El patotas
Como todos los sábados por
la noche, esperaban en La cafetería la llegada de algún camarada que hubiera
detectado una fiesta a la que se pudieran colar. Se veían raros de traje y con
los zapatos boleados, ellos que comúnmente andaban de jeans, playeras y tenis.
Escuchaban en la rockola las baladas de moda y chiquiteaban el refresco o el
café que consumiría una parte de sus escasos recursos.
Por fin llegó Luis y con una amplia sonrisa les comunicó:
- ¡Hay fiesta en casa de las Sánchez, Isabel la más
pequeña cumple quince años e invitó a mi hermana! No creo que se molesten si
vamos.
Llegó la invitada y quince acompañantes que se
dispersaron rápidamente entre los asistentes, difuminándose hasta
convertirse en parte de la escenografía.
Abundaban los vestidos con crinolina -que por su
amplitud, hacían ver estrecho el talle de las portadoras; bustos puntiagudos
que alborotaban las hormonas de sus corazones adolescentes
y los monumentales peinados firmemente sostenidos por laca emulando nidos de aves; o los seductores
peinados de gato. Todas con zapatos de tacón y medias, que en algunos casos no
llegaban a llenar, olvidándose de las zapatillas diarias y las calcetas.
tratando de equilibrarse en la rapidez de un baile con abruptos giros.
Tratando
de utilizar sus mejores trucos para apartar al rival en el cortejo, se
esmeraban en ridiculizarlo ante la dama en turno. Eso fue de lo que trataba de
hacer el Patotas cuando se acercó a Gustavo, que bailaba una
balada con una rubia de sonrisa angelical y buena figura, acercándola hacia sí
en cada vuelta y platicándole al oído palabras tiernas, buscando profundizar la relación y concertar una cita. Poniendo una
mano en el hombro de su amigo y le dijo: -Dice tu papá que le regreses
sus zapatos porque va a salir.
Gustavo se ruborizó y trató de minimizar el hecho cuando
ella le preguntó -¿así se llevan?…
Llegó la cena, los jóvenes se agruparon en corrillos
alrededor de la sala y el comedor. Se cantaron las mañanitas y, cuando la
quinceañera estaba apagando las velas de su pastel, Gustavo se acercó a la
madre y le susurró algunas palabras. Ella asintió con una sonrisa.
El patotas comía
su pastel rodeado de algunos compañeros, cuando se escuchó la voz de la madre
de la quinceañera por el sonido:
-¡Quiero comunicarles qué se encuentra en la reunión un
joven concertista y quisiera pedirle, que en nuestro piano, le dedique algunas
melodías a la festejada! Le pido al joven Francisco Gómez que pase a
deleitarnos con su música.
Estaba a la mitad de un bocado enorme de pastel cuando
oyó su nombre y atragantándose, trató de negar que él fuera músico. Sin
embargo, sus amigos lo tomaron por ambos brazos, lo sentaron en el
banquillo y le pusieron las manos en el teclado. Desesperado, con la boca llena
de pastel y farfullando palabras entrecortadas le decía a la anfitriona que él
no sabía tocar el piano, que era una broma. Sin embargo, sus amigos le
insistían, lo acusaban de modesto y pedían, aplaudiendo, que comenzara la
interpretación. La angustia se hacía cada vez más evidente en él y con
sonrisa nerviosa circundada de betún, imploraba un rescate que no llegaría.
La mamá de la quinceañera, después de comprender la
situación, con voz dura, solicitó a los colados
abandonar la fiesta.
Caminando por la calle escasamente alumbrada por algún
perdido farol y con el frío de la madrugada hostigándolos, el Patotas le dijo a Gustavo: -¡Me las vas
a pagar ca...! Gustavo, con una sonrisa
de triunfo, le puso frente a su cara una tarjeta con la
dirección y el teléfono de la joven en discordia.
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