jueves, 24 de mayo de 2012

Ursula


Ursula

Jorge Llera Martínez
Aparentemente en el pueblo de Chintepec nunca pasaba nada, la vida de los menos de  mil habitantes transcurría tranquila. La agricultura de temporal les daba para sostener escasamente las necesidades de autoconsumo alimenticio y con las labores artesanales, principalmente tejidos de lana, complementaban sus requerimientos básicos.
Chintepec se encontraba situado en la cima del cerro del jorobado, uno más de los cientos de montes, enmarcados por barrancas y arroyos del sur del país. Lindaba con el poblado de Santa Gudencia mártir, de similares condiciones. Sólo los dividía una profunda barranca, un agreste y tumultuoso río que  en época de lluvias aumentaba su caudal y el rencor ancestral de los habitantes de ambos pueblos. Los dos únicos factores de unión eran un viejo y desvencijado puente colgante y su reemplazo, un barquero que hacía negocio de las rupturas del primero. Sólo los viajeros y comerciantes hacían el tránsito entre los pueblos, por lo qué, lo que pasaba en uno, no se sabía en el otro.
Úrsula, con sus veinticinco años y su porte juvenil, era la mujer más hermosa de Chintepec, los ojos de todos los hombres la seguían al pasar, como los perros del rancho a la vista de un pedazo de carne; e igual que ellos, los hombres dejaban caer su baba.
Úrsula tenía dueño, era Jacinto el cacique del pueblo, que la celaba más que a su potranca alazana. Al igual que ella, era ligera se cascos, sus correrías las hacia en la pista de enfrente y ...ahí se murmuraba que había corrido en varios eventos.
Se ocultaba el sol en el horizonte, las sombras de los cerros se proyectaban parcialmente sobre las chozas de Santa Gudelia cuando Úrsula se levantó del petate y se acercó a la palangana, lavó sus partes íntimas, subió y ajustó su vestido y le dio un beso de despedida a su amante -nos vemos en quince días le dijo al oído. Corriendo llegó al puente y al llegar, notó que se había roto y ambos extremos bamboleaban sobre el río como brazos que incitaban a un abrazo. Desesperada porque el tiempo transcurría y no podría llegar a casa antes que su marido, acudió a Samuel el viejo barquero:
-¡Samuel, crúzame rápido por favor!
- Sí, te cuesta treinta pesos.
-¡No traigo dinero, mañana te pago!
- Si no hay dinero no hay pasada.
La mente de Úrsula comenzó a sugerirle alternativas y después de unos instantes, decidió visitar a Arnulfo, que había sido uno de sus recientes "eventos". Lo halló en su choza, junto a su pareja actual y al verla le preguntó con desprecio en su voz: -¿Que quieres? quedamos en que nunca más nos veríamos
- ¡Préstame treinta pesos, los necesito urgentemente. Mañana te los pago!
- no tengo y ¡Lárgate de aquí!
Volvió con el viejo Samuel y dulcemente le dijo:
- Pásame y te dejo que me hagas lo que quieras
- bien, súbete.
A la mitad del río, Samuel se acercó a Úrsula y la levantó entre sus brazos. Ella aflojó el cuerpo y cerró sus ojos. Sin embargo, la cercanía la obligaba a respirar el tufo fétido del aliento del barquero. Casi en un vómito, quiso separarse y él, empujándola hacia el borde de la embarcación, la tiró al río.
Escuchó tres toquidos en la puerta de su choza y, desembarazándose de los brazos de Antonia, se levantó a abrir la puerta.
- Ya se hizo Don Jacinto, le murmuraron desde afuera.
Fue hasta su morral y sacó los cincuenta pesos prometidos.
2 de  Mayo de 2012

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