martes, 4 de junio de 2013

Diversidad


El velatorio rebosaba de amistades que acudían afligidos a dar el pésame. Don Ramón fue una persona que ayudo a los amigos cuando más lo necesitaban. Hombre de campo y de palabra - de una sola línea, le gustaba decir. Amaba a su familia, a su caballo y a sus botas vaqueras puntiagudas. Casado por la iglesia, porque no admitía - según él, más ley que la de Dios- procreó cuatro hijos; convivió con ellos y su esposa durante veinticinco años hasta qué, en una decisión abrupta y repentina,  se mudó a una casa al final de la  hacienda. Los hijos se trasladaron a la capital a terminar sus estudios, y la esposa quedó sola en casa principal.
A sus sesenta y tres años, tenía una vitalidad de joven y gustaba de cabalgar y competir en carreras parejeras,  exigiéndole a su alazán tostado el máximo esfuerzo en cada justa. Los destellos que las puntas de su calzado y las espuelas lanzaban en su movimiento, alumbraban casi siempre el camino de su triunfo.
Era fanático de los rodeos, la bohemia y el buen trago. Siempre acompañado de amigos mucho más jóvenes que él, pero que compartían sus aficiones y lo seguían como líder del grupo.
Recostado en su féretro, rodeado de satín blanco, su traje de vaquero, negro, con chaleco de cuero del mismo color, soportando en su pecho el sombrero Stetson. En su rostro, destacaban sus grandes bigotes cubriendo gran parte de la nariz -como sí un gusano gigante se hubiera adelantado al festín- unas cejas oscuras, pobladas, espesas que resguardaban sus párpados dormidos. El conjunto, transmitía a su cara la expresión de firmeza, reciedumbre y hombría. Al final del ataúd, el par de cúpulas góticas plateadas que se elevaban sobre sus pies, centelleaban por la iluminación oscilante de los cirios en vigilia.
 Su error fue no haber sacado las elegantes botas de los estribos cuando el alazán  se desbarrancó. Murió aplastado bajo el cuerpo del hermoso animal.
Los amigos del rodeo llegaron a dar el pésame a los hijos y a la esposa. Uno de ellos, llevaba unas botas similares a las de Don Ramón;  era un muchacho delgado, alto, de pelo claro, aspecto infantil y con un dejo de timidez, indefensión y melancolía que se cobijaba en la camaradería de los demás buscando su protección. Se acercó a la viuda y con lagrimas en los ojos le dio un abrazo sentido y prolongado, a la vez que le decía al oído:
- Lo siento tanto... perdimos a un hombre bueno, amable y cariñoso; que nos quiso y apoyó, dándonos lo mejor de él sin esperar nada a cambio. Me llamo Román, lo quería mucho.
Se alejó lentamente, como una penumbra al al ser iluminada, y con pasos largos, pausados, taconeando  sus botas sobre las baldosas, abandonó el lugar acompañado de los demás vaqueros.
Quince días después de la muerte de Don Ramón, el Notario del pueblo citó a la familia para leer el testamento.
La sorpresa fue mayúscula para la familia al enterarse que la hacienda fue heredada a Román, con quien había vivido los últimos dos años de su vida.


3 de junio de 2013

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