lunes, 28 de noviembre de 2016

New Orleans


New Orleans

El blues es una respuesta del esclavo
 al reto de la opresión.
Tonybee
El sonido de un blues lento y pegajoso se arrastraba por la pared de madera del antiguo hotel de arquitectura francesa. Escurriéndose por los arcos, rebasó la balaustrada y penetró en la ventana de la habitación, acompañando a los tórridos y tardíos rayos matutinos, precursores del mediodía. Marie, acalorada, se descubrió de la nívea sábana dejando ver su contrastante y juvenil cuerpo oscuro. Caminó hacia la ventana, contoneando mórbidamente las caderas y extendiendo en cada paso con indolencia sus largas y esbeltas piernas morenas. En la acera frontal la banda callejera animaba la calle, esperando de los transeúntes algunas monedas. La mirada alegre del saxofonista le hacía guiños al mirarla en el balcón siguiendo el ritmo de la melodía.
            George abrió los ojos y parpadeó al sentir la luz sobre su rostro, estiró los brazos con el propósito de desentumecerse y volteó a ver la majestuosa espalda oscura. Comenzó a recordar lo fortuito de la situación que lo condujo a recalar en ese hotel decadente de la Royal street.
           
El secuestro de la joven Annette les proveyó medio millón de dólares. George era el encargado de recoger el rescate. Sus dos socios fueron sorprendidos y ultimados, tras liberar a la víctima en un lugar cercano a la ciudad de Atlanta. Él había comunicado las instrucciones telefónicamente con su celular, por etapas. Sabía que no tardarían en encontrarlo, por lo que huyó hacia el sur, hasta llegar a New Orleans. Luisiana era un estado donde podría refugiarse un buen tiempo antes de llegar a la frontera y perderse en algún pueblo de México. Pensaba que a sus cincuenta años podría retirarse. En el vecino país, era fácil hacerse de una nueva identidad y vivir placenteramente el resto de sus días.
            Llegó por la noche a la ciudad, se registró en el Roya hotel, situado en el barrio francés.  Subió a su habitación, sacó del viejo maletín algunos cientos de dólares, luego lo escondió bajo la cama, y salió a buscar algo de cenar.
            Transitó caminando el mutismo hipócrita y triste de calles oscuras, casas de madera, terrazas con mecedoras vigilantes del paso de trasnochadores, a la luz y bullicio de Bourbon Street, una calle llena de vida, con música de jazz y blues en cada establecimiento; borrachos, drogadictos y turistas; apiñados y cercados por anuncios luminosos invitando a la clientela a deleitarse con la gastronomía cajún y la música de jazz.
George entró al bar Jester Mardi Gras cuando escuchó la música candente del saxofón, escoltado por varios instrumentos, inoculando sensualidad y calor al ambiente. Mientras cenaba, su mirada se cruzó con la de una joven negra de pelo crespo, ojos oscuros, grandes pestañas, de nariz ligeramente ancha y labios gruesos. Estaba sola en una mesa frente a él. Con una copa en la mano, y sonriéndole provocativamente. Alzó el brazo, y extendiéndolo brindó a la distancia. George la invitó a su mesa. Cenaron y bailaron recorriendo varios lugares hasta que la madrugada exaltó sus emociones y los encaminó al decadente hotel.

La música cesó para dar paso al barullo tradicional de los sonidos urbanos. George y Marie pidieron les llevaran el desayuno al cuarto, y mientras llegaba se vistieron. El trato seductor de él propiciaba la continuación del embeleso de una noche romántica. Ella sonreía halagada.
            Oyeron el toquido en la puerta y ella, mencionando que era el desayuno, se adelantó a abrir. Entraron cinco individuos y se abalanzaron sobre George, maniatándolo y sellando su boca con cinta adhesiva. Marie, observaba la escena replegada en la pared. El saxofonista sacó una jeringa y varias ampolletas. Le inyectaron un exceso de droga, provocándole la muerte. Salieron con la maleta. En la recepción recogieron sus instrumentos musicales, le dieron su parte al administrador, y se perdieron en el Vieux Carré confundiéndose entre la multitud de viandantes.

28 de noviembre de 2016


El robo

El robo

Corría desesperado por los pasillos de la moderna plaza comercial tropezando  a cada paso con la  multitud de  eufóricos compradores, llevaba un montón de ropa bajo el brazo. La policía lo perseguía a corta distancia. En su loca carrera soltó una a una, todas las prendas sustraídas en la Boutique Soft & esquisite. Volteando a ver quién lo perseguía, se tropezó con un bote de basura y rodaron ambos. Levantó el depósito, lo orilló y siguió su carrera hasta una de las puertas de salida, donde fue detenido y entregado a la patrulla de la Policía Municipal.
            El sargento Joel Espinoza, lo registró sin encontrar nada de lo robado.
¾Ramírez ¾dijo a su asistente¾  mételo a la patrulla.
Apenas el vehículo había iniciado la marcha, cuando el sargento, le dijo:
            ¾¡Si serás pendejo, Faustino!, ésta es la tercera vez que te pesca la policía de los centros comerciales, tendremos que cambiarte a otro lugar, y… no quedan muchos. ¡Ah!, y pasa el billete que traes en el bolsillo derecho.
            El ratero entregó el billete de quinientos pesos.
            Durante el camino, trataba de encontrar el modo de no ir a la cárcel ese día. Era el último del año y en la vecindad festejarían, como siempre, la llegada del nuevo año con una gran fiesta. Se había comprometido con Mariana a pasar por la noche. Estaba enamorado de esa morena de ojos negros y mirada ardiente.
           
Buenas tardes, jefe, dijo el sargento Espinoza, cuadrándose ante el agente del Ministerio Público. Le traemos a Faustino,  lo agarraron en  Plaza Galerías Veracruz.
            ¾¿Cuánto traía?
            ¾Sólo doscientos pesos, se los paso, jefe.
            ¾Mira Faustino ¾dijo el agente¾ es muy triste que el fin de año lo pases entambado.
            ¾¡No, jefe!, ¡hoy no!, pídame lo que quiera, pero hoy no me encierre. ¡Lo que quiera, jefe!...
            ¾Bueno, sí hay algo en lo que me puedes ayudar. Tengo en los separos a tres niños ricos acusados de la violación de una adolescente. Desde que los trajeron se mostraron arrogantes y prepotentes. Me trataron con sorna, y presuntuosos me indicaron que no tardarían en salir, pues sus padres son muy poderosos en el Estado. Quisiera darles una calentadita, pero no puedo porque me correrían, y a cualquier guardia que les pusiera una mano encima. Ese es el favor… y sales. Ya están ahí el Choro y el Manitas. Nada más… déjenlos vivos.
            El sonido de la cerradura en la reja despertó las conciencias y las emociones iracundas de los regios ocupantes de la celda.
            ¾¡Ya déjenos salir!, policías de mierda, o se los va a llevar la chingada, cuando lleguen nuestros padres.
            Feliciano entró pausadamente a la celda, su andar denotaba la soltura del que conoce el lugar y  lo considera un espacio propio. Divisó a sus camaradas en un rincón y en el lado opuesto a las joyas de la corona. Se dirigió a ellos y plantándose frente al que se parecía a él en el cuerpo, le dijo:
            ¾¡Bonita la ropa que traes!, tus mocasines deben ser importados ¿No?
            ¾¡Qué te importa, pendejo!
            ¾No me hables así… porque me ofendo.
            ¾¡Chinga tu madre, pinche indio!...
            ¾¡Te lo advertí, cabrón!
Diciendo esto, le soltó un puñetazo en la cara, y cuando caía comenzó a patearlo; lo tundió a golpes en la cabeza y el cuerpo. No se paró más, quedó desmayado en el suelo sangrando y con el rostro abotagado. Sus amigos quisieron intervenir, pero el Choro y el Manitas, se abalanzaron sobre ellos, dándoles el mismo tratamiento. Media hora fue suficiente para lograr la abdicación de la realeza, en un crujir de huesos y charcos sanguinolentos.
            Faustino terminó de vestirse estrenando ropa y calzado de marca, hizo ruido en los barrotes para que el guardia se apresurara a abrir la reja y los retirara de la comisaría por una salida lateral.
            En la calle asaltaron a varios transeúntes para hacerse de dinero. Faustino tomó un taxi y se dirigió nuevamente al centro comercial. Apresurando el paso llegó a la zona donde había tropezado, localizó el depósito de basura, y regresó en el vehículo a la vecindad, a tiempo para pasar por Mariana.
            ¾Hola, mi amor ¿estás lista? ¾preguntó al verla bajar por la escalera enfundada en un vestido rojo que parecía ser parte de su anatomía. Te ves hermosa, pero vas a tener que ponerte el complemento: ¡El rojo del amor y el amarillo del dinero!
Le presentó en cada mano, una tanga de marca francesa.
¾Producto de mi trabajo, cariño. 


            

lunes, 21 de noviembre de 2016

Amor literario

Amor literario


¾¡Abandonándome estás, infiel amada!, te alejas, y de tu amor huérfano quedaré si tu cariño me prohíbes, Antonomasia querida. Porque no tengo dinero, piensas que tal vez un mejor partido podrás encontrar en la Gran manzana. Recuerda, sin embargo, que por cielo y tierra te seguiré, ya qué olvidar no puedo el ébano de tu cuerpo, el grácil movimiento de tus caderas al caminar cadenciosa, desatando en mí un cúmulo de entallados instintos, ávidos de explorarte. Extraño desde ahora el brillo solar de tus ojos y el ensortijado cabello de tú armónica cabeza... ¡De mis amores, morena! No me abandones. 
¾¡Bájale, Hipérbaton! Sólo visitaré Gringolandia por un tiempo. Cruzaré el Río de mojada  y quiero llegar hasta la capital. Si encuentro trabajo, me quedo un rato… Sólo espero recoger unos pocos billetes verdes.
¾Acompañarte quiero, mi oscuridad luminosa; arduamente trabajaremos para triunfantes regresar.

Antonomasia Domínguez e Hipérbaton Pérez con sus mochilas afianzadas a la espalda, al río contemplan con temor, antes de cruzarlo. La aventura emprenden decididos, acompañados de varios paisanos. Por la corriente son arrastrados hasta las rocas que la escollan. En ellas soportados, hasta el cuello el agua les llegaba cuando avanzaron para alcanzar la orilla.
De noche, el frío y el viento castiga sus cuerpos, ya que en el desierto deben caminar por la oscuridad. En constante desvelo, la luna los vigila, acompaña, y sus pasos dirige al caminar punzados y arañados entre cactus y abrojos. Durante el día, el dormir bajo el sol abrasador es obligatorio, bajo las escasas sombras que las rocas prodigan, y soportando la punzante arena que el viento arroja.
La fatiga los acerca a un pueblo: brillan las luces, ladran los perros y el helado viento los entumece. Sigilosos se acercan y al pavimento llegan. Las amarillentas farolas iluminan sus astrosas figuras resaltando los demacrados rostros.
Sam Houston es la calle por donde inician su victoriosa entrada al país del norte. Sonríen, se abrazan e inician la invasión. Tres pasos habían dado cuando iluminados son desde todos los ángulos. Impactados por el resplandor, escuchan el click repetido de numerosas armas al ser cargadas, y las palabras en el magnavoz con un español distorsionado:
¾ ¡No se muevan! ¡Están detenidos!

En la celda repleta de mojados, después de dos días de su arresto, Antonomasia e Hipérbaton, comentan su segura deportación como la del millón y medio de indocumentados que han sido repatriados en los últimos meses, después de la toma de posesión del nuevo gobierno.
            El ruido de botas militares hollando el pavimento se escucha fuerte y sincronizado. La reja se abre y el oficial de mando pregunta:
¾¿Quién quiere trabajar para el gobierno de los Estados Unidos de América?
Por hora de trabajo, serán pagados conforme al salario vigente.
¡Firmen su contrato ahora, la gran muralla!, a construir vamos.