martes, 22 de mayo de 2012

La casa


LA CASA
Jorge Llera Martínez

Llovía todavía con intensidad, en el jardín descuidado proliferaban los charcos, los arbustos estaban alcanzando a los árboles y las enredaderas aprisionaban las paredes de la casa.
Las máquinas traspasaron la verja y se estacionaron en frente de ella.

Era una casa llena de recuerdos…Había sido construida  hace dos siglos cuando todo su alrededor era bosque, madera y piedra. Dos pisos y ocho habitaciones, según las necesidades de las familias de aquella época. Los techos de dos aguas y teja de barro.

El poblado se encontraba a cinco kilómetros, por un camino de terracería que era poco transitado.

Desde que se terminó la construcción, la casa se llenó de pasión e historia: risas y llantos; amor y odio; verdades y mentiras. En fin, acumuló todos los acontecimientos que se sucedieron en ella.

Pasados los años, en las noches de lluvia, con el constante chocar de las gotas de agua con las paredes, parecía que la casa soltaba algunos recuerdos, al saturarse de ellos. Eso pasa en las casas antiguas y algunos los confunden con fantasmas.

Como pasa con todo lo finito, las familias también se fueron haciendo viejas...y la casa las acompañó en el proceso.

Ahora, la anciana propiedad estaba amurallada de concreto y ruido. La ciudad se la estaba comiendo.

El último morador, heredó un mundo de problemas y recuerdos. Toda su vida la vivió en este lugar. Había tenido familia pero ahora estaba solo, su mujer murió y sus hijos emigraron. Jubilado años atrás, sufría los mismos achaques que su residencia.

En defensa del hábitat de toda su vida, se había negado contumazmente a venderla a las compañías fraccionadoras que codiciaban el predio por su situación estratégica.

Su única actividad, aparte de las actividades cotidianas, era la lectura. Disfrutaba en las tardes de verano mientras leía un buen libro y tomaba una tasa de café, oír el tamborileo de la lluvia sobre el tejado y el repiquetear del agua de las goteras al caer sobre los diferentes recipientes receptores, lo que originaba  tonalidades distintas, según el material del que estaban hechas y la cantidad de agua que contenían.

Normalmente salía poco y no frecuentaba amigos, era un solitario que su único contacto esporádico era con el cartero, al recibir su correspondencia. Él fue el que se percató de su fallecimiento, al no contestar las llamadas a la puerta y tener que entrar para cumplir su misión.

Sólo se le quitaron los lentes,  levantaron su  libro y el personal de la funeraria, con protectores para evitar el fétido olor, llevó lo que  las ratas habían dejado del cadáver, a la ambulancia.

Se oyó el arranque de la maquinaria que se encargaría de deshacer el cúmulo de recuerdos, sepultándolos entre arena, piedras y retacería de madera.
8 de Septiembre de 2011

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