domingo, 1 de septiembre de 2013

Circunstancia y destino



Circunstancia y destino


Un hombre se confunde gradualmente,
 con la forma de su destino;
 un hombre, es a la larga, sus circunstancias. 
La escritura de Dios (El Aleph) 
Jorge Luis Borges.

Lo escribió Borges y encaja perfectamente con mi vida. Desde joven mis padres me orientaron a estudiar una carrera de ingeniería. Mi progenitor quiso ser ingeniero y no lo logró. Así qué, su hijo mayor tendría que satisfacer su ilusiones frustradas. Ante mi incapacidad para enfrentarlo, estudiaría esa profesión para evitar enfrentamientos en casa. Mi opinión no contaba, era un instrumento y lo aceptaba con sumisión. Programaron mi destino.
            En un accidente automovilístico, murieron mis padres. Me mude con la tía Lola y tuve que buscar trabajo para pagar mis gastos. Ahí se acabaron los sueños de mi padre. Nunca pude ser ingeniero. La circunstancia cambió mi destino, permitiéndome vislumbrar un horizonte pleno de posibilidades; tenía juventud, fortaleza y sueños para por primera vez, definir mi vida.
            Lola era secretaria en el Sindicato Mexicano de Electricistas y me consiguió trabajo en el área de operación. Me incorporé a una cuadrilla que reparaba la electricidad en la vía pública. Nos ayudábamos económicamente poniendo o quitando diablitos, según se negociará con la clientela. A mediodía suspendíamos actividades y nos íbamos a almorzar con don Neto a su tienda de abarrotes. En la parte trasera tenía instalado un tugurio donde atendían nuestras necesidades de comida y bebida. Por la noche, frecuentábamos cantinas y centros nocturnos, hasta que la madrugada nos alcanzaba. Llegaba a casa con paso trastabillante, ahíto y perturbado en cuerpo y alma, con el único deseo de descansar. En una parranda constante la circunstancia cambió nuevamente mi destino, alejándome de mis sueños juveniles.
            Me casé con una compañera de trabajo y procreamos dos hijos. Formamos una familia disfuncional, en la cual ella se encargaba de las labores de la casa, la educación de los niños y trabajaba para completar el gasto. Yo, contribuía con mi presencia en los conflictos familiares.     
            Nos divorciamos después de quince años de casados. Mi vida dio un giro completo al quedarme solo y tener que responsabilizarme de ella. Me mudé a un departamento y coincidentemente, me jubilaron de la compañía, liberándome en parte de la presión de mis antiguos compañeros de trabajo para continuar bebiendo. Sin embargo, en la soledad de mi casa, lo seguía haciendo regularmente bajo la directriz de la coyuntura que prosiguió transportando el transcurso de mi vida en una corriente de conformidad y tedio, acicateada por la inactividad productiva.
            Hoy fui a consulta y ya no me dejaron salir del hospital, mi hígado está destrozado. El pronóstico que emitieron los médicos es de una enfermedad grave y de pronóstico reservado.
            Contando  sólo con la compañía de los demás enfermos de la sala, la frialdad del personal, sin nadie de mi familia que me acompañe en este trance, por primera vez en la vida, sé con certeza cuál es mi destino.
           
Amodorrado en mi cama, sin importarme si es de día o noche, y esperando a la enfermera con los medicamentos para volver a dormir, me comunicaron que tenía visitas; me acicalaron un poco y recibí con cierta incredulidad, la visita de mi hijo Antonio, su esposa Magda y conocí a mi nieta Verónica. Estuvieron dos horas conmigo y platiqué con ellos sentado en el sillón del cuarto, rodeado del cariño del matrimonio y embelesado por la graciosa simpatía de la pequeña. Prometieron regresar en dos días, a celebrar el cumpleaños número siete de Verónica. Cuando se fueron, una alegría intensa recorrió mi cuerpo; por primera vez en varios años disfruté la presencia de unos seres queridos y… lloré amargamente el desperdicio de mi vida. Esperé con ansiedad el día anunciado y pedí a la enfermera ayuda para recibirlos bien presentado. Llegaron, y la plática fluyó con la ligereza, afabilidad y el cariño de una relación estrecha vinculada a experiencias y anécdotas olvidadas. La celebración del cumpleaños requirió del canto de las Mañanitas, el apagado del pequeño pastel y la entrega del regalo, encargado a una empleada del hospital: una muñeca enfermera. Antes de irse, Verónica se acercó y quedamente musitó en mi oído: Abue, que bueno que me regalaste una enfermera, diariamente le preguntaré por tu salud y sé que ella te aliviará… La emoción por las palabras tiernas de mi nieta me mantuvo despierto durante la noche y motivó qué, por la mañana, hiciera llamar al médico para preguntarle sobre  la posibilidad de un transplante de hígado a mi edad…
           
Un hombre se confunde gradualmente, con la forma de su destino; un hombre, es a la larga, sus circunstancias. 



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