domingo, 9 de junio de 2013

Entrañable amistad




Entrañable amistad
Jorge Llera
Se sentó frente al espejo a arreglarse el pelo y la cara, comprobando que el maquillaje sólo alcanzaba a cubrir parte de la desolación de su rostro, el tiempo inclemente había dejado su presencia y se notaba, mientras luchaba por una apariencia más agradable, rememoró las palabras que había dicho en confesión la semana pasada:
            - Ay Padre ¿por qué las cosas están mal repartidas? ¿Por qué a Rosalba le tocó lo bueno y a  mí lo malo? Fea, gorda, antipática, díscola, malgeniosa…Confieso ante Dios que toda mi vida he sentido  envidia y rencor contra mi amiga, la odié por ser bella y opacarme ante los demás. Ayer, después de veinticinco años la volví a ver y no puede imaginarse, padre: ese cuerpo maravilloso, esa cara, esas piernas, esos ojos, se perdieron para siempre en un tonel de manteca, bolsas, arrugas, papada y várices, canas, maquillaje. En cuanto nos vimos me apresuré a besarla y abrazarla, ha acabado lo que nos separó, Padre, ahora somos iguales. Ya no la odio. Por lo que hice pido  perdón y su absolución.
            Se citaron para tomar un café y unos pastelillos. Rememoraron dichas y tristezas del pasado, en un café tranquilo y acogedor, situado en un parque arbolado cubierto de intimidad. Actualizaron sus vidas y volvieron a engarzarse en la cadena amistosa de su juventud. Antes de despedirse, Rosalba la invitó a una reunión de ex alumnos de la preparatoria en el Salón Ilusión, el mismo en el que se había festejado la graduación hacía algunos ayeres. Zenobia aceptó gustosa y se despidió cariñosamente de su amiga reencontrada.
            El día del baile Zenobia entró taconeando con la firmeza y seguridad proporcionada por sus zapatillas Gucci rojas, de tacón de aguja, que elevaban su metro y medio de estatura quince centímetros más, con el rostro en alto y una sonrisa, de política en época de elecciones, saludando a todos y a nadie al mismo tiempo
            Se acercó al primer grupo dónde departían alegremente algunas viejas amistades.
- ¿Federico… Lucinda… Marcos? Los reconocí de inmediato después de tantos años ¿Cómo están? ¡qué gusto volver a verlos! Al oír sus nombres, voltearon hacia donde provenía la voz y trataron de reconocerla, al no identificarla, en un ademán de extrañeza preguntaron: ¿Quién eres?
            -Soy Zenobia, compañera de  generación, estuve con ustedes los tres años.
            Lucinda sonrió y la saludó efusivamente: - ¡ya me acordé, eres la que siempre acompañaba a Rosalba ¿no?!
            Las entrañas se le revolvieron al escuchar el comentario, en su interior volvió a renacer con fuerza inaudita el odio oculto enmascarado de cariño que le había manifestado días antes a Rosalba. Mientras trataba de digerir el comentario que la arañaba y rasgaba por dentro.
            Se oyó el ruido de varias voces saludando la entrada de una señora con presencia distinguida, alta, de mediana edad con vestido largo de color azul oscuro cubriendo un cuerpo maduro y esbelto con rasgos delicados y amplia sonrisa, que dialogaba con afecto de grupo en grupo mientras se desplazaba hacia el interior del lugar. Era un intercambio de palabras amables y cariñosas que denotaban la significancia de su presencia en el lugar manifestándose como una alfombra de flores adornando su caminar y acentuando la trascendencia de su persona en las amistades de los años juveniles.
            El odio se exacerbaba en el corazón de Zenobia, ardía la necesidad de manifestarlo, caminó lentamente al encuentro de su paradigma y a pocos pasos de alcanzarla levantó su zarpa lanzándola hacia la cara de su amiga, sin considerar que los Gucci que adornaban sus pies, no estaban diseñados para esos menesteres. Rodó frente a  ella llorando de humillación y desesperación, manifestando en un grito de animal herido sus verdaderos sentimientos: ¡te odio!, ¡te odio! ¡tú presencia siempre me ha hecho sentir menos!  
            El círculo de amigos se amplió, permitiendo que Zenobia, trastabillante y con los Gucci en la mano, abandonara el lugar acompañada de la rechifla general.
junio 7 de 2013

Derivado del cuento “La zarpa”  de José Emilio Pacheco.


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