lunes, 8 de julio de 2013

Bacalao a la viscaína

Bacalao a la Vizcaína
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La cazuela  grande contenía el bacalao en proceso de desalación, llevaba dos días y cuatro cambios de agua. Vacié el líquido y llevé el pescado la mesa de la cocina, para comenzar su limpiado. El viento húmedo del cantábrico y la perezosa nubosidad que oscurecía la visibilidad de la ciudad de Bilbao, me hacían sentir, desde la altura de mi departamento, estar navegando en la grisácea soledad de un mar que se confundía con el horizonte en esa tarde de invierno. Estaba iniciando el  trabajo de desespinar y desmenuzar el bacalao, cuando entró mi hija en actitud beligerante, con las facciones descompuestas y transpirando rencor. Exasperada, expresó: 
¡Me voy a divorciar de este desgraciado! ¡Estoy segura de que tiene una amante! Últimamente llega a altas horas de la noche y lo único que quiere es dormir.
Buenos días hija… yo también estoy bien, gracias. Siéntate y ayúdame.
Se incorporó a la labor y a despotricar en contra de su marido. 
Es un inconsciente, madre, se olvidó de nuestro aniversario y no me habló hasta la noche, pretextando que estaba  trabajando.
Una hora duró el desmenuzado y los cargos contra Fabricio aumentaron, integrando un expediente digno de una causa criminal.
Pelar los ajos, cortarlos finamente, quitarles el corazón para que no sean indigestos, . mezclarlos con la cebolla picada y freírlos con abundante aceite de olivo hasta que el color de la mezcla  se vuelva translucido.
Mi hija seguía hablando atropelladamente y yo, observándola sin opinar nada.
Hija, pon el perejil a desinfectar, después lo picas, sacas de la alacena los chiles morrones y los cortas en tiras. Calienta las papas de cambray en agua, sin hervir, para que terminen de hacerlo en el guisado.
Mi hija volvió al reproche: 
¡Y también tiene mamitis! No puede pasar un día sin que le hable, seguramente se quejará de mi comida con ella, porque siempre anda diciendo: “Tal guiso le queda muy sabroso a mi mamá o, ella me hacía tal otro...”
Levante la vista, la observé y… sonreí. 
Licúa ocho jitomates y le agregas las dos latas de puré…
Ella siguió con su monólogo: 
También debo reconocer que no todo es malo, Fabricio cumple con los gastos de la casa y la escuela de los niños. Pero: ¡¿y yo?, ¿cuándo unas vacaciones?, ¿una ida al cine o al teatro?, un te quiero!…
Levanté la vista y, sonreí…
Mete el bacalao en la cazuela con el ajo y la cebolla; vacíale el jitomate licuado, muévelo lentamente con la pala de madera y le pones de una vez las papas. Vigila que el fuego no esté muy alto.
Mientras bajaba la flama de la estufa manifestó:
Me compró el otro día un vestido corto precioso para la cena de su oficina, en color azul, escotado y descubierto también por la espalda. Deberías haber visto los ojos de la esposa de su jefe. ¡Le encantó! pero sólo comentó: “Te queda bien el azul”
Volteé y, sonreí…
Saca dos frascos de aceitunas y dos de alcaparras de la alacena, les quitas la salmuera y  las echas al bacalao. Síguelo moviendo, no se vaya a quemar.
Eso hago mamá. ¡Ah! y te comento que pensamos pasar las fiestas navideñas con la tía Ofelia en San Francisco para aprovechar las vacaciones de los niños.
Levanté la cara y, sonreí…
Hija, ponle los morrones y el perejil y déjalo reposar. Prepara la mesa, y llama a todos al comedor. ¡Ah! Se me olvidaba, saca una lata de chiles güeros y  llévalos  en una salsera.
¡Papá!, ¡Mi amor!, a comer. Niños, lávense las manos y a la mesa.
Levanté la cara y, sonreí…


2 de diciembre de 2019.

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