toda la semana.
            Mi suegra sigue lamentando la muerte de su marido en un crucero por las islas griegas y yo queriendo a mi Ofelia, sin la carga paterna y, afortunadamente, con su familia lejos.




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