El unicornio azul
Había sido un solitario
desde la infancia, tenía una carencia casi absoluta de amistades. Su
introversión lo hacía refugiarse en los únicos amigos que conservaba y
constantemente incrementaba… sus libros. Ellos motivaban las grandes pasiones
de su vida; disfrutaba intensamente las acciones que desarrollaban los
protagonistas de las novelas y personajes, vivía en un mundo de aventuras y
fantasía.
Creció con sus dos hermanas y su madre. Eran huérfanos de
padre desde muy temprana edad. Fueron sus compañeras de juego durante la
infancia y seguían siendo sus confidentes ahora que era un adulto.
Trabajaba como corrector de estilo en una editorial. No
era una labor estimulante y cumplía
con ella sin mucho entusiasmo, esperando con ansia la hora de irse a su
mundo lúdico. Se sentía relegado por
la sociedad y agredido constantemente por su timidez y mansedumbre.
Desde pequeño se identificó con un unicornio azul, animal
mítico del que se atribuía sus características. Le gustaba sentirse como él:
solitario, independiente, esbelto, grácil, fuerte y audaz. Era una forma de
evadirse de este mundo con el que no congeniaba mucho. Pasaba horas enteras en
el sillón de la biblioteca soñando e imaginando aventuras. Ahí era realmente
él... y lo disfrutaba.
Leía en la biblioteca desde hacía unas tres horas, era de noche y probablemente ya
estaban preparando la merienda -esperaría a que lo llamaran- pensó.
Se oyó un ruido seco y el sonido de cristales rotos. Se
levantó para ver ¿Que sucedía?, cuando estaba por entrar a la cocina oyó la voz
que le gritaba:
- ¡Al suelo cabrón, ya te llevo la chingada!
Obedeció
la orden de la imperiosa voz y pudo ver a sus dos hermanas y a su madre, boca
abajo en el suelo de la cocina. Un individuo con gorra de lana que le cubría la
cara, les apuntaba con una pistola. El otro,
con un arma larga bajo el brazo, le
ordenó:
- ¡A la cocina con las mujeres!
Con dificultad se incorporó, estaba conmocionado y
aterrorizado, un miedo como nunca lo había sentido lo dominaba; sudaba y no
lograba coordinar sus pensamientos. Caminó hasta donde estaban su madre y
hermanas y se recostó boca abajo junto a ellas.
- ¡Rápido, espetó el que parecía ser el jefe! ¿Dónde está
el dinero y las joyas?
- Busque en los burós de las recámaras y en el escritorio de la
biblioteca, ahí está todo lo que tenemos, dijo la madre.
Estaban aterrados. Las mujeres lloraban y él comenzó a
orinarse en los pantalones.
El de la gorra inició la búsqueda. Oían el ruido de los
cajones al ser tirados al piso y las pisadas rápidas del ladrón al trasladarse
de un lugar a otro. Por fin bajó, traía tres bolsas cargando.
- ¡Las llaves del carro!
- están en la mesa de entrada, dijo una de las hermanas.
Cuando regresó, le comentó a su compañero:
- no están mal las muchachitas, ¿Que tal si les enseñamos
el mundo del amor?
- Me gusta la chiquita dijo el otro.
Se oyó un resoplido y un fuerte grito ¡Noooo! El ruido de
un brusco galope se oyó antes de que el
asaltante de la gorra cayera al piso al recibir una fuerte patada en la cara; y
gritara del dolor al sentir que algo le penetraba en el plexo solar. Se escuchó un disparo antes de que el asaltante del rifle cayera atravesado, mortalmente herido.
La policía buscó inútilmente el punzón con el que el hermano, antes de morir por el disparo,
había dado muerte a los ladrones.
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