lunes, 3 de marzo de 2014

El ataque

El ataque
Jorge Llera
El verano ardiente, lujurioso de verdor y aromas de la naturaleza entra por la ventana en un sopor pesado  y pegajoso que permanece estático flotando en el ambiente de la habitación.  Son las dos de la madrugada y trato de dormir. Desnudo sobre la cama, soporto el sudor chicloso de mi cuerpo y la humedad sofocante que se condensa en mi derredor. El ruido sordo, apenas distinguible del ventilador, distrae mi atención en mis vanos intentos de conciliar el sueño.
            Enciendo la luz de la lámpara del buró y trato de continuar con la lectura de un libro por demás aburrido, para romper con la tensión del no poder dormir. Leo sin comprender tres páginas, y el hastío y la pesadez me vencen. Me apresuro a apagar la luz y comienzo a dormitar…
            El lejano sonido de la locomotora anuncia la proximidad de un cambio de vida. Se acerca a la estación con ritmo lento y constante, como los latidos del corazón en un momento de tranquilidad. Decidí dejar mi familia y empezar una nueva vida, ya no soportaba los llantos de los niños ni los constantes disgustos con mi mujer, y el que me hayan liquidado en el trabajo apresuró la decisión. En las condiciones de guerra en que nos encontramos es difícil y peligroso viajar, por lo que espero con cierta aprensión, subir al tren. Escucho que al sonido de la locomotora se prende un zumbido que se acerca amenazante. Volteo al cielo para tratar de localizar su origen y distingo en la lejanía una mancha grisácea que se acerca volando en picada sobre la estación de ferrocarril. Ahora veo el artefacto y oigo con claridad el ruido de su motor:  es un Caza Messerrsmitt  alemán que comienza a disparar hiladas de balas que van marcando un vertiginoso camino y se acercan a mí. Oigo el taladrar de los disparos muy cercanos y me muevo para esquivarlos. El avión pasa de largo, da vuelta y vuelve a atacar. El sonido del tren sigue  escuchándose lejano mientras los que lo estamos esperando tratamos de resguardarnos del ataque del avión que se enfila directamente a mí, siento que el ruido de su motor me perfora el oído y… con un repentino manotazo sobre mi cachete izquierdo, trato de eliminar a mi agresor.
            Enciendo la luz, somnoliento y cansado. Busco a mi atacante por todas la  habitación y lo localizo en la pared frente a la cama. Fuera de mi alcance, el diminuto agresor me hace fintas moviendo sus manos como lanzando golpes y la cabeza en un péndulo constante, esperando esquivar los posibles golpes que le envíe. Parece decir: ¡Éntrale! ¡Aquí te espero! Y anima su provocación con pasitos laterales que denotan su buen entrenamiento.
            Encorajinado y muerto de sueño, busco un objeto contundente para eliminar al rival y lo encuentro en la revista Playboy que dejé en el buró. Con pasos arrastrados y lentos, propios de mi estado de somnolencia, cojo la silla del tocador y la ubico bajo el enemigo, me subo con mi arma en ristre, tomo puntería y disparo… El mosco vuela un pequeño tramo carcajeándose de mi lentitud y me vuelve a retar. Casi en la desesperación, con enojo y desfalleciente de sueño hago nuevamente el intento con idénticos resultados. Las carcajadas de burla me persiguen hasta el amanecer cuando abandono mis intentos vengativos.
            Salí de mi casa rumbo al trabajo, arrastrando los pies y sintiendo en mis hombros el pesado lastre de una noche de insomnio. Caminé hasta la oficina con una frustración que nublaba la mañana cálida de la ciudad, en la que el aire del ambiente, plagado de contaminantes subía hasta mi nariz resecando más la vida y mi cabeza retumbaba por el ruido de los cláxones, aumentando el dolor punzante de una noche sin dormir.
            Llegué, con la luminosidad del día lastimando mis pupilas y el bochorno en el ambiente anunciando un día candente, pleno de sudor y humores. Encendí el ventilador, me quité el saco, desabroché la corbata y las agujetas de los zapatos para liberar de la opresión a mis dolorido pies y me senté a revisar la correspondencia. Conforme lo hacía, comencé a escuchar en la lejanía el rítmico sonido del tren próximo a la estación, el bufido anunciando su cercanía y, cuando estaba tomando mi maleta para abordarlo, el sonido amenazante del caza alemán acercándose peligrosamente…  
3 de marzo de 2014

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