viernes, 11 de diciembre de 2020

Mar de nostalgia

Mar de nostalgia


 Gárgamel


La enfermedad lo fue deteriorando paulatinamente hasta apoderarse de su cuerpo, una barca a la deriva en el mar indolente de la circunstancia, al cuidado solícito y tierno de la amada Maria. Había perdido el control del cuerpo, mas no el de la jovialidad e interés por vivir. En permanente espíritu de lucha, intentaba  comunicarse con el entorno; la susurrante voz era brisa que acariciaba con la afabilidad de sus palabras. El proceso duró meses… El término llegó una tórrida noche de verano, con la luz pálida de la luna filtrándose por la ventana y el sopor somnoliento enmarcando el ambiente. Al sentir el estertor, se  despidió de María con una mueca que deseaba ser sonrisa, en un vaho de amor y agradecimiento.

Meses duró ella en ese departamento abrumada de soledad y tristeza, cada objeto un recuerdo, anécdota u olor de aquél ser inigualable que había sido su pareja, la razón de vida, el complemento perfecto de una relación de amor y comprensión. Se negaba a dejarlo partir, a olvidarlo; el rechazo no era un duelo, era un reclamo permanente y egoísta al Dios supremo al que había entregado su devoción. Se sentía traicionada…

Decidió cambiar su residencia: Vendió su departamento de Barcelona y adquirió uno en Madrid. El trajín de la mudanza la mantenía ocupada durante el día, pero al llegar la noche la añoranza la abrigaba con un manto de dolor y soledad. Para distraerse, visitó museos. Así fue cómo llegó al de la Reina Sofía. Recorrió varias salas y ya cansada, creyó sentir una suave caricia sobre su hombro, se detuvo frente a un pequeño cuadro de la época realista de Salvador Dalí: Muchacha en la ventana —estudio que le hizo a su hermana en 1920—. “Una joven se asoma al puerto desde su ventana abierta, se vierte una luz azul y apacible, como una promesa surrealista. Pareciera que el mar se infiltra a través de las cortinas, que vuelan con la caricia suave de la brisa salada…”* Un aura meditativa circundaba la figura de la chica recargada en la ventana, llamando su atención; le  sedujo la serenidad, placidez y frescura de la obra.

¿Qué estaría pensando?, se preguntó…

—Tal vez está vertiendo en las olas del mar su nostalgia y recibiendo respuesta con las caricias de la brisa, oyó en su interior.

—¿¡Pepe!?, pronunció en voz alta… Algunas gentes a su alrededor, voltearon a verla, extrañadas y siseando el respeto al protocolo de silencio del museo.

—No tienes que hablar, exprésalo en tu mente, escuchó...

Mi querido Pepe, en los recuerdos teñidos por la bruma del tiempo, se han ido los días, semanas y  meses…✪  y así bogo hacia mi destino, sin renunciar a tú inefable memoria, en este oleaje taciturno y permanente de añoranza…


—Hola Roberto, ¿cómo va la ronda?

—Igual de aburrida, Juan. Las mismas esculturas y cuadros de los que me voy a jubilar pronto, y la vieja que diariamente se sienta a contemplar la pintura de Dalí: Muchacha en la ventana, desde hace varios años, sonriendo, asintiendo o negando y envolviendo suavemente a la figura frente a la ventana, en suspiros de sal* que resbalan sobre su rostro.


*Andrea Fisher

 ✪Mi escritura en tiempos del COVID

11 de diciembre de 202


 

 

 



    


lunes, 7 de diciembre de 2020

La habitación

 La habitación

 

 

Gárgamel

 

…el  terror me invade, paraliza y exprime hasta mojar la ropa. Grito e imploro la muerte cada noche, padre, cuando  aparece la imagen de mi amada Carla bañada en sangre, con el rostro desfigurado por la agresión, señalándome amenazante. Me repliego a la húmeda pared y escondo mi cara entre las piernas, hasta que desfalleciente suplico que dejen de golpearme en esta jaula compartida…

jueves, 19 de noviembre de 2020

El cristal con que se mira

 


El cristal con que se mira

Gárgamel

En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, 
todo es según el color del cristal con que se mira”.
Ramón de Campoamor y Campoosorio 

(1817-19019

Merendó el tradicional chocolate y el pan de dulce, entre las pláticas insulsas y repetitivas de su madre y abuela; con cierto apuro, se desprendió de la malqueriente crítica al vecindario, apuró el último sorbo de la aromática bebida y se despidió con una sonrisa enmarcada aún por las delicias de los sabores degustados. Levantó de la silla la torpeza de sus treinta y cinco años, e irguió su famélica figura; ajustó los pesados lentes en el aguileño soporte, y con paso presuroso se dirigió a su habitación. 


Encendió el computador y su perfil emergió con impetuoso orgullo. La imagen bella y varonil que se había creado, lo deleitó: Cabello largo, trigueño, descansando en una orla desparpajada sobre los hombros y el rostro de profusa varonilidad; la sonrisa cálida y atrayente revelaba ternura y sus verdes ojos tranquilidad y seguridad. El torso musculoso enfundado en un suéter con cuello de tortuga denotaba el buen gusto en el vestir. Había seleccionado el personaje que lo caracterizaría después de escudriñar largo tiempo perfiles de actores en agencias de publicidad. “Valió la pena haberle rogado a mi madre que pagara el costo de la contratación de las imágenes. Y es que, en mi marea creciente de obsesión por un ser perfecto, fabrico espejismos —fuertes, esbeltos, bellos—, quizá porque solo sé amar cuando soy irreconocible”, pensó.

La encorvada figura, seleccionó uno de los diez nombres del archivo novias: Felícitas. Se conectó a su correo electrónico y escribió:

Hola amor, he estado pensando mucho en ti, reviso constantemente el correo y si no veo mensajes, me angustio, entristezco. Ayer por la noche, después de un día pleno de juntas en la empresa y de tomar decisiones que involucraron millones de pesos, fui al Club de Industriales a una cena con el embajador de Austria. Estaba distraído, porque cuando él me hablaba de importaciones y exportaciones, yo estaba pensando en ti. Llegando a casa proyecté en una pantalla las imágenes y videos que me has enviado, me excité disfrutando tu belleza y las originales posiciones de las tomas. Ansío conocerte físicamente. En cuanto mis actividades profesionales lo permitan, lo haré. Sígueme enviando tus eróticos videos, ya que son la motivación para apresurar nuestro esperado encuentro.

Con mi amor

 Arnulfo


Envió el escrito y remitió el mismo mensaje a los correos de Gladys, Esperanza, Rutilia, Ausencia, Isidra, Apolonia, Gracia, Angustias y… Amanda. Pasó varias horas editando los videos e incorporándolos a su sitio porno: “Supremas”.


—¡El timbre no deja de sonar! y nadie abre. ¡Mamá, abuela, atiendan!… Ante el mutismo, se descobijó, calzó las pantuflas y se encaminó a la puerta del departamento. Al abrirla, emitió el nombre con un quejido: 

—¡Felícitaaas¡…

—¡Sí!, y tú ¿Quién eres?, busco a Arnulfo, mi novio… La policía cibernética me dio esta dirección…

Con la cara demudada por el nerviosismo, responde:

—Ya no vive aquí.

—Y tú, ¿Cómo me conoces?...


19 de noviembre de 2020.


viernes, 6 de noviembre de 2020

Quimera


Quimera 
Gárgamel 
Flotaba en el ambiente la amarillenta luminiscencia de una lámpara junto al sillón donde fumaba y leía; el humo del cigarro partía del cenicero y se elevaba en espiral entreverándose con el sonido de la música suave, lenta y pegajosa que emitía el reproductor, estableciendo una armónica sinergia que impregnaba el lugar de placidez. 
    La lectura de la novela fantástica, me llevó a las andanzas de una hermosa golem˙morena de cabellera negra y abundante, que caía sobre la descubierta espalda entornando parte de su escultural cuerpo; los ojos negros, resguardados por largas pestañas, fulguraban alegría y se reflejaba en su bello rostro; y un djinn˙˙ alto, fornido, de facciones toscas y pelo ensortijado, que no ocultaba en su antigua vestimenta, su origen.        La obra, situada en las postrimerías del Siglo XIX en Nueva York, me envolvió. Me imbuí en sus aventuras, seguí a los protagonistas en el deambular nocturno en la ciudad: del barrio judío al sirio, del latino al irlandés… Ninguno de los dos, dormía. Después de observar los dos, que fueran donde fueran, los seguía de cerca, los vigilaba, los acosaba, se acostumbraron a mi presencia como si fuera parte de la trama... 
     Beatriz, la golem, estaba diseñada para hacer hasta lo imposible por complacer a los humanos, su inventor, un sabio alemán, la llevó a Nueva York para vivir sus últimos días con ella; fueron pocos, la lujuria pronto lo acabó. 
      Con el tiempo, Beatriz notó que había una falla en su diseño: “Un hombre, borracho y trastabillando le sonrió y le acercó sus pensamientos nublados por la lujuria. Para su sorpresa, se dio cuenta de que este era un deseo que no deseaba cumplir”* 
      Debido a mi sociabilidad y programación de ella, me fue sencillo entablar amistad. Ahmmad, el Djinn, un pillo redomado, difícil, taimado y mentiroso, era simpático y charlatán, tardó en aceptarme. El tipo tenía poderes mágicos que utilizaba con frecuencia, satisfaciendo caprichos y aligerando nuestras vidas.   
    Una madrugada, después de vagabundear por la ciudad, platicábamos en un arbolado parque, iluminados tenuemente por un farol que salpicaba claridad sobre la alfombra umbrosa y fría del otoño. Fuera del contexto de la plática, Ahmed, nos invitó a conocer su casa. Con la rapidez de un rayo, llegamos a una montaña cubierta de maleza, y entre ella, se abría un tajo. Nos introdujimos, alumbrados por luces que el djinn iba prendiendo con indolentes ademanes. Al fondo, sobre unas piedras, una rara y oscura botella. Ahmed se paró frente a ella, le quitó el tapón y extendiendo el brazo nos señaló: —¡Mi casa! Pronunció palabras ininteligibles y en un suspiro, nos encontramos en el fondo: un palacio árabe, de amplios espacios, columnas, arcos, cúpulas, pisos bellamente adoquinados y alfombras… 
    Recostados en cómodos cojines, escuchamos su historia: 
    —Hace mil quinientos años mi tribu combatió contra los Ifrits, espíritus paganos, que con la ayuda de Iblis˙˙˙, nos derrotaron. Me condenaron a vivir en esa botella hasta que alguien la encontrara y la abriera. Una vez hecho esto, la obligación es estar dentro durante el día hasta encontrar un inquilino permanente. Hace unas semanas, un pastor abrió la botella y salí convertido en demonio, el campesino huyó desaforadamente… 
    Pero, dejémonos de historias tristes y bebamos vino realmente añejado. A la tercera botella, nos dimos cuenta de que Ahmed se tardaba mucho en regresar del baño… 
    Calculo que llevamos Beatriz y yo doscientos años en la botella. Yo no sé de que se quejaba Ahmed: vivimos como reyes, no envejezco, ella no se ha descompuesto, sigue bella y satisface cada uno de mis caprichos. Esto es el paraíso… 

6 de noviembre de 2020 

 . golem, ser animado fabricado a partir de materia inanimada 
.. djinn, espíritu de la mitología árabe preislámica. 
˙˙˙ Iblis, diablo 
*La Golem y el género (Helene Wecker)

viernes, 23 de octubre de 2020

La última Bernarda Alba

La última Bernarda Alba

Gárgamel

En la bandera de la libertad
bordé el amor más grande de mi vida.
Federico García Lorca
(1898-1936)

La permanente penumbra se enseñoreaba en la añosa vivienda, mientras una tenue claridad entrecana bregaba palmo a palmo por invadir los intersticios de las puertas y ventanas clausuradas. El luto jurado por Bernarda a su esposo y respetado por las cinco hijas, tras ocho años de vigencia, actuaba bajo la represión del bastón emblemático que encarnaba la añoranza del patriarca. 
Esa noche, marcaría la rebeldía e independencia de Adela, la hija menor. Bajó a cenar vestida con un ropaje verde oliva, largo vestido escotado, que se deslizaba con fruición hasta llegar al piso. Al descender la escalera con lentitud, tratando de dominar el temor a la insubordinación, su resplandeciente imagen ondulaba con elegancia e iluminaba el entorno oscuro de sus cuatro hermanas en la mesa. La estupefacción y envidia irrumpió el recinto con el  clamor oscuro del respeto al juramento inducido. Las recriminaciones fraternas estaban plagadas de contradicción: por un lado, la observancia del designio materno, por el otro, la necesidad de una vida libre…
En el sombrío ambiente de la fría noche, se escuchó el trabajoso caminar de la anciana remarcado por el sonido duro y admonitorio del órgano rector. Escalón por escalón, la cacofonía aumentó el nerviosismo de las espectantes hermanas. La matriarcal figura, perforó con lentitud la penumbra impulsada por el halo débil que la rodeaba…
Un grito estentóreo rompió la tensión:
—¡Adela, has roto el juramento!, ¡manchaste el honor de la familia!. ¡Te vas de la casa y no vuelves!
Cabizbaja y rezumando lágrimas de miseria, alcanzó a balbucear… también, estoy embarazada.
Ante la respuesta iracunda y furiosa de una cachava blandida con intención de lastimar, las cuatro hermanas formaron un muro oscuro de protección, abrazaron a su madre y tras, un tiempo de violencia verbal, volvió la momentánea calma. 
Largos días de argumentaciones, reflexiones y explicaciones, fueron derrumbando la tozudez del carácter férreo de la rústica Bernarda. En un desbastamiento ligero y constante, las abrasivas palabra desgastaron la tosca madera de la intolerancia. 
La  tranquilidad en el ámbito familiar se reveló exiguamente al permitir la entrada de luz por las ventanas, el paulatino cambio de colorido en las vestimentas y el estallido jubiloso, con el nacimiento del primer nieto en la familia Alba.
 23 de octubre de 2020




domingo, 18 de octubre de 2020

El último deseo de Dorian

 

El último deseo de Dorian

 Gárgamel


La mejor manera de librarse

 de una tentación, es caer en ella.

Oscar Wilde

 

 

A los veinte años, Dorian se sabía hermoso, viril y atractivo. Hijo único de comerciantes prósperos, vivía un mundo de diversión, despilfarro, y vagabundeo.  Al regreso de un viaje a África sintió fuertes dolores corporales y fiebre incontrolable. A pesar de la atención médica y hospitalaria, los facultativos no lograban su curación. Una noche, postrado en cama, con temperatura alta, sudoración excesiva y dolor de cabeza, escuchó una susurrante voz pronunciar palabras que llegaron a su oído en un vaho tibio y carente de emoción:

            ­—“¿Ya vez qué frágil es la vida?... vives alimentando un enorme ego y la superficialidad existencial, no respetas normas y conductas de la sociedad; solo el hedonismo en el que subsistes, te alimenta… En el filo ondulante por el que caminas tendrás que definir tú destino, buscarás cual equilibrista que pendula bajo el cobijo de su pértiga, la estabilidad física y emocional con la que enfrentarás el futuro.

Sé que vivirás la transformación hacia la verdadera imagen que tú ser interior desea; las pasiones y disociaciones se irán reflejando conforme emerja la esencia oculta que te habita…”

Se restableció pronto ante la incredulidad de médicos y familiares. Consideró solo una pesadilla, el sueño pasado y siguió viviendo su inexorable forma de vida, aunque el espejo de su habitación le manifestaba día a día los cambios que sufría su aspecto físico.

 

Frente al revelador cristal admiraba su perfil rectilíneo, levantándo la barbilla mientras cepillaba el terso cabello oscuro, refocilándose con las caricias suaves del cerdamen. La luz de la habitación proyectó la imagen del cuerpo moreno, de torso largo y glúteos firmes. Fijó satisfecho su mirada zarca en la figura mostrada, giró lentamente, admirándose y  pensando: “…sigo viéndome bien”,  sonrió. Terminó de vestirse, alineó las medias, ajustó la falda, se calzó las zapatillas de tacón alto  y salió al mundo a disfrutar una noche más de lujuria, concupiscencia y libertinaje…

 

17 de octubre de 2020

sábado, 10 de octubre de 2020

AGUA DE VIDA Y MUERTE



AGUA DE VIDA Y MUERTE

Gárgamel

El bramido sordo de la turbulenta  Iguazú lo sentía en su interior como fluido de energía que aún la mantenía viva. Con tristeza veía desde el mirador en que se encontraba, a la nebulosa brisa ascender por la columna de agua desde el himen rocoso e impoluto de la virginal y selvática montaña, hasta sus pies. Un haz multicolor iluminó la nubosidad y penetró la catarata formando un pentagrama natural donde una parvada de garzas, en sincrónico vuelo de notas musicales, puntillaron de blanco el horizonte verdoso de la selva tropical. La última radiación del día iluminó el demacrado rostro y la liberó de la angustia y desesperación acumulada en años de sufrimiento. Con el temor supurando el cuerpo, dio el paso final para incorporarse a la partitura de luz…








jueves, 1 de octubre de 2020

Claroscuro

 Claroscuro
Gárgamel
El ocaso de un día de verano mostraba la dejadez del viejo astro, cansado de coruscar vida en el transcurrir diario; su azafranado fulgor penetraba por  la terraza, coloreándo el marco de madera de  la frágil mampara que protegía la sala. La radiación reptó hacia el centro de la estancia y cubrió paulatinamente el cuerpo en posición de Sukhasana. El anciano meditaba, como lo había hecho la mayor parte de su vida, en los atardeceres del poblado de Kakunodate que vislumbraba a la distancia matizado por un nimbo de ceresos en flor. En el horizonte, los colores se confundían con los reflejos moribundos de aquel sol en agonía. 
    Al sentirse tibiamente acariciado por un gratificante oreo, abrió los ojos y descansó su vista en el avance lento de la luz y las sombras proyectadas en los diferentes objetos de la habitación: “Algunos dirán que la falaz belleza creada por la penumbra no es la belleza auténtica…”*, discurrió el viejo. Sin embargo, concordó con la idea de qué cuando avanza la luz, se producen movimientos fugaces de vida etérea, en la cual “…los orientales creamos belleza, haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes…”*, pensó.
El avance de la luz en la penumbra de la sala y su proyección sobre los objetos lo rebasó; comenzó entonces a imaginar la progresión de ésta a su espalda, la creación fantasiosa de sombras que al deslizarse topaban con los objetos, distorsionando sus figuras. La claridad imaginada llegó a  la mesa esquinera que soportaba la estatuilla del guerrero Honda Tadakatsu, con su famosa espada Nakatsukasa Masamune, en actitud de ataque; su ficción impelió la sombra alargada del arma hasta el retrato de su finada esposa Akira, iluminado aún por los postreros rayos del atardecer. La sombra del acero avanzó hasta situarse justo en el cuello de la mujer amada. La pasión invadió su cuerpo, los músculos se tensaron, y el dolor visceral de odio, angustia y desesperación, volvió a sentirlo como en el momento que había vengado la traición… 
La penumbra, encubrió el amor y el odio que escurrieron por su rostro… como lo han hecho a través de los años.
*Junichiro Tanizaki

30 de septiembre de 2020





miércoles, 23 de septiembre de 2020

Daruma

Daruma

Gárgamel

Conseguir una diputación, era mi meta. Estaba dispuesto a utilizar cualquier recurso, viniera de

 dónde viniera… Y confiaba en la magia de mi Daruma, un poderoso talismán nipón. De 

estructura ovoide, una figura humana sin brazos, ni piernas, y ojos carentes de pupila, me

 miraba fijamente en su sarcástica nebulosidad. Con la fé puesta en el fetiche, pinté un iris en su

 ojo izquierdo, e hice mi petición. Al cumplirse el propósito, debería colorearse la pupila derecha. 

        Con la esperanza prendida al deseo lo empujaba diariamente y después de un bamboleo,

 regresaba a su posición original.


El día de la elección, a la que llevamos acarreados, repartimos despensas, rellenamos 

urnas, e hicimos todo para ganar, revisé la repisa y…       ¡alarmado!, observé que se había 

despintado el ojo del Daruma. Lo empujé con el dedo y… no se reincorporó… 






 






domingo, 13 de septiembre de 2020

Sputnik V

 Sputnik V

 

Gárgamel

 

Fastidiado de estar encerrado por temor a la epidemia del atroz virus, encendí el ordenador para escribir mis sentimientos y temores de los seis meses de enclaustramiento obligado. Comencé a navegar por las redes, buscando artículos que me sirvieran para fundamentar el relato. Con sorpresa vi que apareció un mensaje dónde solicitaban voluntarios para probar la vacuna rusa Sputnik V.  Yo llenaba los requisitos: mayor de sesenta años, con hipertensión, diabetes, exceso de peso, y fumador consuetudinario… Me armé de valor, y pensando acabar de una vez por todas con la lapidaria carga que la naturaleza vengativa había mandado, llamé a la Embajada y solicité cita. La otorgaron a la 5:00 p.m.

Con tiempo suficiente, acoracé el rostro con careta y cubre bocas; cubrí las manos con guantes, y los pies, con botas de hule; el cuerpo, con una bata y gorra de enfermero; me rocié con desinfectante y partí caminando a la embajada rusa, procurando mantener en mi andar la distancia con los transeúntes. Las circunstancias —obstáculos diseñados por un ente malévolo— trataron de impedir mi avance: no había caminado ni tres cuadras, cuándo un ruido estrepitoso de tambores y gritos cubrió el entorno. Un grupo de feministas, embozadas, al grito de ¡Ni una más!, acompañadas de feroces activistas cuya cubierta impedía la entrada del virus, pero no la salida de invectivas procaces que sonrojaban hasta a los perros callejeros que las contemplaban con miradas de ausencia, me envolvió. Grité a todo pulmón, desde el interior de la cobertura:

            —¡La sana distancia!... ¡la sana distancia, por favor!... Prediqué en el desierto, porque grafitearon mi bata: ¡violador!... ¡inútil!

            La angustia engullía a tarascadas el tiempo restante para la cita, por lo que decidí tomar un taxi.

            Con una sonrisa enarbolando un abundante bigote, me preguntó el conductor:

—¿A dónde?,

            —A la Embajada Rusa, contesté. Con horror escuché un estruendoso estornudo, como contestación a mi indicación. Me hundí en el asiento y embadurné de gel desinfectante las manos y ropa.

            Bajé corriendo del automóvil y enseñé la cita al empleado de recepción. La revisó con displicencia y devolvió el papel con un estentóreo: я опоздал (llegáste tarde).

            Decepcionado regresé en el Metro, entre apretujones y hedores de usuarios con cubrebocas sosteniendo la papada. Nuevamente volví a cubrirme de gel desinfectante; al llegar a casa tomé un baño, y encendí el televisor para ver el informe del doctor Gatell. Me angustió el pensar que podría contribuir a incrementar la estadística.

           

Cinco días despúes de mi aventura… tengo fiebre…

11 de septiembre de 2020

Mi escritura en el tiempo del Corona virus

 MI escritura en el tiempo del COVID

 

Gárgamel

 

En recuerdos teñidos por la bruma del tiempo, se fueron los días, semanas y meses, con el sentimiento de impotencia cargado sobre mis espaldas; el miedo, la desesperación y el hartazgo por un sorpresivo ataque a la humanidad de parte del enemigo invisible que no necesitó de armas para diezmarla, solo su presencia aniquiladora, invasiva y mortal. Enclaustrado en un entorno insustancial y apático, describí mi desesperanza…

 

lunes, 25 de mayo de 2020

Futbol y Hotel minificciones



Futbol

Gárgamel

El último penalty define el campeonato. El jugador “americanista” asienta la pelota mientras el  estadio Azteca abunda en porras y banderas agitadas. Carlos, en la primera fila del segundo tendido, esconde la cabeza entre sus brazos, con la boca reseca y el sudor escurriéndole por las mejillas, espera. El jugador ¡dispara! Y… ¡falla! El estadio, en un mutismo de muerte, calla. Carlos, frustrado y furioso, se abalanza y golpea a la primera camiseta azul que ve, y…  trastabilla…    



Hotel
Gárgamel

“…Lo mismo de cada viernes de quincena: comer en el restaurante elegante que le gusta, comer el mismo corte de carne y beber la botella de vino argentino, hacer el amor desaforadamente hasta altas horas de la noche en el mismo hotel de siempre…”
            —¡Hasta que llegaste! ¡Ya están los recibos de agua y luz!, ¡pagar colegiaturas atrasadas de los niños!, y los dos meses de renta…!
            “¡Siempre lo mismo…!”

lunes, 11 de mayo de 2020

Duda, incertidumbre, repudio o, negación


Duda, incertidumbre, repudio o negación…
Gárgamel
En la seductora penumbra de un ambiente romántico las lamparillas sobre las mesas invitaban a imaginar una noche estrellada, y el ambiente íntimo que se respiraba, a sobornar la pasión del ser amado con la melosa y taimada música que interpretaba el trío. Ordenamos un fondue, ensalada y una botella de vino merlot. La pista se iluminó y con alegres pasos, el presentador, de aspecto delicado y peinado descuidadamente arreglado, anunció: “¡El Restaurant-bar Luxury, tiene el orgullo de presentar la única pastorela de diversidad sexual en el país, acojámoslos con un fuerte aplauso!”.
            ―Creo que nos equivocamos, amor. No es lo que creíamos… –comenté.
            ―Luego luego dejas ver tu visión machista del mundo, haz a un lado los prejuicios y disfruta el espectáculo, Arturo…
            Traté de no enturbiar el aniversario y concentrarme en la obra: en el escenario, dos féminas demoniácas muy varoniles, acosaban a un arcángel alto, tosco y delicado… sonreí y me desentendí de la representación. Adriana reía y acompañaba con aplausos algunas acciones…
            Nos trajeron la cena cuando la pastorela llegaba a su fin. Brindamos por nuestro aniversario, y con circunspección, exploré el entorno entre la bruma pesada de un ambiente saturado de música, voces y diversidad sexual que privaba en el lugar. Adriana estaba a gusto, yo… nervioso. Se me quedó viendo con una sonrisa y, me enfrentó:
            —Arturo, creo que eres homófobo y conservador; considero que por eso no te cae bien mi primo Salvador; se nota forzado tu trato con él…
            —¡Tú, y tus elucubraciones! ¡Chavita me cae muy bien!, es muy agradable y atento.
            —¡Ya ves!, ¡ya ves!, hasta al nombrarlo, lo feminízas…
            —¿No le dicen así en tú familia? Es su mote, ¿no?...
            Un dosel de silencio cubrió la comunicación, nos volvimos a resguardar en el  mundo interior de confrontación y reproches almacenados. Seguimos comiendo y bebiendo en el mutismo discordante del bullicio exterior. En la divagación de la mirada, vislumbré una mesa cercana a la pista, como de seis o siete hombres bien vestidos que departían animadamente, algunos se paraban a bailar las suaves cadencias de música romántica que interpretaba el conjunto.
            Me econtré con la mirada de él observando nuestra mesa; pensé qué tal vez, le causábamos extrañeza por ser la única pareja heterosexual en el recinto. Su parecido al titular del noticiero nocturno de la televisión, era notable: alto, de buen porte, elegantemente vestido, pelo negro ondulado y espeso bigote. Desvié la vista al sentir el acoso persistente de sus penetrantes  ojos.
            Incomodo por la situación, le dije a Adriana que nos fueramos. Aceptó con un ligero movimento de cabeza. Pedí la cuenta, mientras ella se levantaba para ir al baño.
            Lo vi parárse y caminar hacia mí. Erguido era más alto de lo que yo pensaba. Sentí que me iba a golpear y me removí del asiento con intención de que no me pegara estando indefenso… A dos pasos de distancia, se detuvo; el corazón me dio un vuelco y las palpitaciones de mi corazón aumentaron, el bochorno me invadió, y comencé a transpirar… Traté de incorporarme, sin lográrlo. Levanté la vista hacia los cautivadores ojos negros, y al brazo que se dirigía hacia mí. Con una sugestiva sonrisa, dijo:
—¿Bailamos?...

           
11 de mayo de 2020 
           

lunes, 4 de mayo de 2020

Expiación

Expiación
Gárgamel

El ritmo suave, cadencioso e incitante de caderas y vientre acompañaban las notas de la lujuriosa música oriental. Los brazos de la escultural Mata Hari dibujaban florituras enardecedoras del deseo en la abarrotada atmósfera del teatro del Museo Guimet; y al interpretar las danzas javanesas los muslos, firmes y vibrantes, marcaban la tensión de su musculatura al impulsar el cuerpo hacia los espectadores en movimientos acompasados y provocadores. Con una escenografía tropical, abundante en palmeras, vegetación y un fondo del mar azul en diferentes tonalidades, el sitio de moda del París de 1915 rebosaba de clientela cada noche. Cuando interpretaba el Bedhaya la sala contenía la emoción, la bailarina se iba desprendiendo de las finas gasas que la cubrían al ritmo lento y sensual de los instrumentos de percusión, hasta quedar prácticamente desnuda.
            ¡Yo estaba ahí!, cada noche que mi sueldo del ejército francés me lo permitía y lograba un permiso de salida. las posibilidades económicas me alcanzaban para ver el espectáculo en la parte alta del teatro. La admiraba embelesado usando mis binoculares, y cuando ella dirigía su mirada a las alturas… la besaba. 
            La guerra contra Alemania no presagiaba buenos augurios para mi país. La vida en las trincheras era agotadora y angustiante; nuestro ánimo lindaba entre la depresión y el miedo.
Trasladaron mi batallón a París, lo que me permitió frecuentar más el Museo. Una noche me atreví a llevarle un ramo de rosas a su camerino… y la conocí. Era más bella de cerca que a distancia. Nos hicimos amigos y, eventualmente, salíamos; le encantaba enterarse de la evolución de la guerra y opinaba con mucho sentido de los movimientos bélicos de ambos ejércitos. Su conocimiento se lo debía a los comentarios de los altos mandos militares, con los que se relacionaba habitualmente.
            Volví a las trincheras, los alemanes nos estaban venciendo. Todo un año combatiendo día a día, retrocediendo hacia París. Cuando estábamos a punto de rendirnos, Inglaterra entró en la guerra y un poco después, Estados Unidos. Comenzamos a recuperar el territorio perdido y el arrojo extenuado.
            Me trasladaron al Cuartel General y ascendieron de grado, al de Capitán.
La segunda semana de octubre del año de 1917, me tocó guardia. En la madrugada, el invierno engarzado en nuestra ropa de cama, y en las paredes sudorosas de sinuosos regatos congelados, vigilaban silenciosos el sueño, cuando escuchamos la voz enérgica del coronel Blanchet: ¡Capitán Ettiene, prepare el pelotón, fusilaremos a un espía! ¡Los espero en el paredón en diez minutos!...
            El hálito de la brisa húmeda y fría hostigaba el rostro de los soldados en posición de firmes. Frente a ellos: la pared de mampostería escarpada de historias, y el poste oscuro, pringado de vida. El clarín de órdenes emitió su lastimero sonido y de la reja lateral del edificio, salió gallarda la figura esbelta y hermosa de la Mata Hari, custodiada por dos guardias. Lucía un vestido blanco, que hacía resaltar su oscura cabellera y el brillo de sus negros ojos. Con una sonrisa irónica enfrentaba su destino. Recorrió con la mirada al pelotón y después, fijó su mirada en mí. Intempestivamente se desprendió de la custodia, corrió, me abrazó y besó apasionadamente antes de que los guardias la alcanzaran y arrastraran hacia el poste.
            Me paralizó la impresión de ver a mi gran amor frente al paredón, y pensar que sería yo el que ordenaría su muerte; un sudor frío recorrió mi cuerpo y comencé a temblar. La humedad de los ojos se desbordó deslizándose por el rostro lívido y atormentado. Levanté la mirada y en una borrosa imagen, la vi desechar el paño que le cubriría los ojos y la cuerda que la amarraría al poste. Luego, levantó su brazo y envió un beso a los soldados del pelotón de fusilamiento, cuándo yo emitía la sentencia más amarga de mi vida… ¡Fuego!

 4 de mayo de 2020
             

lunes, 27 de abril de 2020

Amor eterno

Amor eterno

Gárgamel
La conocí en mi adolescencia cuando vi la película West side history (Amor sin barreras) en el cine Centenario, en Coyoacán.
            Llegamos en grupo entusiasmados por los comentarios que nos habían hecho los que la habían visto en cinemas de “primera”. Pagamos el  peso y cincuenta centavos del boleto y nos abastecimos de pepitas y garbanzos (botanas y proyectiles) con “Chemita”, anciano amable de rostro moreno, pequeña altura y cuerpo obeso ceñido con dificultad por una guayabera. Subimos a la parte de galería del cine y comenzamos a presionar al “Cácaro”(proyectista) con zapatazos en la duela para el inicio del filme.
Inició  la película y   también mi emebeleso por María, la protagonista, interpretada por Natalie Wood. Seguí ávidamente su grácil figura en los bailables, viví y sufrí sus angustias, penas y alegrías en la trama. Comencé a interactuar con ella en mi mente, y la ilusión de poseer a la mujer anhelada me llevó a entender que el amor por Tony era un amor hacia mí. La mirada amante de esos bellos ojos negros también era dirigida a mí. Las caricias no eran para Tony, las sentía  con sus pequeñas manos tibias en el rostro; su cabello oscuro rozaba mi cara en cada movimiento alterando mis sentidos,  excitandome.  Cuando cantaron “Una mano, un corazón” (One hand, one heart), le juré amor eterno por interpósita persona: “…De cada sol a cada luna…” y ella me respondió con su sonrosado rostro entre mis manos: “…hasta que la muerte nos separe…”
Y la amé. La veneré a partir de aquel día, construyéndole un altar frente a mi cama con un cartel en que se mostraba bella y sensual. Me incitaba todas las noches a tener desenfrenados y lujuriosos encuentros sexuales en perjuicio de mi ropa de cama. Vi todas sus películas, y en cada una me mimetizaba en sus galanes, y vivíamos aventuras, emociones y pasiones. Vivía para ella en las tardes y la disfrutaba sensualmente por las noches.
Nuestro idilio perduró hasta su extraña muerte al caer de un yate… Ya no pude acompañarla más en su vida artistica, solo en la película continua de mi memoria, y al pasar el tiempo, en los  deslavados  recuerdos  y  sublimaciones.
Le guardé luto riguroso por años cubriendo mis deseos de cinéfilo con un manto de negrura y un dejo de tristeza. Sepulté así, un amor etéreo, una obsesión adolescente de la imagen ideal de mujer.
Por fortuna me liberé de esa carga emocional, del tormento que me persiguió durante años, de la fijación sicótica que atribuló mi juventud y parte de mi madurez.
Ahora, a mi avanzada edad, voy tranquilamente al cine a disfrutar las películas de Angelina Jolie: ¡De la cual estoy perdidamente enamorado y afortunadamente, correspondido! He platicado con ella en todas sus películas, y a veces… raras veces, creo tener sueños lúdicos con ella…  pero no me acuerdo.
26 de abril de 2020

lunes, 6 de abril de 2020

Esperanza

Esperanza
Gárgamel

Llegué al Banco tras una larga caminata por las calles arboladas y solitarias de esta ciudad meridional, plena de calor agobiante y humedad ambiental. El desplazamiento cauteloso de los escasos transeúntes con los que me llegué a cruzar, emulaba el andar de los saurios arrastrando su anatomía en un tórrido mediodía: me reí de la analogía, al imaginar a Arturo, mi amigo el banquero, con su gran barriga deslizándose por las calles de la ciudad.
 El ambiente, desolado por el funesto contrataque de la naturaleza a las agresiones humanas: la pandemia, que se ha difundido mundialmente, originando gran mortalidad y  desastre en las economías.
Soy una víctima, mi negocio quebró y por eso, vengo con “el amigo” a solicitar el rescate de mi fuente de trabajo y patrimonio. Estoy frente al edificio intimidante, la madriguera de mi camarada, el saurio. Paso a su oficina y me recibe con una gran sonrisa de la amplia boca, de su rostro mofletudo y ojos amarillentos, saltones tras las gruesas gafas; me expresa el gusto por volverme a ver, parece que soy una presa que escapada anteriormente.
Se para de su escritorio y avanza hacia mi contoneando rítmica y coordinadamente su gran abdomen con las cortas piernas. Me abraza, al parecer está midiendo el tamaño de la porción que va a engullir.
—¿En qué te puedo ayudar, hermano?
—Mi negocio quebró y te vengo a solicitar un crédito.
—¡Qué lástima! El Banco cerró los préstamos. Pero por ser mi amigo, yo te puedo otorgar uno de mi peculio, solo que con un interés del 80% a seis meses, vi las mandíbulas ampliarse; su roja lengua, moverse con ansiedad degustativa y el desbordamiento de saliva por los belfos.
—¡El interés es muy alto!, le comenté con disgusto.
—¡Lo tomas o lo dejas!, dijo cortante. Es un préstamo personal, total, si muero, ya no pagas. Me acababa de engullir, sentí cómo fui triturado por sus mandíbulas y pasado con la lentitud que su metabolismo dictaba, a su abultado sistema digestivo.
—Lo tomo, comenté apesadumbrado y contrito.
Nos despedimos de manos, y estando en la puerta, oí:
—Cof, cof, cof, ¡nos vemos en seis meses!, ¡bendito virus, házmela buena!...
Llegué a mi casa, me desnudé en la puerta, entré sin saludar a nadie, me bañé y desinfecté todo lo que había tocado.
Esperaré que el destino haga su parte…

6 de marzo del 2020




domingo, 29 de marzo de 2020

Culpa

Culpa

Gárgamel

Sí, todas las noches lo visita… En sueños, bajo la penumbra de la inconsciencia, abre la puerta a los miedos y pecados, a la sinrazón que lo obliga al refugio cauteloso de la cordura en la oquedad de un tiempo infinito; al letargo inquietante en espera ansiosa de la lucidez de un nuevo día.
En esa desesperante irracionalidad ve la sombra deslizarse sobre las paredes de la habitación, con cautelosa y reposada lentitud, con sempiterna paciencia, paladeando sus momentos de pesadumbre y zozobra. La aterrante imagen resplandece con un sutil halo ámbar que, titilante, proyecta la repulsiva sonrisa de superioridad y desprecio hacia el esclavo. La hiriente mirada lo congela, lo paraliza de miedo; el asco emerge de sus entrañas al ser invadido de un fuerte hedor que irrita sus fosas nasales y le provoca náusea.
            Sí, todas las noches lo visita… desde aquel acontecimiento que cambió su vida, y que recuerda a cada minuto:
Atardecía cuando recobré la conciencia. Los rayos tímidos del sol se filtraban por el variopinto vitral sagrado de la pared frontal del templo, impactando con pálidos colores mi cuerpo semidesnudo, y confundiéndose entre las máculas oscuras del liquido vital. Aterrorizado y aún con el arma en la mano, recorrí con la mirada el espectáculo horripilante del cadáver ensangrentado. Grité enloquecido sin saber qué hacer y entender qué había pasado. Enmudecí, abrumado por el dolor y el eco redundante de mi exacerbada desesperación impactando las paredes del sagrado recinto. Enfurecí contra el ente maligno que había obligado a mi brazo a introducir el arma en el pecho desnudo de la pecadora. Lo insulté y maldije con odio surgido desde lo más profundo de mis entrañas.
 Arrepentido, me hinqué y pedí perdón al Creador: bebí la sangre de su sangre, y comí el cuerpo de su cuerpo, implorando bondad, compasión y perdón.
Estando en mi acto de contrición, me interrumpió una carcajada resonante, y su golpeteo repetitivo perdiéndose en el espacio hasta la inaudibilidad… Después, la estentórea sentencia:
­            —¡La mataste!, ¡la obligaste a la felación y a permitirte el ultraje de su cuerpo para el perdón de sus pecados! No pudiste soportar la carga moral de tu acción, y tampoco sabes cómo salir del embrollo. No te preocupes, ¡yo, te salvo!, el precio es bajo…

Sí, todas las noches lo visita, desde que no tuvo otra opción, que aceptar su oferta…
            Sí, todas las noches… Pero esta será la última, pensó al sentir el frío metal rozar su mejilla.

26 de marzo de 2020

miércoles, 25 de marzo de 2020

Solución final

Solución final

Gárgamel


La burbuja plástica albergaba una pequeña comunidad de sobrevivientes de la gran pandemia que asoló al mundo y acabó con la casi totalidad de sus habitantes. En el último estertor, el Homo Sapiens desarrolló un proyecto común de supervivencia: gigantescas cápsulas capaces de impedir el paso a la pertinaz y constante lluvia de diminutos proyectiles en forma de verdes flores, que llegando del espacio, expelieron su mortífero polen provocando asfixia y muerte.
            El humano se enquistó para sobrevivir en la humildad de una enfermedad controlada. El Organismo Universal, cubrió los quistes cancerígenos con feraz naturaleza, iniciando un nuevo ciclo en los cuatro mil quinientos millones de años de existencia.  

12 de marzo de 2020

domingo, 1 de marzo de 2020

El tío Rafa

El tío Rafa
Gárgamel
Para la fiesta anual de la familia se había alquilado una quinta con amplios jardines y habitaciones suficientes para albergar a los más de cien asistentes. En un ambiente de júbilo, al abrigo de multitud de árboles frutales, arbustos y flores, la algarabía infantil y juvenil se explayaba en las áreas empastadas y la alberca. Los hermanos sobrevivientes de la familia original, resguardaban su decrepitud en la sala de amplios arcos de ladrillo rojo y anchos muebles coloniales de la vieja casona. Dos andaderas y tres bastones escudaban, al costado de los sillones, la autosuficiencia de sus propietarios, que departían en mesurada y prolífica plática.
            Antonia, la mayor de los hermanos, comentó: ­—¿Se acuerdan del tío Rafa, el primo de nuestro padre, que era médico y nos atendía de pequeños?, encontré su fotografía, abrazando a mamá. La desgastada imagen de color sepia, desportillada y con ligeros rayones, recorrió a los hermanos: mostraba un hombre maduro, alto, delgado, y de lentes; resaltaba en su cara el bigote largo que abarcaba parte de las mejillas y no podía ocultar su traviesa sonrisa. Vestía un elegante traje listado que dejaba entrever el chaleco y la leontina de su reloj de bolsillo.
            Amalia tomó su bastón y señalando con él a su hermana, preguntó: —¿No era el que le cantaba La casita* cuando jugábamos en el corredor, entre las macetas?
            —¡No, ese es Gregorio! El de ojos verdes y pelo negro, dijo Evelia.
            —¡Ay, Eve… Gregorio es tu nieto!, se escuchó la voz de Eduardo desde el fondo de la sala. Sí, era él, nuestro médico. Nos trataba con mucho cariño y si nos portábamos bien nos regalaba dulces.
            —¡Coff… coff… coffff!… ¡A mi, nunca me dio nada! replicó Juan, esforzándose por hablar mientras tosía y sostenía su andadera, para que no resbalara.
            —¡Por qué eras un rebelde, siempre estabas inquieto!, le dijo Eduardo con circunspecto regocijo. Yo, hasta le aprendí un verso de un poema que declamaba. Decía así:
Cada rosa gentil ayer nacida,
cada aurora que apunta entre sonrojos,
dejan mi alma en el éxtasis sumida…
¡Nunca se cansan de mirar mis ojos
el perpetuo milagro de la vida!...**
¡Bueno, bueno, son las ocho!, hay que pedir de cenar, señaló al estirar la leontina de plata y ver la hora en su reloj de bolsillo.
            —¡Qué bonito reloj, Eduardo!, me encantan las cosas que me recuerdan mi niñéz. ¿Cómo lo adquiriste?...
            —Fue herencia de nuestra madre, me lo entregó antes de morir, con  una tarjeta que decía que había pertenecido a mi padre.

*La casita, Felipe Llera **Extasis, Amado Nervo
2 de marzo de 2020

domingo, 23 de febrero de 2020

Haciendo cuentas



Haciendo cuentas
Gárgamel

Cada vida es una diferente
Forma de suicidio
Sergio Galindo
¡Cuántas flores! ¿No?... Me rodean ramos, coronas, cruces, arreglos de diferentes colores. Los aromas se mezclan con las conversaciones a media voz que flotan en el ambiente fúnebre, en un murmullo perfumado, constante y sordo, que se esparce, por el velatorio como un débil lamento, recordando a los asistentes la precariedad de la vida…
            Mira esa sencilla corona de claveles blancos que está frente al féretro. Es de mis cuatro hijos. Se la sugirieron en la florería porque con ella se expresa admiración y amor al difunto. Un homenaje a su persona. Mis hijos, ya los conoces, son gente de bien, que han formado buenos matrimonios y nos han dado ocho nietos. Poco los vemos, viven fuera. Debido a mi deceso, todos vinieron: ¡Ahora si, tengo el gusto de ver a  la familia entera! Los hijos me lloran, los nietos se aburren. Yo, me siento extrañamente libre.
            ¡Ahí está…! con un ramo de rosas rojas expresándome su amor y agradecimiento por los cuarenta años que logramos vivir juntos. Su dolor es callado y mustio. El sentimiento de abandono es tal, que se sumerge en los recuerdos, en este momento los está rescatándo,  aprisionándolos en un recorrido por nuestra vida común. Exhibe a la concurrencia su tristeza y resignación; cada abrazo un cansado agradecimiento. Ansía la soledad para convivir conmigo en la nostalgia.
            …¡Si, ya nos vamos!, solo permíteme seguir disfrutando a mis invitados.
            Ves esa enorme corona de rosas blancas con el letrero: “Descansa en paz, amigo. Isaac”. Es del maldito judío que con argucias se quedó con mi edificio, y ahora, con el pretexto de las condolencias, se quiere quedar con “Toñita”.
            ¡Págale a mis deudos lo que me debes, desgraciado!
            Ya sé que no me oye, pero quería gritárselo en su cara el día más significativo de mi vida… el último.
Tu sabes que en estos postreros días, he hecho un balance de mi estancia en este mundo, no porque espere rendirle cuentas a alguien, sino para justipreciar setenta y tantos años con el ahora deteriorado cuerpo. Como ya sabrás, al rato me incinerarán, tal vez lo hacen para que me vaya acostumbrando. ¿No te ríes?, no importa. Es un sarcasmo particular. Nada me afecta, ahora soy libre.
¡No te acerques tanto!, siento la bocamanga de tu túnica de terciopelo violeta rozar mi rostro al  tomar mi mano… No me apresures, sólo permiteme disfrutar mis arreglos florales…
¿Ves aquella canasta de flores amarillas y blancas? La trajo Eduardo, el amigo sencillo, discreto y brillante profesionista al que desde la facultad envidié por su integridad y valor civil. Nunca se lo dije, pero fue un paradígma en mi vida, que nunca pude alcanzar.
Esas gladiolas, son de Pedro, mi primo. Es la flor de la sinceridad, la fuerza, el honor, los recuerdos y el cariño. ¡Es hipocresía, tu lo sabes! Me traicionó en aquel negocio. Me pidió perdón, ¿pero quién soy yo para perdonar y exculparle de su indignidad?, de quitarle un peso de encima. El victimario debe de lavar sus culpas con acciones de contrición, si verdaderamente está arrepentido ¿No?...
¡Ya voy, ya voy, nada más no me empujes! ¡Sí, ya sé que tienes otros trabajos!... 
¡Cómo de que ya te pisé la toga. No, no se me olvida que es de terciopelo violeta!...