martes, 8 de noviembre de 2016

Aislado

Aislado


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Estoy solo y no hay nadie en el espejo.
Jorge Luis Borges

Me he acostumbrado al lugar, a la cabaña de troncos que resguarda mi vida en el ancestral bosque del hemisferio norte. Me he acostumbrado al contorno de las paredes con la curvatura natural de los árboles, a  la chimenea de piedra que mantiene la temperatura agradable durante el invierno; disfruto el calor dispersado por las dos habitaciones que permite andar ligero de ropa, cuando en el exterior azota la ventisca haciendo vibrar los cristales de las ventanas, y retumbando con intensidad en la puerta de entrada, como si  solicitara ser recibida para calentarse un poco. Es invierno y hay poco que hacer, el bosque enmudece conforme se viste de blanco, los sonidos se aletargan y espacian respetando el luto níveo de la naturaleza que hiberna esperando mejores días. Sólo el viento rebelde no duerme, fustiga permanente llevando en andas a la nevada. Algunas sombras se atreven a salir de sus guaridas y escudriñan bajo el ensabanado bosque el escaso alimento que les permitirá mantener la vida. 
            Mis  días transcurren largos y lentos en la tranquilidad cansada de una rutina tediosa, acompañado del Ruano, mi perro manchado, peludo, de raza indefinida y nobleza de carácter; el compañero y confesor de mis avatares, cofre de mis tristes y amargos recuerdos. A mis pies, me acompaña en mis largos viajes por los libros y participa, pasivo, en los acontecimientos por los que transito en mi mente. El fuego perenne de la chimenea caldea, y  en el sillón con un cobertor sobre las rodillas y calzando mis inseparables pantuflas, experimento las emociones que me son negadas físicamente por el letargo obligado.
            Cuando el tiempo lo permite, me cubro de pies a cabeza y salimos a pasear. Debo palear primero la nieve acumulada en la entrada de la cabaña,  lo que permite intentar la caminata hasta el lago congelado. Andar con raquetas de nieve es lento, porque el Ruano se hunde, y  lo tengo que subir al trineo. Al salir del bosque, el descampado permite  observar en toda la amplitud el extenso cristal  matizado de tonos azulados verdosos y el blanco parduzco del contorno, cercado de montes arbolados que intentan destacar el verdor tras su cubierta alba. En la lejanía, el azul profundo de rocosos gigantes, sosteniendo con firmeza un horizonte gris de tristeza infinita.
            Sentado sobre una roca, mientras observo el desolado paisaje,  le comento al Ruano de mi reclusión en ese inhóspito lugar. Él sabe que me buscan y me han perseguido por diferentes ciudades. Como último recurso, mis familiares me aislaron del mundo a este lugar, hasta que la sociedad acepte mi muerte fingida, y sea olvidado. Prometen hacerme regresar con otra identidad. Y, espero…, como espero con ansiedad, la llegada de las provisiones que periódicamente tráe el hidroavión.

El lago se descongeló, los árboles del bosque se han despojado de su ropa de dormir. Aparecen los colores en la naturaleza, los rojos, amarillos y verdes contrastan  con un cielo azul, despojado de nubes. La luz del sol penetra a mi cabaña y alumbra atrevidamente los troncos carbonizados de una chimenea exhausta. Día a día, espero a la orilla del tranquilo lago, mientras Ruano persigue ardillas, la urgente llegada del abasto. Me he acostumbrado al lugar, pero hace días ya no tengo comida… 


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