lunes, 31 de marzo de 2014

La mano tendida




La mano tendida


El auditorio, escuchaba la voz grave, sonora y segura del orador. El mes de agosto de 1968 era caliente en Guadalajara. El bochorno por el clima en la ciudad y la temperatura política había alcanzando niveles de tensión poco manejables por la renuencia de las autoridades a  dialogar con los estudiantes sobre un conflicto que el autoritarismo había dejado crecer y alimentaba artificialmente para preparar una represión ejemplar. México se incorporaba al movimiento mundial en lucha contra del sometimiento y prevalencia de esquemas gubernamentales caducos. En el ámbito internacional, el pueblo americano rechazaba la guerra de Vietnam y el de Checoeslovaquia sufría  el sometimiento de la Primavera de Praga por el Gobierno Ruso.
            De traje oscuro, porte enjuto, austero de bondades y buenos amigos, el mandatario refugiaba la rigidez del rostro moreno en grandes incisivos que sobresalían de su boca pequeña acostumbrada a mandar —El mentón escondido tras sus palabras, denotaba egoísmo y tozudez. Levantó la mirada y prosiguió su discurso, inmovilizando en sus asientos  a la asistencia de incondicionales que aplaudían efusivamente cada palabra:
            …Una mano está tendida a los estudiantes: es la de un hombre que a través de la pequeña historia de su existencia ha demostrado ser leal. Los mexicanos dirán si se queda en el aire…
           
En el avión de regreso a la ciudad de México, se le acercó el Secretario de la Defensa, y en una plática íntima, le comunicó que el embajador americano le había propuesto encabezar un golpe de estado, financiado por ellos, considerando  que el país se estaba saliendo de control.
            Con la tranquilidad de  no escuchar algo nuevo, le dio las gracias y le  ordenó:
            —General, pronto entraremos en acción y acabaremos con las insurrectos. Siga con los preparativos.
                       
Flavio y Sofía llegaron temprano a la Plaza de la Tres Culturas con la propaganda bajo el brazo, iniciando inmediatamente la repartición de impresos a las pocas personas que habían llegado. Los entregaban y recibían  propinas de la gente con disposición de apoyar al movimiento estudiantil. En una de la vueltas, se encontraron de frente y Flavio la abrazó y besó con la ternura del agradecimiento por llevar una parte de él en su vientre. La miró a los ojos y con una sonrisa en los labios le dijo: —no te agites, si te sientes cansada ya no sigas, yo termino. Estudiantes de filosofía en la UNAM, eran activistas comprometidos con el movimiento y habían asistido a todas las marchas y mítines. Creían firmemente que el gobierno al fin, aceptaría negociar la eliminación del cuerpo de granaderos, del artículo de disolución social de la Constitución, y pediría la renuncia de los jefes policíacos, entre otros puntos. La actitud del Gobierno conforme se acercaban los Juegos Olímpicos era de concertación.
            Se conocieron militando en diversos grupos de izquierda, escribían artículos en el periódico de la Facultad: Ellos eran los editores, impresores y distribuidores de sus ideas democráticas.
            En un país gobernado por la Cleptocracia, el buscar un cambio en el modo de pensar del pueblo era peligroso. Se sabían identificados por el Servicio secreto, espiados en la escuela y en sus hogares. Sus padres, acosados por las autoridades, los habían reprimido verbalmente y estrechado económicamente.
            Dieron el paso a la clandestinidad, se convirtieron en amantes y comenzaron a vivir de lo que sus  escritos les generaban en propinas. Llevaban varios meses en su nueva vida.
            Estaban parados al centro de la concurrencia: estudiantes, maestros, intelectuales y pueblo en general, oían con emoción las arengas de los oradores. El atardecer temprano, pintaba las nubes de tonalidades rojizas y grises premonitorios de lluvia. Flavio abrazaba a Sofía por la espalda cuando escucharon el ruido de varios petardos en el aire, voltearon y vieron como el juego de luces descendía iluminando el cielo de colores. De las azoteas de los edificios que rodeaban la plaza, así como de la iglesia; comenzaron a oírse disparos aislados y ráfagas de ametralladora. La gente corría desesperada viendo caer a compañeros, otros sangrando y arrastrándose, suplicaban ayuda. Militares vestidos de civil y con un guante blanco en una mano, hacían detenciones. El ejercito que rodeaba la plaza contestaba la agresión, disparando hacia las partes altas de los edificios.
            Corrían hacia la entrada del edificio Chihuahua para resguardarse cuando Flavio fue alcanzado por unos proyectiles en la espalda; cayó de rodillas, retorciéndose por el dolor y manando abundante sangre. Sofía gritaba desesperada por un auxilio que nunca llegaría.
            …Una mano está tendida a los estudiantes…
            Flavio acarició por última vez el rostro y el vientre de su amada, tiñéndolos de sangre. Su mano tendida permaneció en el aire un momento, para caer inerte con sus ideales.

            

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