Cuentos
congelados
Jorge Llera
El sonido de su voz se propalaba a través
de la fogata, traspasando los círculos
concéntricos de gentes
que en varias hileras oían extasiadas la narración.
La fauna, respetaba el silencio con curiosidad y el viento fresco ahuyentaba
los restos del calor diurno, con una leve brisa que agitaba el cabello de los
espectadores. Mextli, filtraba sus haces de luz sobre la pradera iluminando la
reunión; al fondo, con su resplandeciente cofia blanca, la Gran Montaña
vigilaba el valle como un padre protector.
La
emotividad de la plática mantenía absortos a los oyentes, cubriéndolos
con un largo manto de alegría, sufrimiento, odio o amor;
según paseara a sus personajes con los argumentos que iba
tejiendo al hablar. Sueños que volaban, fantasías
entrelazadas con realidades sorprendidas,
terminando en lienzos multicolores de relatos irresistibles al oído.
El tono de la narración, la expresión
de su rostro y el movimiento de su cuerpo, apoyaban las imágenes
transmitidas, con la fuerza de la certidumbre, avivada en el fulgurante brillo
de sus ojos negros, incrustando indeleblemente en la conciencia de los oyentes la
historia. Ella observaba cómo el poder de su palabra
producía el encanto de que la acompañaran en un viaje a las
profundidades de la imaginación.
Los
relatos de Huitzillin (Colibrí) nunca eran iguales, ni los
personajes los mismos. No tenían secuencia, porque llegaban
con la puesta del sol, cuando ella comenzaba a hablar y se iban a la medianoche
cuando terminaba el cuento. El público quería
atrapar las historias completas, con antecedentes y epílogos,
querían degustarlos ampliamente e interiorizarse en sus vidas. Se lo pidieron
con tanta insistencia que lograron crear una preocupación
permanente en ella.
Acudió con Xochipilli (príncipe
de las flores, dios del amor, el placer y las artes) a pedirle su consejo.
Después de escucharla con atención, le indicó fuera
a la Gran Montaña,
y en su parte más alta, localizara la cueva que conserva la nieve eterna;
se introdujera en ella y contara un relato. Al despedirse, le dijo: “Acuérdate
Huitzillin, que todo en la vida es temporal, solo la muerte es permanente”
Siguió
fielmente las instrucciones y cubierta de pieles hablo durante horas. Conforme
narraba, delante de ella se fue formando una bola de hielo del tamaño
de una pelota. La tomó al terminar la historia y bajó
al poblado cuando las sombras se hicieron largas y los actores se acomodaban en
su mente.
Sentada,
con la bola de hielo entre las manos inició su narración.
Salieron de su boca las mismas palabras
que había pronunciado en la caverna. Cuando terminó
de hablar, la bola de hielo no se había derretido. Subió
a depositarla nuevamente y a partir de ese día acudió
cotidianamente a acumular historias. Las guardó y ordenó,
saturando la caverna de personajes, vidas, dramas y pasiones... de vida
congelada. Por primera vez, sus oyentes disfrutaron de relatos hilvanados en las
historia de generaciones de antecesores y las vida secuenciada de sus
personajes.
Pasó
el tiempo en su incansable vida de narradora y recopiladora de narraciones, hasta
que en una ocasión, a mitad de un relato, un joven interrumpió
para pedirle que repitiera la última frase, extrañada
vio como el muchacho rayaba una tablilla con un punzón
y leía exactamente lo que había escuchado...
Al llegar
por la mañana a la cueva, encontró que una corriente de agua salía
a borbotones. Entristecida, abandonó el lugar…
25 de junio de 2013
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