Andrés y las semillas mágicas
Jorge
Llera Martinez
Andrés vivía
con su madre viuda, en uno de los barrios más pobres del Estado
de México.
Su casa era un cuarto de láminas de cartón.
Su madre perdió
el trabajo, por lo que decidieron vender el único bien que tenían,
una vaca vieja que alguna vez dio leche y ahora... sólo lástima.
Era de madrugada cuando Andrés
salió
rumbo al rastro seguido de la fiel vaca que ignoraba su fatal destino.
Por la tarde regresó
a su choza y le dijo a su madre: ¡nuestra suerte va a
cambiar! tendremos trabajo, escuela, salud y...
- ¡Espera, espera! ¿Cuanto
te dieron por la vaca?
- Bueno, no me dieron dinero, pero sí
algo más valioso.
Y abriendo su mano le enseñó
siete semillas que destellaban en la oscuridad de la choza.
- ¡Si serás
tarugo!, ¿ahora que vamos a comer? y le soltó
tremendo cachetadón que lo hizo trastabillar y soltar las
semillas, que cayeron al suelo fuera de la choza. Trató
de recogerlas, pero sólo pudo localizar seis.
Cuando la madre se calmó,
le comentó lo que le había
sucedido: Le dijo que encontró en el camino a un hombre viejo, de
barba y pelo largo, vestido con una túnica azul y que
caminaba apoyándose en un bastón.
Dijo ser "La luz del entendimiento" y
le propuso cambiar la vaca, por
siete semillas mágicas que iban a transformar su vida y
la de su país. Al decirle que no le creía,
el anciano le pidió que le prestara sus manos y las estrechó
entre las suyas. De inmediato vislumbró, como en un sueño,
que todo lo conocido se transformaba: había comida, todos tenían
trabajo, había escuelas y hospitales gratuitos...los
políticos
y gobernantes eran honrados.
El anciano le dijo que la visión
podría
ser realizable.Que el futuro sería muy triste si
persistieran políticos y empresarios rapaces, que
buscan su beneficio personal a costa de
los recursos naturales del país y del trabajo de sus habitantes. Le
comentó que el dirigente de ellos es un
ex-presidente perverso que vive en una fortaleza sobre las nubes y conserva en
un cofre el polvo de los valores morales, cívicos y sociales que
le robó al pueblo; "debes recuperarlos y
abonar con ellos las semillas que te estoy cambiando por tu vaca. Siémbralas
por la noche en la Alameda y que el pueblo consuma los frutos que les darán
a partir de mañana"
- ¿Que comiste hijo que estás
alucinando? Por lo pronto, ya nos quedamos sin cenar y sin desayunar. A ver
cuanto consigues mañana - le dijo su madre-.
A la mañana siguiente, se
levantó Andrés y observó
enfrente de su choza, una planta gigantesca
que se elevaba hasta el cielo y se perdía al atravesar las
nubes.
Corrió lo más
veloz que pudo hasta llegar a la alameda y lo que vio lo dejó
estupefacto: seis soberbios arboles en los lugares dónde
había
plantado las semillas. Sólo uno tenía frutos: notó
que después de consumirlos, la gente comenzaba a
pensar democráticamente. A los pocos días,
otro árbol
comenzó a producir, al probar los frutos la
gente actuaba solidariamente y
participaba socialmente en el fortalecimiento de organizaciones; a tal grado que, al finalizar
la semana derrocaron al gobierno opresor. Poco después,
cosecharon los frutos del el tercer árbol: que los
motivaron a crear empresas que generaron fuentes de empleo. El cuarto árbol
produjo frutos que hicieron que la gente se preocupara por conservar los
recursos naturales. Los frutos del quinto árbol, propiciaron que
la población se interesara en la cultura y educación.
Por fin, los del último árbol incitaron al
pueblo a exigir al nuevo gobierno la creación de clínicas
médicas
y un servicio de salud gratuito y de calidad.
Al tercer día
de haber crecido el árbol frente a su choza, Andrés
decidió ir a buscar el cofre con los valores
del pueblo. Lo Escaló y llegó al ras de la capa de
nubes. A lo lejos, divisó un enorme castillo y se encaminó
a él.
Esperó
al cambio de guardia y aprovechó el momento para introducirse; vagó
por las habitaciones hasta que en una vio dormido a un enano: orejón,
con bigotes y calvo que dormitaba plácidamente. En un
mueble enfrente de la cama, estaba el codiciado cofre. Se acercó
silenciosamente y lo tomó entre sus manos. Al hacerlo, el perico
que estaba posado en una percha enfrente de él, comenzó
a gritar -¡Al ladrón!, ¡Al
ladrón!-
El enano volteó un poco la cabeza y lo reprendió
- ¡ya
te he dicho que no te tomes esas confianzas conmigo o, terminarás
en mi plato!- Dicho lo cual, se volvió a dormir.
Andrés salió
del castillo; al llegar al tronco del árbol fue descubierto
por los guardias que lo persiguieron y comenzaron a bajar tras él. Al llegar al piso
les llevaba un buen trecho, por lo que tomó un hacha y después
de varios golpes, derribó el árbol y con él
a sus perseguidores.
Se encaminó a la Alameda y abonó
con el polvo de los valores a los arboles mágicos.
Desde entonces el pueblo vive en armonía,
paz y prosperidad y Andrés es un ciudadano respetado y querido.
24 de
noviembre de 2011.
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