El sonido de la libertad
No supo cuánto tiempo pasó, estaba semiconsciente cuando oyó
abrir su celda. Se acercaron y le quitaron el capuchón abruptamente,
lastimándolo. La luz cegadora del mediodía le perforó las pupilas obligándolo a
cerrar los ojos. Lo desataron, dejaron alimento y agua sobre el suelo, y salieron
sin emitir palabra.
Por la alta ventana de la parte posterior se
derramaba contundente el sol abrazador del mediodía. La brisa que se filtraba a
través de los barrotes refrescó el ambiente salobre y provocó la activación de
recuerdos:
“Soy un
preso de conciencia, un luchador político que combate contra la imposición de un régimen dictatorial. Fui
apresado cuando arengaba al pueblo a pelear por su libertad. En el reclusorio
fui sedado…”
Por la
mañana entraron a su celda dos soldados, lo esposaron y cubrieron con una
capucha para después conducirlo a un edificio cercano. En el baño le indicaron que se aseará, le dieron ropa
limpia y trasladaron a un laboratorio. Esposado a una mesa de operaciones, rodeado de
personal con batas blancas, vio con terror que dos brazos metálicos articulados
con luz en los extremos y puntiagudos, se acercaban a sus oídos para
introducirse en ellos. El dolor agudo se transformó en aullido al ser
profundamente penetrados, sintió desgarrarse la parte interna de su cabeza. El
paso lento de unos filamentos lijaban su interior como piedras filosas
arrastradas sobre carne viva. Sintió que
los cables se alargaban, que los oídos se elevaban hacia un lugar secreto y
prohibido, una región ultrasónica peligrosa a la que no había llegado jamás y
en la que no tenía derecho a estar* y ya no supo más…
Por primera
vez, desde su llegada, le hablaron:
—Usted es
parte de un proyecto de investigación, se le han instalado chips en los oídos, que le permitirán escuchar sonidos inaudibles
para la especie humana y hasta para animales sumamente sensibles. Así mismo,
estos aparatos transmitirán instrucciones a su cerebro que obligadamente tendrá
que cumplir. Vivirá en una cabaña en la montaña y será vigilado día y noche
electrónicamente. Deberá reconocer el sonido mediante el cual será llamado al
laboratorio para recoger alimentos o medicinas. Saldrá mañana por la mañana.
Se instaló y
reconoció el lugar. Se hallaba en la cima del monte más elevado de la pequeña
isla, lo rodeaba un océano matizado de colores azules. Las playas abanicadas
por las palmeras, soportaban pacientemente las caricias de un mar en calma que
disfrutaba el placer de magrearlo. Observando el paisaje, comenzó a sentir una
molestia que no identificaba: de pronto
tomó conciencia de una sensación extraña, como si se le separasen los oídos de
la cabeza*, un sonido tremendamente perturbador lo desesperaba, no le
permitía pensar, lo obligaba a acallarlo antes de enloquecer. Bajó corriendo al
laboratorio y con jadeos entrecortados por el esfuerzo, llegó a suplicar
apagaran aquel estrépito. Sonriendo, el militar oprimió una tecla de la
computadora y desapareció el ruido, le entregó alimentos y le dijo: ahora ya
sabe cuando venir.
Despertó
por la mañana a causa de sonidos nunca escuchados. Llamó su atención el lejano
caminar de una muchedumbre, entre muchos ruidos que saturaban su cabeza. Decidió
investigar: salió de la cabaña y caminó unos pasos hacia el origen del fragor y
lo descubrió… ¡un hormiguero!
Era capaz de escuchar ese ruido infinitamente
débil, de percibir lo imperceptible, lo inaudible. El pasmo lo inmovilizó. Un impulso
lo dominó inmediatamente: el deseo de destruir, de acabar con todo, Un odio
profundo nacido en sus entrañas le exigió destrozar, aniquilar, y despedazar. Y
así lo hizo. Destruyó todo. Supo entonces que lo habían convertido en un
esclavo, que cumpliría con las ordenes más aviesas sin importar nada. No podría
escapar jamás.
La tristeza
lo consumió por varios días mientras su mente elucubraba posibles escapatorias.
No las encontraba. Se distraía con sonidos nuevos, le habían dejado encendida
esa función. Escuchaba el gorjeo de los pájaros, detectaba madrigueras al
escuchar la presurosa huida, sorprendía el reptar de las serpientes, y oía las
comunicaciones de los militares.
Después de
meses, una mañana percibió un sonido nuevo, lejano, apenas audible, que iba
creciendo y avanzaba hacia la isla a una velocidad impresionante. Lo supo después
de prestar atención. Corrió desesperadamente hacia la parte más alta de la isla
y en la cima, vio como la inmensa ola se acercaba. Observó a los militares alertados
a destiempo, tratando de salvarse y finalmente cómo fueron arrolladas todas las
construcciones, seres humanos y animales de la isla. El agua llegó a unos
metros de dónde se había refugiado. Esperó varios días hasta que las aguas se
retiraron. Construyó una balsa con los restos de embarcaciones y partió…
En un
pequeño pueblo de pescadores de los mares del sur, hablan de aquel hombre que
escucha el sonido de los peces…
22 de marzo de 2014 *
La máquina del sonido de Roal Dahl
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