martes, 22 de mayo de 2012

Los Kobolds


Los kobolds
Jorge Llera  Martínez

Llegaron a la boca de la mina, quitaron con trabajo la madera, cadenas y candados que bloqueaban la entrada. Eran estudiantes de geología y espeleólogos por afición. El reto era bajar hasta la parte más profunda de la mina y recorrer todos sus túneles. El equipo lo comandaban Carlos y Felipe, acompañados por Juan, Carolina y Natalia.

Cuando preparaban el viaje, varios días atrás, Carlos les comentó qué: se decía que la mina era habitada por los Kobolds , espíritus subterráneos que según los relatos eran criaturas expertas en minería a los cuales se les oía trabajar cuando los mineros suspendían sus actividades y que vivían dentro de la roca. Los describían como criaturas malignas que buscaban castigar a los que invadían y destruían su territorio. El grupo de amigos no creía en supersticiones, ni en consejas que consideraban sin fundamento y fuera de época.

 Hicieron los anclajes correspondientes y bajaron a rápel vertical los primeros  cincuenta metros, ahí encontraron dos túneles por los que iniciarían el recorrido. Decidieron ir por el ramal de la derecha, que según los planos, era el que llegaba a mayor profundidad. Se sentía un fuerte olor a humedad, de las paredes mohosas escurría agua y caían abundantes gotas del techo. Los soportes de madera estaban podridos. No habían avanzado cien metros, cuando oyeron ruidos de martillazos y  de voces. Carlos los tranquilizó, comentándoles que en las piedras se graban sonidos y se reproducen bajo ciertas condiciones.

Después de una hora de seguir por el túnel principal, empezaron a sentir un olor nauseabundo. Cuando Felipe estaba explicando  que era gas que se filtraba por las paredes, sintieron un derrumbe en la parte que  acababan de pasar. Siguieron, pensando hallar adelante un túnel que los regresaría. Toparon con una pared.

Asustados, comenzaron a ver en el mapa las posibles salidas. Detectaron, a cincuenta metros  hacia la  izquierda, un ramal que los llevaría nuevamente al túnel de entrada. Comenzaron a recorrerlo. No habían avanzado cien metros cuando vieron que también estaba bloqueado.

Desesperados buscaron otras salidas y trataron de remover las piedras que obstaculizaban ambos lados del túnel. Al comprobar que no podrían hacerlo con las herramientas que llevaban, decidieron esperar ayuda del exterior y gastar el menos oxígeno posible, por lo que se sentaron a esperar. Llevaban tres horas de espera cuando comenzó a faltarles el aire, se hizo pesado el ambiente, la cabeza les dolía, su respirar era pesado, sentían que sus palpitaciones aumentaban aceleradamente. Comenzaron a sentir calambres por todo el cuerpo. El calor y la sed eran insoportables.

Oyeron martillazos...pensaron que los estaban buscando. Cada vez, el martilleo se hacia más fuerte, hasta que comenzó a caerles tierra y piedras sobre sus cabezas. Por fin se abrió un agujero en la parte alta del túnel. Los cinco brincaban de alegría esperando ver a sus rescatadores.

En cosa de segundos, irrumpieron por el hoyo recién hecho de 20 a 30 seres de no más de metro y medio de estatura de piel translucida, en la cual se adivinaban fácilmente venas y arterias. Les asomaban de sus bocas un par de colmillos que sobrepasaban ampliamente la comisura de sus delgados labios. Sus ojos eran saltones y de un color rojo; tenían manos largas con uñas como garras. Su aspecto era fiero e intimidante. Los rodearon y jalaron  bruscamente a Juan y a Carolina separándolos del grupo. Abalanzándose sobre ellos, les clavaron sus garras y colmillos, destrozando sus cuerpos. Los aullidos de dolor resonaban en todo el espacio y se agregaban a los gritos de los demás, que contemplaban con horror la escena. La sangre brotaba a cada dentellada y salpicaba a todos los presentes. Terminada la acción, sólo quedaron huesos dispersos.

Amarraron a los tres restantes con sus mismas sogas y los condujeron por varios túneles de escaso diámetro hasta llegar a una gran caverna en la que, por su parte baja , corría un río. Del techo colgaban un sinnúmero de estalactitas y de éstas una serie de capullos de tamaño humano. Los Kobolds comenzaron a embadurnar con  brea a Natalia y a Felipe, cubriéndolos con una malla del color de la arcilla, hasta dejarlos inmóviles. Gritaban desgarradoramente dentro de los capullos.

Desamarraron a Carlos para comenzar con el mismo proceso, cuando con un movimiento rápido, varias patadas y golpes, logró  zafarse de sus captores y aventarse de cabeza al río. Se dejó llevar por la corriente  y  después de 10 ó 12 horas, desembocó en el cauce de un río mayor en la huasteca hidalguense.
Llegó a Pachuca después de 3 días, declaró ante el Ministerio Publico el derrumbe de la mina y la muerte de sus compañeros por ésta causa. Sabía que si decía la verdad nadie le iba a creer.


Octubre 14 de 2011

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