La mano
tendida
El auditorio, escuchaba la voz grave, sonora y segura del
orador. El mes de agosto de 1968 era caliente en Guadalajara. El bochorno por
el clima en la ciudad y la temperatura política había alcanzando niveles de
tensión poco manejables por la renuencia de las autoridades a dialogar con los estudiantes sobre un
conflicto que el autoritarismo había dejado crecer y alimentaba artificialmente
para preparar una represión ejemplar. México se incorporaba al movimiento
mundial en lucha contra del sometimiento y prevalencia de esquemas
gubernamentales caducos. En el ámbito internacional, el pueblo americano
rechazaba la guerra de Vietnam y el de Checoeslovaquia sufría el sometimiento de la Primavera de Praga por
el Gobierno Ruso.
De traje
oscuro, porte enjuto, austero de bondades y buenos amigos, el mandatario refugiaba
la rigidez del rostro moreno en grandes incisivos que sobresalían de su boca
pequeña acostumbrada a mandar —El mentón escondido tras sus palabras, denotaba
egoísmo y tozudez. Levantó la mirada y prosiguió su discurso, inmovilizando en
sus asientos a la asistencia de
incondicionales que aplaudían efusivamente cada palabra:
…Una
mano está tendida a los estudiantes: es la de un hombre que a través de la
pequeña historia de su existencia ha demostrado ser leal. Los mexicanos dirán
si se queda en el aire…
En el avión de regreso a la ciudad de México, se le acercó
el Secretario de la Defensa, y en una plática íntima, le comunicó que el
embajador americano le había propuesto encabezar un golpe de estado, financiado
por ellos, considerando que el país se
estaba saliendo de control.
Con la
tranquilidad de no escuchar algo nuevo,
le dio las gracias y le ordenó:
—General, pronto
entraremos en acción y acabaremos con las insurrectos. Siga con los preparativos.
Flavio y Sofía llegaron temprano a la Plaza de la Tres
Culturas con la propaganda bajo el brazo, iniciando inmediatamente la
repartición de impresos a las pocas personas que habían llegado. Los entregaban
y recibían propinas de la gente con
disposición de apoyar al movimiento estudiantil. En una de la vueltas, se
encontraron de frente y Flavio la abrazó y besó con la ternura del
agradecimiento por llevar una parte de él en su vientre. La miró a los ojos y
con una sonrisa en los labios le dijo: —no te agites, si te sientes cansada ya
no sigas, yo termino. Estudiantes de filosofía en la UNAM, eran activistas
comprometidos con el movimiento y habían asistido a todas las marchas y mítines.
Creían firmemente que el gobierno al fin, aceptaría negociar la eliminación del
cuerpo de granaderos, del artículo de disolución
social de la Constitución, y pediría la renuncia de los jefes policíacos,
entre otros puntos. La actitud del Gobierno conforme se acercaban los Juegos
Olímpicos era de concertación.
Se
conocieron militando en diversos grupos de izquierda, escribían artículos en el
periódico de la Facultad: Ellos eran los editores, impresores y distribuidores
de sus ideas democráticas.
En un país
gobernado por la Cleptocracia, el
buscar un cambio en el modo de pensar del pueblo era peligroso. Se sabían
identificados por el Servicio secreto, espiados en la escuela y en sus hogares.
Sus padres, acosados por las autoridades, los habían reprimido verbalmente y
estrechado económicamente.
Dieron el
paso a la clandestinidad, se convirtieron en amantes y comenzaron a vivir de lo
que sus escritos les generaban en propinas.
Llevaban varios meses en su nueva vida.
Estaban
parados al centro de la concurrencia: estudiantes, maestros, intelectuales y
pueblo en general, oían con emoción las arengas de los oradores. El atardecer
temprano, pintaba las nubes de tonalidades rojizas y grises premonitorios de
lluvia. Flavio abrazaba a Sofía por la espalda cuando escucharon el ruido de
varios petardos en el aire, voltearon y vieron como el juego de luces descendía
iluminando el cielo de colores. De las azoteas de los edificios que rodeaban la
plaza, así como de la iglesia; comenzaron a oírse disparos aislados y ráfagas
de ametralladora. La gente corría desesperada viendo caer a compañeros, otros
sangrando y arrastrándose, suplicaban ayuda. Militares vestidos de civil y con
un guante blanco en una mano, hacían detenciones. El ejercito que rodeaba la
plaza contestaba la agresión, disparando hacia las partes altas de los
edificios.
Corrían
hacia la entrada del edificio Chihuahua para resguardarse cuando Flavio fue
alcanzado por unos proyectiles en la espalda; cayó de rodillas, retorciéndose
por el dolor y manando abundante sangre. Sofía gritaba desesperada por un auxilio
que nunca llegaría.
…Una mano está tendida a los estudiantes…
Flavio
acarició por última vez el rostro y el vientre de su amada, tiñéndolos de
sangre. Su mano tendida permaneció en el aire un momento, para caer inerte con sus
ideales.
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