Aislado
Gárgamel
Estoy solo y no hay nadie en el espejo.
Jorge Luis
Borges
Me he acostumbrado al lugar, a la cabaña de
troncos que resguarda mi vida en el ancestral bosque del hemisferio norte. Me
he acostumbrado al contorno de las paredes con la curvatura natural de los
árboles, a la chimenea de piedra que mantiene la temperatura agradable
durante el invierno; disfruto el calor dispersado por las dos habitaciones que
permite andar ligero de ropa, cuando en el exterior azota la ventisca haciendo
vibrar los cristales de las ventanas, y retumbando con intensidad en la puerta
de entrada, como si solicitara ser recibida para calentarse un poco. Es
invierno y hay poco que hacer, el bosque enmudece conforme se viste de blanco,
los sonidos se aletargan y espacian respetando el luto níveo de la naturaleza
que hiberna esperando mejores días. Sólo el viento rebelde no duerme, fustiga
permanente llevando en andas a la nevada. Algunas sombras se atreven a salir de
sus guaridas y escudriñan bajo el ensabanado bosque el escaso alimento que les
permitirá mantener la vida.
Mis días transcurren largos y lentos en la tranquilidad cansada de una
rutina tediosa, acompañado del Ruano, mi perro manchado, peludo, de raza
indefinida y nobleza de carácter; el compañero y confesor de mis
avatares, cofre de mis tristes y amargos recuerdos. A mis pies, me
acompaña en mis largos viajes por los libros y participa, pasivo, en los
acontecimientos por los que transito en mi mente. El fuego perenne de la
chimenea caldea, y en el sillón con un cobertor sobre las rodillas y
calzando mis inseparables pantuflas, experimento las emociones que me son
negadas físicamente por el letargo obligado.
Cuando el tiempo lo permite, me cubro de pies a cabeza y salimos a pasear. Debo
palear primero la nieve acumulada en la entrada de la cabaña, lo que
permite intentar la caminata hasta el lago congelado. Andar con raquetas de
nieve es lento, porque el Ruano se hunde, y lo tengo que subir al trineo.
Al salir del bosque, el descampado permite observar en toda la amplitud
el extenso cristal matizado de tonos azulados verdosos y el blanco
parduzco del contorno, cercado de montes arbolados que intentan destacar el
verdor tras su cubierta alba. En la lejanía, el azul profundo de rocosos
gigantes, sosteniendo con firmeza un horizonte gris de tristeza infinita.
Sentado sobre una roca, mientras observo el desolado paisaje, le comento
al Ruano de mi reclusión en ese inhóspito lugar. Él sabe que me buscan y me han
perseguido por diferentes ciudades. Como último recurso, mis familiares me
aislaron del mundo a este lugar, hasta que la sociedad acepte mi muerte
fingida, y sea olvidado. Prometen hacerme regresar con otra identidad. Y,
espero…, como espero con ansiedad, la llegada de las provisiones que
periódicamente tráe el hidroavión.
El lago se descongeló, los árboles del
bosque se han despojado de su ropa de dormir. Aparecen los colores en la
naturaleza, los rojos, amarillos y verdes contrastan con un cielo azul,
despojado de nubes. La luz del sol penetra a mi cabaña y alumbra atrevidamente
los troncos carbonizados de una chimenea exhausta. Día a día, espero a la
orilla del tranquilo lago, mientras Ruano persigue ardillas, la urgente llegada
del abasto. Me he acostumbrado al lugar, pero hace días ya no tengo
comida…
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