Los kobolds
Jorge
Llera Martínez
Llegaron a la boca de la mina, quitaron con trabajo la
madera, cadenas y candados que bloqueaban la entrada. Eran estudiantes de
geología y
espeleólogos
por afición. El
reto era bajar hasta la parte más profunda de la mina y recorrer todos sus túneles. El
equipo lo comandaban Carlos y Felipe, acompañados por
Juan, Carolina y Natalia.
Cuando preparaban el viaje, varios días atrás, Carlos les
comentó qué: se decía que la mina
era habitada por los Kobolds , espíritus subterráneos que según los relatos
eran criaturas expertas en minería a los cuales se les oía trabajar
cuando los mineros suspendían sus actividades y que vivían dentro de
la roca. Los describían
como criaturas malignas que buscaban castigar a los que invadían y destruían su
territorio. El grupo de amigos no creía en supersticiones, ni en
consejas que consideraban sin fundamento y fuera de época.
Hicieron los
anclajes correspondientes y bajaron a rápel vertical los primeros cincuenta metros, ahí encontraron dos
túneles
por los que iniciarían el
recorrido. Decidieron ir por el ramal de la derecha, que según los planos,
era el que llegaba a mayor profundidad. Se sentía un fuerte
olor a humedad, de las paredes mohosas escurría agua y caían abundantes
gotas del techo. Los soportes de madera estaban podridos. No habían avanzado
cien metros, cuando oyeron ruidos de martillazos y de voces. Carlos los tranquilizó, comentándoles que en
las piedras se graban sonidos y se reproducen bajo ciertas condiciones.
Después de una hora de seguir por el túnel
principal, empezaron a sentir un olor nauseabundo. Cuando Felipe estaba
explicando que era gas que se filtraba
por las paredes, sintieron un derrumbe en la parte que acababan de pasar. Siguieron, pensando hallar
adelante un túnel
que los regresaría.
Toparon con una pared.
Asustados, comenzaron a ver en el mapa las posibles
salidas. Detectaron, a cincuenta metros hacia la
izquierda, un ramal que los llevaría nuevamente al túnel de
entrada. Comenzaron a recorrerlo. No habían avanzado cien metros cuando
vieron que también
estaba bloqueado.
Desesperados buscaron otras salidas y trataron de remover
las piedras que obstaculizaban ambos lados del túnel. Al
comprobar que no podrían
hacerlo con las herramientas que llevaban, decidieron esperar ayuda del
exterior y gastar el menos oxígeno posible, por lo que se sentaron a esperar. Llevaban
tres horas de espera cuando comenzó a faltarles el aire, se hizo pesado el ambiente, la cabeza
les dolía, su
respirar era pesado, sentían que sus palpitaciones aumentaban aceleradamente.
Comenzaron a sentir calambres por todo el cuerpo. El calor y la sed eran
insoportables.
Oyeron martillazos...pensaron que los estaban buscando.
Cada vez, el martilleo se hacia más fuerte, hasta que comenzó a caerles
tierra y piedras sobre sus cabezas. Por fin se abrió un agujero
en la parte alta del túnel.
Los cinco brincaban de alegría esperando ver a sus rescatadores.
En cosa de segundos, irrumpieron por el hoyo recién hecho de 20
a 30 seres de no más de
metro y medio de estatura de piel translucida, en la cual se adivinaban fácilmente
venas y arterias. Les asomaban de sus bocas un par de colmillos que
sobrepasaban ampliamente la comisura de sus delgados labios. Sus ojos eran
saltones y de un color rojo; tenían manos largas con uñas como garras. Su aspecto era
fiero e intimidante. Los rodearon y jalaron
bruscamente a Juan y a Carolina separándolos del
grupo. Abalanzándose
sobre ellos, les clavaron sus garras y colmillos, destrozando sus cuerpos. Los
aullidos de dolor resonaban en todo el espacio y se agregaban a los gritos de
los demás,
que contemplaban con horror la escena. La sangre brotaba a cada dentellada y
salpicaba a todos los presentes. Terminada la acción, sólo quedaron
huesos dispersos.
Amarraron a los tres restantes con sus mismas sogas y los
condujeron por varios túneles
de escaso diámetro
hasta llegar a una gran caverna en la que, por su parte baja , corría un río. Del techo
colgaban un sinnúmero
de estalactitas y de éstas
una serie de capullos de tamaño humano. Los Kobolds comenzaron a embadurnar con brea a Natalia y a Felipe, cubriéndolos con
una malla del color de la arcilla, hasta dejarlos inmóviles.
Gritaban desgarradoramente dentro de los capullos.
Desamarraron a Carlos para comenzar con el mismo proceso,
cuando con un movimiento rápido, varias patadas y golpes, logró zafarse de sus captores y aventarse de cabeza
al río. Se
dejó
llevar por la corriente y después de 10 ó 12 horas,
desembocó en
el cauce de un río
mayor en la huasteca hidalguense.
Llegó a Pachuca después de 3 días, declaró ante el Ministerio Publico el derrumbe de la mina y la
muerte de sus compañeros
por ésta
causa. Sabía que
si decía la
verdad nadie le iba a creer.
Octubre 14 de
2011
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