viernes, 14 de marzo de 2014

Susi la coqueta

Susi la coqueta



Llegó del trabajo con el tiempo justo para arreglarse. Asistiría a la cena del  veinticinco aniversario de la compañía, en uno de los más elegantes hoteles de la ciudad. La invitación establecía etiqueta rigurosa, que le había obligado a adquirir un traje de noche.
         Al entrar al vestíbulo del edificio donde vivía, no pudo ocultar una sonrisa recordando la indignación de Fidencio, jefe de servicios generales, que al recibir la invitación preguntó a sus compañeros el significado de las siglas R.S.V.P al final del texto.
          —¡Ay, Fidencio!, cómo serás ignorante —le dijo Toño— quiere decir: Ruego Se Vea Presentable. La cara abotagada se contrajo en una mueca de desprecio, considerando la referencia como un insulto más de sus patrones, de la gente atildada, de gustos refinados, que no se relacionaba con sus empleados. Tuvo que intervenir Susi para calmarlo, y explicarle que era el acrónimo de las palabras  francesas:  Répondez s'il vous plait, y significaba favor de confirmar su asistencia. El gordo y desaliñado Fidencio, les dio la espalda y agitando el brazo en señal de negación vociferó:
¾ ¡de todos modos, no se les quita lo mamones! Y se alejó por el pasillo, balanceando su desbordante anatomía.
Susi atropelló los cuatro pisos del edificio con el vigoroso taconeo de sentirse atrapada en el tiempo, con la desesperación de no poder alcanzar esos minutos que la precedían. Abrió la puerta, cruzó el pasillo, entró a su recámara y lanzó al infinito las zapatillas con dos patadas que las impulsaron en una parábola hasta la cama; con igual energía, aventó la gran bolsa, que abriendo su amplia boca,  vomitó el contenido sobre el edredón rosado: cepillos, llaves, esmalte de uñas, pastillas, limas,  chicles, pañuelos desechables a medio uso y multitud de notas de compra y comprobantes de pago de tarjetas de crédito, fueron a chocar contra los almohadones floreados. Se fue desvistiendo rápidamente hasta llegar al mismo obstáculo de todos los días: la faja. Al tratar de  bajarla, asomó amenazadoramente el abdomen y se inmovilizaron las piernas; trastabilló y cayó sobre los objetos desperdigados, rodando sobre la alfombra, pataleó y jalando fuertemente con ambas manos, terminó sudorosa y exhausta la operación.
            Deprimida decidió tomar un baño. El agua caliente y el vapor relajante aminoraron su frustración y con turbante y la túnica de toalla alrededor del cuerpo, se enfrentó al verídico e insobornable juez de su imagen. Trabajó arduamente durante varias horas frente al fiel aliado, que con espíritu restaurador desarrugó el ceño, pulió sus mejillas, despeinó años, depuró gestos y puso una sonrisa que transmitía confianza en el rostro, bordeado por un nuevo corte color caoba que le suavizaba las facciones. La hacía ver diez años más joven. Imaginaba el impacto que iba a causar entre los compañeros de trabajo, especialmente en Flavio, el licenciado del segundo piso que la saludaba tan amablemente por las mañanas y lo sentía tan cercano a ella en el elevador. El recuerdo del olor de su loción permanecía en su interior hasta bien entrada la mañana. Pensaba al arreglarse, en la envidia que les causaría a las compañeras verla elegantemente vestida, esparciendo su cautivadora sonrisa. Provocaría a quienes le habían puesto el mote de Susi la coqueta. Sonrió al hacerse una promesa: Les voy a demostrar cómo se conquista a los hombres.
El último toque logró la armonía del conjunto. El vestido rojo scarlett, confeccionado en tela de punto que le da sensualidad a su figura, rezaba el anuncio, comprado a seis meses sin intereses en  los saldos de aquel  almacén elegante, los zapatos de tacón del mismo color que la  elevaban como quince centímetros de su metro y medio original. Se admiró durante varios minutos desde todos lo ángulos, y levantando el dedo pulgar, en un ademán de aprobación, emprendió el camino de la conquista.
         Llegó a la cena y con paso altivo y presuntuoso siguió a la edecán a la mesa correspondiente.
 La recibieron varios compañeros con el comentario:
¾¡Qué cambiada Susi, te ves muy bien! Lo que afirmó su seguridad. Las tres damas que estaban en la mesa, apenas la saludaron con un frío:
¾Hola Susi. Las había impactado su imagen, la envidia les revolvía las entrañas. Pensó que deberían sentirse muy mal comparando sus harapos con el hermoso vestido de ella. El gesto mustio de sus rostros deslavados, lo demostraba.
            Ahora, sólo esperar a que Flavio se acerque a pedirme que baile. Lo haremos durante toda la fiesta, y después... Dios dirá.
Comenzó el baile y todos en la mesa se pararon a danzar. Se inquietó de que sus encantos no hubieran motivado el interés de nadie en la primera tanda.
            Es natural, se sentirán cohibidos y temerosos de un desaire, en la segunda tanda se armarán de valor y lo harán.
Al fondo del salón veía a Flavio platicar animadamente con Roxana la flaca narigona del tercer piso, quiere encelarme, pensó.
            La segunda y tercera tanda y… nada, ni quién se acercara y los demás de la mesa bailando. Oía risas a su alrededor y miradas furtivas de sorna. Desesperada, tomando la cuarta copa, tuvo que optar por la decisión radical, la última alternativa.
            Se levantó y fue al baño. Tardó media hora en regresar, mientras los compañeros se extrañaban por la tardanza y las mujeres, comentaban que había ido a hacerse una hojalateada de urgencia. Regresó con una mueca de satisfacción en la cara y terminó de un solo trago la bebida.
            A lo lejos, distinguieron una figura elegante en un smoking de lujo. Un hombre de esbelto porte se acercaba caminando con firmeza. Destacaba el rostro juvenil y atractivo, lo varonil de su aspecto enfatizado por una cabellera ensortijada y larga que caía sobre sus hombros en descuidado orden. Se acercó emocionado hacia Susi, la tomó por los hombros e inclinándose le dio un beso ardiente y prolongado. Le dijo en voz alta:
¾Perdóname, mi vida, por llegar tarde, estaba en una reunión de accionistas, pero ya estoy aquí. Sentía desesperación por verte.
            Los integrantes de la mesa enmudecieron, los rostros deslavados se tiñeron de carmín y las miradas furtivas aumentaron en todo el salón.
            Al terminar la cena, salieron abrazados como dos enamorados en el mejor momento de su romance; subieron a la limosina que los esperaba en la puerta y partieron ante la mirada incrédula de los compañeros de trabajo.
            Al bajar del vehículo, pagó los servicios y se despidió con un beso de agradecimiento.


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