Susi
la coqueta
Llegó del trabajo con el tiempo justo para arreglarse.
Asistiría a la
cena del veinticinco aniversario de la
compañía, en uno de los más elegantes hoteles de la ciudad. La invitación
establecía etiqueta rigurosa, que le había obligado a adquirir un traje de
noche.
Al entrar al vestíbulo del edificio
donde vivía, no pudo ocultar una sonrisa recordando la indignación de Fidencio,
jefe de servicios generales, que al recibir la invitación preguntó a sus compañeros
el significado de las siglas R.S.V.P al final del texto.
—¡Ay, Fidencio!, cómo serás ignorante
—le dijo Toño— quiere decir: Ruego Se Vea Presentable. La cara abotagada se
contrajo en una mueca de desprecio, considerando la referencia como un insulto
más de sus patrones, de la gente atildada, de gustos refinados, que no se relacionaba
con sus empleados. Tuvo que intervenir Susi para calmarlo, y explicarle que era el acrónimo de las
palabras francesas: Répondez s'il vous plait, y significaba favor de confirmar su asistencia. El gordo y desaliñado Fidencio, les dio la
espalda y agitando el brazo en señal de negación vociferó:
¾ ¡de todos modos, no se les quita lo mamones! Y se alejó por el pasillo,
balanceando su desbordante anatomía.
Susi
atropelló los
cuatro pisos del edificio con el vigoroso taconeo de sentirse atrapada en el
tiempo, con la desesperación de no poder alcanzar esos minutos que la precedían.
Abrió la
puerta, cruzó el
pasillo, entró a su recámara y lanzó al infinito las zapatillas con dos patadas que las impulsaron en una parábola hasta
la cama; con igual energía, aventó la gran bolsa, que abriendo su amplia boca, vomitó el contenido sobre el edredón rosado: cepillos, llaves, esmalte de uñas, pastillas, limas, chicles, pañuelos desechables a medio uso y multitud de
notas de compra y comprobantes de pago de tarjetas de crédito, fueron a chocar contra los almohadones floreados.
Se fue desvistiendo rápidamente hasta llegar al mismo obstáculo de todos los días: la faja. Al tratar de bajarla, asomó amenazadoramente el abdomen y se inmovilizaron
las piernas; trastabilló y cayó sobre
los objetos desperdigados, rodando sobre la alfombra, pataleó y jalando
fuertemente con ambas manos, terminó sudorosa y exhausta
la operación.
Deprimida
decidió tomar
un baño. El
agua caliente y el vapor relajante aminoraron su frustración y con turbante y la túnica de toalla alrededor del cuerpo, se enfrentó
al verídico e insobornable juez de su
imagen. Trabajó arduamente durante varias horas frente al fiel aliado, que con
espíritu
restaurador desarrugó el ceño,
pulió sus mejillas, despeinó años,
depuró
gestos y puso una sonrisa que transmitía confianza en el rostro, bordeado por un nuevo
corte color caoba que le suavizaba las facciones. La hacía ver diez años más
joven. Imaginaba el impacto que iba a causar entre los compañeros de trabajo,
especialmente en Flavio, el licenciado del segundo piso que la saludaba tan
amablemente por las mañanas y lo sentía tan cercano a ella en el elevador. El recuerdo
del olor de su loción permanecía en su interior hasta bien entrada la mañana.
Pensaba al arreglarse, en la envidia que les causaría a las compañeras verla
elegantemente vestida, esparciendo su cautivadora sonrisa. Provocaría a quienes
le habían puesto el mote de Susi la coqueta. Sonrió al hacerse una promesa:
Les voy a demostrar cómo se conquista a los hombres.
El último
toque logró la armonía del conjunto. El vestido rojo scarlett, confeccionado
en tela de punto que le da sensualidad a su figura, rezaba el anuncio,
comprado a seis meses sin intereses en
los saldos de aquel almacén
elegante, los zapatos de tacón del mismo color que la elevaban como quince centímetros de su metro
y medio original. Se admiró durante varios minutos desde todos lo ángulos, y
levantando el dedo pulgar, en un ademán de aprobación, emprendió el camino de
la conquista.
Llegó a la cena y con paso altivo y presuntuoso siguió a la edecán a la
mesa correspondiente.
La recibieron varios compañeros con el
comentario:
¾¡Qué cambiada Susi, te ves muy bien! Lo que afirmó su seguridad. Las
tres damas que estaban en la mesa, apenas la saludaron con un frío:
¾Hola Susi. Las había impactado su imagen, la envidia les revolvía las
entrañas. Pensó que deberían sentirse muy mal comparando sus harapos con el
hermoso vestido de ella. El gesto mustio de sus rostros deslavados, lo
demostraba.
Ahora, sólo esperar
a que Flavio se acerque a pedirme que baile. Lo haremos durante toda la fiesta,
y después... Dios dirá.
Comenzó el
baile y todos en la mesa se pararon a danzar. Se inquietó de que sus encantos
no hubieran motivado el interés de nadie en la primera tanda.
Es natural, se
sentirán cohibidos y temerosos de un desaire, en la segunda tanda se armarán de
valor y lo harán.
Al fondo del
salón veía a Flavio platicar animadamente con Roxana la flaca narigona del
tercer piso, quiere encelarme, pensó.
La segunda y tercera tanda y… nada, ni quién se acercara
y los demás de la mesa bailando. Oía risas a su alrededor y miradas furtivas de
sorna. Desesperada, tomando la cuarta copa, tuvo que optar por la decisión
radical, la última alternativa.
Se levantó y fue al baño. Tardó media hora en regresar,
mientras los compañeros se extrañaban por la tardanza y las mujeres, comentaban
que había ido a hacerse una hojalateada de urgencia. Regresó con una mueca de
satisfacción en la cara y terminó de un solo trago la bebida.
A lo lejos, distinguieron una figura elegante en un
smoking de lujo. Un hombre de esbelto porte se acercaba caminando con firmeza.
Destacaba el rostro juvenil y atractivo, lo varonil de su aspecto enfatizado
por una cabellera ensortijada y larga que caía sobre sus hombros en descuidado
orden. Se acercó emocionado hacia Susi, la tomó por los hombros e inclinándose
le dio un beso ardiente y prolongado. Le dijo en voz alta:
¾Perdóname, mi vida, por llegar tarde, estaba en una reunión de
accionistas, pero ya estoy aquí. Sentía desesperación por verte.
Los integrantes de la mesa enmudecieron, los rostros
deslavados se tiñeron de carmín y las miradas furtivas aumentaron en todo el
salón.
Al terminar la cena, salieron abrazados como dos
enamorados en el mejor momento de su romance; subieron a la limosina que los
esperaba en la puerta y partieron ante la mirada incrédula de los compañeros de
trabajo.
Al bajar del vehículo, pagó los servicios y se despidió
con un beso de agradecimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario