LA CASA
Jorge Llera Martínez
Llovía todavía con intensidad, en el jardín descuidado
proliferaban los charcos, los arbustos estaban alcanzando a los árboles y las
enredaderas aprisionaban las paredes de la casa.
Las máquinas traspasaron la verja y se estacionaron en
frente de ella.
Era una casa llena de recuerdos…Había sido
construida hace dos siglos cuando todo
su alrededor era bosque, madera y piedra. Dos pisos y ocho habitaciones, según
las necesidades de las familias de aquella época. Los techos de dos aguas y
teja de barro.
El poblado se encontraba a cinco kilómetros, por un
camino de terracería que era poco transitado.
Desde que se terminó la construcción, la casa se llenó de
pasión e historia: risas y llantos; amor y odio; verdades y mentiras. En fin,
acumuló todos los acontecimientos que se sucedieron en ella.
Pasados los años, en las noches de lluvia, con el
constante chocar de las gotas de agua con las paredes, parecía que la casa
soltaba algunos recuerdos, al saturarse de ellos. Eso pasa en las casas
antiguas y algunos los confunden con fantasmas.
Como pasa con todo lo finito, las familias también se
fueron haciendo viejas...y la casa las acompañó en el proceso.
Ahora, la anciana propiedad estaba amurallada de concreto
y ruido. La ciudad se la estaba comiendo.
El último morador, heredó un mundo de problemas y
recuerdos. Toda su vida la vivió en este lugar. Había tenido familia pero ahora
estaba solo, su mujer murió y sus hijos emigraron. Jubilado años atrás, sufría
los mismos achaques que su residencia.
En defensa del hábitat de toda su vida, se había negado
contumazmente a venderla a las compañías fraccionadoras que codiciaban el
predio por su situación estratégica.
Su única actividad, aparte de las actividades cotidianas,
era la lectura. Disfrutaba en las tardes de verano mientras leía un buen libro
y tomaba una tasa de café, oír el tamborileo de la lluvia sobre el tejado y el
repiquetear del agua de las goteras al caer sobre los diferentes recipientes
receptores, lo que originaba tonalidades
distintas, según el material del que estaban hechas y la cantidad de agua que
contenían.
Normalmente salía poco y no frecuentaba amigos, era un
solitario que su único contacto esporádico era con el cartero, al recibir su
correspondencia. Él fue el que se percató de su fallecimiento, al no contestar
las llamadas a la puerta y tener que entrar para cumplir su misión.
Sólo se le quitaron los lentes, levantaron su
libro y el personal de la funeraria, con protectores para evitar el
fétido olor, llevó lo que las ratas
habían dejado del cadáver, a la ambulancia.
Se oyó el arranque de la maquinaria que se encargaría de
deshacer el cúmulo de recuerdos, sepultándolos entre arena, piedras y retacería
de madera.
8 de
Septiembre de 2011
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