Circunstancia y
destino
Un
hombre se confunde gradualmente,
con la forma de su destino;
La
escritura de Dios (El Aleph)
Jorge Luis
Borges.
Lo escribió Borges
y encaja perfectamente con mi vida. Desde joven mis padres me orientaron a
estudiar una carrera de ingeniería. Mi progenitor quiso ser ingeniero y no lo
logró. Así qué, su hijo mayor tendría que satisfacer su ilusiones frustradas. Ante
mi incapacidad para enfrentarlo, estudiaría esa profesión para evitar
enfrentamientos en casa. Mi opinión no contaba, era un instrumento y lo
aceptaba con sumisión. Programaron mi destino.
En un accidente automovilístico,
murieron mis padres. Me mude con la tía Lola y tuve que buscar trabajo para
pagar mis gastos. Ahí se acabaron los sueños de mi padre. Nunca pude ser
ingeniero. La circunstancia cambió mi destino, permitiéndome vislumbrar un
horizonte pleno de posibilidades; tenía juventud, fortaleza y sueños para por
primera vez, definir mi vida.
Lola era secretaria en el Sindicato
Mexicano de Electricistas y me consiguió trabajo en el área de operación. Me
incorporé a una cuadrilla que reparaba la electricidad en la vía pública. Nos
ayudábamos económicamente poniendo o quitando diablitos, según se negociará con la clientela. A mediodía suspendíamos
actividades y nos íbamos a almorzar con don Neto a su tienda de abarrotes. En
la parte trasera tenía instalado un tugurio donde atendían nuestras necesidades
de comida y bebida. Por la noche, frecuentábamos cantinas y centros nocturnos,
hasta que la madrugada nos alcanzaba. Llegaba a casa con paso trastabillante,
ahíto y perturbado en cuerpo y alma, con el único deseo de descansar. En una
parranda constante la circunstancia cambió nuevamente mi destino, alejándome de
mis sueños juveniles.
Me casé con una compañera de trabajo
y procreamos dos hijos. Formamos una familia disfuncional, en la cual ella se
encargaba de las labores de la casa, la educación de los niños y trabajaba para
completar el gasto. Yo, contribuía con mi presencia en los conflictos
familiares.
Nos divorciamos después de quince años de casados. Mi
vida dio un giro completo al quedarme solo y tener que responsabilizarme de
ella. Me mudé a un departamento y coincidentemente, me jubilaron de la compañía,
liberándome en parte de la presión de mis antiguos compañeros de trabajo para
continuar bebiendo. Sin embargo, en la soledad de mi casa, lo seguía haciendo
regularmente bajo la directriz de la coyuntura que prosiguió transportando el
transcurso de mi vida en una corriente de conformidad y tedio, acicateada por
la inactividad productiva.
Hoy fui a consulta y ya no me
dejaron salir del hospital, mi hígado está destrozado. El pronóstico que
emitieron los médicos es de una enfermedad grave y de pronóstico reservado.
Contando sólo con la compañía de los demás enfermos de
la sala, la frialdad del personal, sin nadie de mi familia que me acompañe en este
trance, por primera vez en la vida, sé con certeza cuál es mi destino.
Amodorrado
en mi cama, sin importarme si es de día o noche, y esperando a la enfermera con
los medicamentos para volver a dormir, me comunicaron que tenía visitas; me
acicalaron un poco y recibí con cierta incredulidad, la visita de mi hijo
Antonio, su esposa Magda y conocí a mi nieta Verónica. Estuvieron dos horas
conmigo y platiqué con ellos sentado en el sillón del cuarto, rodeado del
cariño del matrimonio y embelesado por la graciosa simpatía de la pequeña.
Prometieron regresar en dos días, a celebrar el cumpleaños número siete de
Verónica. Cuando se fueron, una alegría intensa recorrió mi cuerpo; por primera
vez en varios años disfruté la presencia de unos seres queridos y… lloré
amargamente el desperdicio de mi vida. Esperé con ansiedad el día anunciado y
pedí a la enfermera ayuda para recibirlos bien presentado. Llegaron, y la
plática fluyó con la ligereza, afabilidad y el cariño de una relación estrecha
vinculada a experiencias y anécdotas olvidadas. La celebración del cumpleaños
requirió del canto de las Mañanitas,
el apagado del pequeño pastel y la entrega del regalo, encargado a una empleada
del hospital: una muñeca enfermera. Antes de irse, Verónica se acercó y
quedamente musitó en mi oído: Abue, que bueno que me regalaste una enfermera,
diariamente le preguntaré por tu salud y sé que ella te aliviará… La emoción
por las palabras tiernas de mi nieta me mantuvo despierto durante la noche y
motivó qué, por la mañana, hiciera llamar al médico para preguntarle sobre la posibilidad de un transplante de hígado a
mi edad…
Un hombre se confunde gradualmente, con
la forma de su destino; un hombre, es a la larga, sus circunstancias.
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