miércoles, 21 de agosto de 2013

Amigas



Amigas

Tengo cincuenta y dos años y me acabo de divorciar. Estoy tirando por la borda veinticinco años de mi vida, transformándome en águila que se deshace de sus plumas y pico para iniciar un ciclo nuevo de vida; disolviendo prejuicios, quebrantando ataduras sociales y costumbres que me tenían ceñida a una armadura física y emocional; renovando mi existencia. Y con esa idea en la cabeza, vendí la casa y alquilé un pequeño departamento de espacios limitados cerca del trabajo, para convivir únicamente con mi conciencia. No necesito más, mis hijos  estudian fuera del país, y muy probablemente regresarán sólo de visita, por lo qué prácticamente soy una mujer libre.
            El proceso de cambio a un departamento pequeño es complicado y latoso, implica deshacerse de los objetos innecesarios, estorbosos, superfluos; revisar archivos, papeles y libros acumulados que llenan espacios y saturan el ambiente. Es simplificar el camino, desbrozar el futuro. Escombrando en el closet, me encontré una caja con fotografías y el viejo diario que inicié cuando ingresé en la secundaria, y continué por costumbre un buen tramo de mi existencia.
            Detuve el empaque de lo necesario y el deshecho de objetos impregnados de recuerdos y bellas emociones, ahora intrascendentes por el paso de los años que han borrado las vibraciones de mi interior y olvidado colores, sabores y olores de los instantes que los generaron. Tomé el diario y me dirigí al bar, me serví una copa de vino y arrellanándome en un sillón, comencé a leer:

6 de agosto de 1973
Querido diario:
Hoy fue mi primer día de clases en la secundaria. Estaba muy emocionada  y con miedo. Como es una escuela nueva estaba desorientada. El uniforme me quedó muy bien, me encanta el moño rojo y el color azul del vestido me hace ver más delgada. Lo que no me gusta son las calcetas blancas, parezco niña de primaria.
            Mi papá me trajo a la escuela  y entré cuando tocaban la campana. La directora nos formó por grupos y por estaturas. Yo soy del primero "B". La clase fue de Biología fue en el salón 105, me senté en la última fila, y mientras pasaban lista conocí a Helena, la niña sentada a mi lado. Al salir al descanso platicamos. No me gustan los descansos de diez minutos entre clases, prefiero los recreos de media hora como los de la primaria...
            Al leer, me vinieron los recuerdos a borbotones y añoré esos años juveniles. Iniciaba mi adolescencia, época de grandes cambios físicos y mentales; de emociones desbordadas, sueños, aventuras y amistades fraternales.
            Helena, dos años mayor que yo era morena clara, de pelo negro largo y grandes ojos mulatos ribeteados por cejas insinuadas y arqueadas que precedían a una nariz recta. A sus catorce años, su cuerpo tenía la formas que yo envidiaba: busto medianamente desarrollado, cintura estrecha y glúteos levantados. Era armónica físicamente, inteligente y muy divertida.
            Nos hicimos amigas íntimas. Ayudó e influyó en mi cambio de vida. De niña tímida, me convertí en dos años, en una atractiva adolescente de pelo castaño claro y ojos verdes,  con una figura agraciada como la de ella.
            Vivíamos en un mundo de fiesta y galanteo permanente con nuestros compañeros de escuela. Compartíamos estudios, familias, amistades, deseos, gustos... Discurrían las horas como minutos, enredadas en nuestras pláticas, en los estudios o, en las diversiones. 
            Leí el  cuaderno completo con delicia y seguí revisando. Una idea me comenzó a dar vueltas por la cabeza y a buscar otro escrito del último año de preparatoria. Revolví papeles y la búsqueda se hizo apresurada, confusa y desordenada; levantaba escritos, los revisaba brevemente y los desechaba, en un movimiento continuo, hasta que lo encontré. Bebí un sorbo de vino, abrí el cuaderno en la página que me interesaba y comencé a leer:
            Escribo lo siguiente para que no se difumine en mi memoria el suceso más impactante acaecido en mi vida. No me importa si alguien lo lee, necesito tratar de describir lo que pasó porque no quiero olvidar ningún detalle:
            Después  de la fiesta de Antonio, me quedé a dormir en casa de Helena. Llegamos sudadas de tanto bailar y decidimos bañarnos antes de acostarnos. Me desvestí rápidamente y me metí a la regadera; no acababa de hacerlo, cuando llegó ella y me preguntó si no había inconveniente en que nos bañáramos juntas. Le dije que no y nos mojamos jugueteando. Comencé a enjabonarme y se ofreció a hacerlo con mi espalda. Sentí sus manos acariciarme y recorrer lentamente mi talle. Pausadamente, se extendieron hacia mi vientre y subieron en giros muy suaves a mis senos y  pezones; al sentir el contacto, reaccionaron en una erección súbita. Pensé pararla, pero la sensación era tan agradable ¾muy diferente a cuando me toco yo¾ que me abandoné y la dejé continuar. Con el mismo movimiento circular, fue bajando hasta las nalgas e ingle, me enjabonó el sexo y jugó con él. Estaba excitada, respiraba entrecortadamente y sudaba a pesar del agua de la regadera que se deslizaba por nuestros cuerpos. Comenzamos a movernos acompasadamente frotándonos con intensa suavidad: su sexo rozando mis  glúteos y ella, acariciando el mío. Acercó su boca a mi cuello y sentí su aliento ardiente cerca del oído; lo comenzó a lamer delicadamente y posteriormente a chuparme el lóbulo como si lo hiciera con mis pezones. No aguanté más; me volteé y la  besé con desesperación, nuestras piernas se entrelazaron apretándose  contra los muslos. Tomándonos por  las nucas acercamos nuestros labios. En un entrar y salir constante, nuestras lenguas acariciaron el interior de las bocas, intercambiando pasión y deseo. Salimos de la regadera y nos metimos a la cama desnudas. Pasamos la noche en un juego de caricias y acciones desconocidas totalmente para mí, pero disfrutadas con el máximo placer. Exhaustas nos dormimos al amanecer.
            Me es difícil escribirlo, pero la pasión que ha desatado en mí es incontrolable ... ¡La amo!
            Dejé el cuaderno de lado e impulsé a mi memoria a traer las imágenes de aquel encuentro y de los subsecuentes. Me Llené de recuerdos y, a pesar del tiempo transcurrido, disfruté de sensaciones aletargadas. Evoqué nuestras últimas vivencias  en la Preparatoria y las de la Universidad.
            Ambas tuvimos siempre relaciones heterosexuales, pero nuestro vínculo no se rompió. Ocasionalmente pasábamos fines de semana solas en alguna cabaña alquilada, y en el peor de los casos, en algún motel alejado de la ciudad.
            Seguí persiguiendo al pasado y recordé el triste adiós y nuestra apasionada despedida, obligada por cuestiones de trabajo. Tomamos rumbos distintos y nuestras vidas se diluyeron como el paso de las horas. 
            Ambas formamos familias y construimos historias. No volvimos a vernos por un tiempo largo, aunque de vez en cuando, escribíamos unas líneas.
           
Crecieron mis hijos y las diferencias con mi esposo se fueron agrandando, nos desviamos y apartamos por visiones distintas del mundo y objeyivos, convirtiéndonos en desconocidos. Por beneficio mutuo, decidimos separarnos.
           
Me quedé rememorando en el sillón vivencias, emociones e imágenes de nuestras largas pláticas sentadas en la cama, sobre las situaciones que vivíamos y nuestras expectativas. Reíamos y nos acariciábamos; y en ocasiones, tomando demasiado vino terminábamos por llorar…
            Cubierta por el cálido edredón que cubre mi cuerpo, evocó los momentos de ternura y cariño pasados junto a ella, me sirvo otra copa de vino para acompañar mis reflexiones, y la abandono en el buró cuando la oscuridad me invade y vela mi conciencia.
            Ayer contacté a Helena por Facebook y chateamos un largo rato. Le dio gusto saber de mí. Ella también está sola. La invité a pasar un fin de semana conmigo y aceptó…



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