Amigas
Tengo cincuenta y dos años y me acabo de divorciar.
Estoy tirando por la borda veinticinco años de mi vida, transformándome en
águila que se deshace de sus plumas y pico para iniciar un ciclo nuevo de vida;
disolviendo prejuicios, quebrantando ataduras sociales y costumbres que me
tenían ceñida a una armadura física y emocional; renovando mi existencia. Y con
esa idea en la cabeza, vendí la casa y alquilé un pequeño departamento de
espacios limitados cerca del trabajo, para convivir únicamente con mi
conciencia. No necesito más, mis hijos estudian fuera del país, y muy probablemente
regresarán sólo de visita, por lo qué prácticamente soy una mujer libre.
El
proceso de cambio a un departamento pequeño es complicado y latoso, implica
deshacerse de los objetos innecesarios, estorbosos, superfluos; revisar
archivos, papeles y libros acumulados que llenan espacios y saturan el
ambiente. Es simplificar el camino, desbrozar el futuro. Escombrando en el
closet, me encontré una caja con fotografías y el viejo diario que inicié
cuando ingresé en la secundaria, y continué por costumbre un buen tramo de mi
existencia.
Detuve
el empaque de lo necesario y el deshecho de objetos impregnados de recuerdos y
bellas emociones, ahora intrascendentes por el paso de los años que han borrado
las vibraciones de mi interior y olvidado colores, sabores y olores de los
instantes que los generaron. Tomé el diario y me dirigí al bar, me serví una
copa de vino y arrellanándome en un sillón, comencé a leer:
6 de agosto de 1973
Querido diario:
Hoy fue mi primer día de
clases en la secundaria. Estaba muy emocionada
y con miedo. Como es una escuela nueva estaba desorientada. El uniforme
me quedó muy bien, me encanta el moño rojo y el color azul del vestido me hace
ver más delgada. Lo que no me gusta son las calcetas blancas, parezco niña de
primaria.
Mi papá me trajo a la escuela y entré cuando tocaban la campana. La
directora nos formó por grupos y por estaturas. Yo soy del primero
"B". La clase fue de Biología fue en el salón 105, me senté en la
última fila, y mientras pasaban lista conocí a Helena, la niña sentada a mi
lado. Al salir al descanso platicamos. No me gustan los descansos de diez
minutos entre clases, prefiero los recreos de media hora como los de la
primaria...
Al leer,
me vinieron los recuerdos a borbotones y añoré esos años juveniles. Iniciaba mi
adolescencia, época de grandes cambios físicos y mentales; de emociones
desbordadas, sueños, aventuras y amistades fraternales.
Helena,
dos años mayor que yo era morena clara, de pelo negro largo y grandes ojos
mulatos ribeteados por cejas insinuadas y arqueadas que precedían a una nariz
recta. A sus catorce años, su cuerpo tenía la formas que yo envidiaba: busto
medianamente desarrollado, cintura estrecha y glúteos levantados. Era armónica
físicamente, inteligente y muy divertida.
Nos
hicimos amigas íntimas. Ayudó e influyó en mi cambio de vida. De niña tímida,
me convertí en dos años, en una atractiva adolescente de pelo castaño claro y
ojos verdes, con una figura agraciada
como la de ella.
Vivíamos
en un mundo de fiesta y galanteo permanente con nuestros compañeros de escuela.
Compartíamos estudios, familias, amistades, deseos, gustos... Discurrían las
horas como minutos, enredadas en nuestras pláticas, en los estudios o, en las
diversiones.
Leí
el cuaderno completo con delicia y seguí
revisando. Una idea me comenzó a dar vueltas por la cabeza y a buscar otro
escrito del último año de preparatoria. Revolví papeles y la búsqueda se hizo
apresurada, confusa y desordenada; levantaba escritos, los revisaba brevemente
y los desechaba, en un movimiento continuo, hasta que lo encontré. Bebí un
sorbo de vino, abrí el cuaderno en la página que me interesaba y comencé a
leer:
Escribo lo siguiente para que no se difumine
en mi memoria el suceso más impactante acaecido en mi vida. No me importa si
alguien lo lee, necesito tratar de describir lo que pasó porque no quiero
olvidar ningún detalle:
Después de la fiesta de Antonio, me quedé a dormir en
casa de Helena. Llegamos sudadas de tanto bailar y decidimos bañarnos antes de
acostarnos. Me desvestí rápidamente y me metí a la regadera; no acababa de
hacerlo, cuando llegó ella y me preguntó si no había inconveniente en que nos
bañáramos juntas. Le dije que no y nos mojamos jugueteando. Comencé a
enjabonarme y se ofreció a hacerlo con mi espalda. Sentí sus manos acariciarme
y recorrer lentamente mi talle. Pausadamente, se extendieron hacia mi vientre y
subieron en giros muy suaves a mis senos y
pezones; al sentir el contacto, reaccionaron en una erección súbita.
Pensé pararla, pero la sensación era tan agradable ¾muy diferente a cuando me toco yo¾ que me abandoné y la dejé continuar. Con el mismo movimiento
circular, fue bajando hasta las nalgas e ingle, me enjabonó el sexo y jugó con
él. Estaba excitada, respiraba entrecortadamente y sudaba a pesar del agua de
la regadera que se deslizaba por nuestros cuerpos. Comenzamos a movernos
acompasadamente frotándonos con intensa suavidad: su sexo rozando mis glúteos y ella, acariciando el mío. Acercó su
boca a mi cuello y sentí su aliento ardiente cerca del oído; lo comenzó a lamer
delicadamente y posteriormente a chuparme el lóbulo como si lo hiciera con mis
pezones. No aguanté más; me volteé y la
besé con desesperación, nuestras piernas se entrelazaron
apretándose contra los muslos.
Tomándonos por las nucas acercamos
nuestros labios. En un entrar y salir constante, nuestras lenguas acariciaron
el interior de las bocas, intercambiando pasión y deseo. Salimos de la regadera
y nos metimos a la cama desnudas. Pasamos la noche en un juego de caricias y
acciones desconocidas totalmente para mí, pero disfrutadas con el máximo
placer. Exhaustas nos dormimos al amanecer.
Me es difícil escribirlo, pero la pasión que
ha desatado en mí es incontrolable ... ¡La amo!
Dejé
el cuaderno de lado e impulsé a mi memoria a traer las imágenes de aquel
encuentro y de los subsecuentes. Me Llené de recuerdos y, a pesar del tiempo
transcurrido, disfruté de sensaciones aletargadas. Evoqué nuestras últimas
vivencias en la Preparatoria y las de la
Universidad.
Ambas
tuvimos siempre relaciones heterosexuales, pero nuestro vínculo no se rompió.
Ocasionalmente pasábamos fines de semana solas en alguna cabaña alquilada, y en
el peor de los casos, en algún motel alejado de la ciudad.
Seguí
persiguiendo al pasado y recordé el triste adiós y nuestra apasionada
despedida, obligada por cuestiones de trabajo. Tomamos rumbos distintos y
nuestras vidas se diluyeron como el paso de las horas.
Ambas
formamos familias y construimos historias. No volvimos a vernos por un tiempo
largo, aunque de vez en cuando, escribíamos unas líneas.
Crecieron mis hijos y las diferencias con mi esposo se
fueron agrandando, nos desviamos y apartamos por visiones distintas del mundo y
objeyivos, convirtiéndonos en desconocidos. Por beneficio mutuo, decidimos
separarnos.
Me quedé rememorando en el sillón vivencias, emociones
e imágenes de nuestras largas pláticas sentadas en la cama, sobre las
situaciones que vivíamos y nuestras expectativas. Reíamos y nos acariciábamos;
y en ocasiones, tomando demasiado vino terminábamos por llorar…
Cubierta
por el cálido edredón que cubre mi cuerpo, evocó los momentos de ternura y
cariño pasados junto a ella, me sirvo otra copa de vino para acompañar mis reflexiones,
y la abandono en el buró cuando la oscuridad me invade y vela mi conciencia.
Ayer
contacté a Helena por Facebook y
chateamos un largo rato. Le dio gusto saber de mí. Ella también está sola. La
invité a pasar un fin de semana conmigo y aceptó…
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