sábado, 22 de marzo de 2014

El sonido de la libertad







El sonido de la libertad




No supo cuánto tiempo pasó, estaba semiconsciente cuando oyó abrir su celda. Se acercaron y le quitaron el capuchón abruptamente, lastimándolo. La luz cegadora del mediodía le perforó las pupilas obligándolo a cerrar los ojos. Lo desataron, dejaron alimento y agua sobre el suelo, y salieron sin emitir palabra.
             Por la alta ventana de la parte posterior se derramaba contundente el sol abrazador del mediodía. La brisa que se filtraba a través de los barrotes refrescó el ambiente salobre y provocó la activación de recuerdos:
            “Soy un preso de conciencia, un luchador político que combate contra  la imposición de un régimen dictatorial. Fui apresado cuando arengaba al pueblo a pelear por su libertad. En el reclusorio fui sedado…” 
            Por la mañana entraron a su celda dos soldados, lo esposaron y cubrieron con una capucha para después conducirlo a un edificio cercano. En el baño  le indicaron que se aseará, le dieron ropa limpia y trasladaron a un  laboratorio.  Esposado a una mesa de operaciones, rodeado de personal con batas blancas, vio con terror que dos brazos metálicos articulados con luz en los extremos y puntiagudos, se acercaban a sus oídos para introducirse en ellos. El dolor agudo se transformó en aullido al ser profundamente penetrados, sintió desgarrarse la parte interna de su cabeza. El paso lento de unos filamentos lijaban su interior como piedras filosas arrastradas sobre carne viva. Sintió que los cables se alargaban, que los oídos se elevaban hacia un lugar secreto y prohibido, una región ultrasónica peligrosa a la que no había llegado jamás y en la que no tenía derecho a estar* y ya no supo más…
            Por primera vez, desde su llegada, le hablaron:
            —Usted es parte de un proyecto de investigación, se le han instalado chips en los oídos, que le permitirán escuchar sonidos inaudibles para la especie humana y hasta para animales sumamente sensibles. Así mismo, estos aparatos transmitirán instrucciones a su cerebro que obligadamente tendrá que cumplir. Vivirá en una cabaña en la montaña y será vigilado día y noche electrónicamente. Deberá reconocer el sonido mediante el cual será llamado al laboratorio para recoger alimentos o medicinas. Saldrá mañana por la mañana.
            Se instaló y reconoció el lugar. Se hallaba en la cima del monte más elevado de la pequeña isla, lo rodeaba un océano matizado de colores azules. Las playas abanicadas por las palmeras, soportaban pacientemente las caricias de un mar en calma que disfrutaba el placer de magrearlo. Observando el paisaje, comenzó a sentir una molestia que no identificaba: de pronto tomó conciencia de una sensación extraña, como si se le separasen los oídos de la cabeza*, un sonido tremendamente perturbador lo desesperaba, no le permitía pensar, lo obligaba a acallarlo antes de enloquecer. Bajó corriendo al laboratorio y con jadeos entrecortados por el esfuerzo, llegó a suplicar apagaran aquel estrépito. Sonriendo, el militar oprimió una tecla de la computadora y desapareció el ruido, le entregó alimentos y le dijo: ahora ya sabe cuando venir.
            Despertó por la mañana a causa de sonidos nunca escuchados. Llamó su atención el lejano caminar de una muchedumbre, entre muchos ruidos que saturaban su cabeza. Decidió investigar: salió de la cabaña y caminó unos pasos hacia el origen del fragor y lo descubrió… ¡un hormiguero!
             Era capaz de escuchar ese ruido infinitamente débil, de percibir lo imperceptible, lo inaudible. El pasmo lo inmovilizó. Un impulso lo dominó inmediatamente: el deseo de destruir, de acabar con todo, Un odio profundo nacido en sus entrañas le exigió destrozar, aniquilar, y despedazar. Y así lo hizo. Destruyó todo. Supo entonces que lo habían convertido en un esclavo, que cumpliría con las ordenes más aviesas sin importar nada. No podría escapar jamás.
            La tristeza lo consumió por varios días mientras su mente elucubraba posibles escapatorias. No las encontraba. Se distraía con sonidos nuevos, le habían dejado encendida esa función. Escuchaba el gorjeo de los pájaros, detectaba madrigueras al escuchar la presurosa huida, sorprendía el reptar de las serpientes, y oía las comunicaciones de los militares.
            Después de meses, una mañana percibió un sonido nuevo, lejano, apenas audible, que iba creciendo y avanzaba hacia la isla a una velocidad impresionante. Lo supo después de prestar atención. Corrió desesperadamente hacia la parte más alta de la isla y en la cima, vio como la inmensa ola se acercaba. Observó a los militares alertados a destiempo, tratando de salvarse y finalmente cómo fueron arrolladas todas las construcciones, seres humanos y animales de la isla. El agua llegó a unos metros de dónde se había refugiado. Esperó varios días hasta que las aguas se retiraron. Construyó una balsa con los restos de embarcaciones y partió…
            En un pequeño pueblo de pescadores de los mares del sur, hablan de aquel hombre que escucha el sonido de los peces…

22 de marzo de 2014                                                 * La máquina del sonido de Roal Dahl

No hay comentarios:

Publicar un comentario