martes, 25 de junio de 2013

Cuentos congelados


 Cuentos congelados

Jorge Llera

El sonido de su voz se propalaba a través de  la fogata, traspasando los círculos concéntricos  de gentes que en varias hileras oían extasiadas la narración. La fauna, respetaba el silencio con curiosidad y el viento fresco ahuyentaba los restos del calor diurno, con una leve brisa que agitaba el cabello de los espectadores. Mextli, filtraba sus haces de luz sobre la pradera iluminando la reunión; al fondo, con su resplandeciente  cofia blanca, la Gran Montaña vigilaba el valle como un padre protector.
            La emotividad de la plática mantenía  absortos a los oyentes, cubriéndolos con un largo manto de alegría, sufrimiento, odio o amor; según paseara a sus personajes con los argumentos que iba tejiendo al hablar. Sueños que volaban, fantasías entrelazadas con realidades sorprendidas,  terminando en lienzos multicolores de relatos irresistibles al oído. El tono de la narración, la expresión de su rostro y el movimiento de su cuerpo, apoyaban las imágenes transmitidas, con la fuerza de la certidumbre, avivada en el fulgurante brillo de sus ojos negros, incrustando indeleblemente en la conciencia de los oyentes la historia. Ella observaba cómo el poder de su palabra producía el encanto de que la acompañaran en un viaje a las profundidades de la imaginación.
            Los relatos de Huitzillin (Colibrí) nunca eran iguales, ni los personajes los mismos. No tenían secuencia, porque llegaban con la puesta del sol, cuando ella comenzaba a hablar y se iban a la medianoche cuando terminaba el cuento. El público quería atrapar las historias completas, con antecedentes y epílogos, querían degustarlos ampliamente e  interiorizarse en sus vidas. Se lo pidieron con tanta insistencia que lograron crear una preocupación permanente en ella.
            Acudió  con Xochipilli (príncipe de las flores, dios del amor, el placer y las artes) a pedirle su consejo. Después de escucharla con atención, le indicó  fuera  a la  Gran Montaña, y en su parte más alta, localizara la cueva que conserva la nieve eterna; se introdujera en ella y contara un relato. Al despedirse, le dijo: Acuérdate Huitzillin, que todo en la vida es temporal, solo la muerte es permanente
            Siguió fielmente las instrucciones y cubierta de pieles hablo durante horas. Conforme narraba, delante de ella se fue formando una bola de hielo del tamaño de una pelota. La tomó al terminar la historia y bajó al poblado cuando las sombras se hicieron largas y los actores se acomodaban en su mente.
            Sentada, con la bola de hielo entre las manos inició su narración. Salieron  de su boca las mismas palabras que había pronunciado en la caverna. Cuando terminó de hablar, la bola de hielo no se había derretido. Subió a depositarla nuevamente y a partir de ese día acudió cotidianamente a acumular historias. Las guardó y ordenó, saturando la caverna de personajes, vidas, dramas y pasiones... de vida congelada. Por primera vez, sus oyentes disfrutaron de relatos hilvanados en las historia de generaciones de antecesores y las vida secuenciada de sus personajes.
            Pasó el tiempo en su incansable vida de narradora y recopiladora de narraciones, hasta que en una ocasión, a mitad de un relato, un joven interrumpió para pedirle que repitiera la última frase, extrañada vio como el muchacho rayaba una tablilla con un punzón y leía exactamente lo que había escuchado...
            Al llegar por la mañana a la cueva, encontró que una corriente de agua salía a borbotones. Entristecida, abandonó el lugar         
           
25 de junio de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario