martes, 22 de mayo de 2012

El Patotas

El patotas

Como todos los sábados por la noche, esperaban en La cafetería la llegada de algún camarada que hubiera detectado una fiesta a la que se pudieran colar. Se veían raros de traje y con los zapatos boleados, ellos que comúnmente andaban de jeans, playeras y tenis. Escuchaban en la rockola las baladas de moda y chiquiteaban el refresco o el café que consumiría una parte de sus escasos recursos.
            Por fin llegó Luis y con una amplia sonrisa les comunicó:
            - ¡Hay fiesta en casa de las Sánchez, Isabel la más pequeña cumple quince años e invitó a mi hermana! No creo que se molesten si vamos.
            Llegó la invitada y quince acompañantes que se dispersaron rápidamente entre  los asistentes, difuminándose hasta convertirse en parte de la escenografía.
            Abundaban los vestidos con crinolina -que por su amplitud, hacían ver estrecho el talle de las portadoras; bustos puntiagudos que alborotaban las hormonas de sus corazones  adolescentes  y los monumentales peinados firmemente sostenidos por laca  emulando nidos de aves; o los seductores peinados de gato. Todas con zapatos de tacón y medias, que en algunos casos no llegaban a llenar, olvidándose de las zapatillas diarias y las calcetas. tratando de equilibrarse en la rapidez de un baile con abruptos giros.
            Tratando de utilizar sus mejores trucos para apartar al rival en el cortejo, se esmeraban en ridiculizarlo ante la dama en turno. Eso fue de lo que trataba de hacer el Patotas cuando se acercó a Gustavo, que bailaba una balada con una rubia de sonrisa angelical y buena figura, acercándola hacia sí en cada vuelta y platicándole al oído palabras tiernas, buscando profundizar  la relación y concertar una cita. Poniendo una mano en el hombro de su amigo y le dijo:  -Dice tu papá que le regreses sus zapatos porque va a salir.  
            Gustavo se ruborizó y trató de minimizar el hecho cuando ella le preguntó -¿así se llevan?…
            Llegó la cena, los jóvenes se agruparon en corrillos alrededor de la sala y el comedor. Se cantaron las mañanitas y, cuando la quinceañera estaba apagando las velas de su pastel, Gustavo se acercó a la madre y le susurró algunas palabras. Ella asintió con una sonrisa.
            El patotas comía su pastel rodeado de algunos compañeros, cuando se escuchó la voz de la madre de la quinceañera por el sonido:
            -¡Quiero comunicarles qué se encuentra en la reunión un joven concertista y quisiera pedirle, que en nuestro piano, le dedique algunas melodías a la festejada! Le  pido al joven Francisco Gómez que pase a deleitarnos con su música.
            Estaba a la mitad de un bocado enorme de pastel cuando oyó su nombre y atragantándose, trató de negar que él fuera músico. Sin embargo, sus amigos lo tomaron por ambos brazos,  lo sentaron en el banquillo y le pusieron las manos en el teclado. Desesperado, con la boca llena de pastel y farfullando palabras entrecortadas le decía a la anfitriona que él no sabía tocar el piano, que era una broma. Sin embargo, sus amigos le insistían, lo acusaban de modesto y pedían, aplaudiendo, que comenzara la interpretación. La  angustia se hacía cada vez más evidente en él y con sonrisa nerviosa circundada de betún, imploraba un rescate que no llegaría.
            La mamá de la quinceañera, después de comprender la situación, con voz dura, solicitó a los colados abandonar la fiesta.
            Caminando por la calle escasamente alumbrada por algún perdido farol y con el frío de la madrugada hostigándolos, el Patotas le dijo a Gustavo: -¡Me las vas a pagar ca...!   Gustavo, con una sonrisa de triunfo,  le puso  frente a su cara una tarjeta con la  dirección y el teléfono de la joven en discordia.




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