Desesperación
Jorge Llera Martínez
Con mortificación releí la carta: " Hola Juan, me
atrevo a escribirte por el cariño que te tengo y por el gran amor
que mi hermana siempre ha
sentido por tí. A pesar de que hace cinco años no se ven, sentí la necesidad de
decirte que está hospitalizada y en estado de
coma en el hospital "La Cruz" desde hace un mes, a causa de un
choque automovilístico. Los doctores le ven
pocas probabilidades de recuperación y creen que si no comienza a
responder a los tratamientos,
la desconectarán en poco tiempo de los aparatos que la mantienen con vida.
Con cariño, Mercedes"
Dejé la carta sobre la mesa
lateral, recline mi cabeza en el respaldo del sillón y al cerrar los ojos,
brotaron en cascada recuerdos e imágenes de nuestra relación que rodaron incongruentes y
desordenados en mi mente. Pronto los sentimientos de rencor emergieron de la
oscuridad en que el tiempo los había postrado. Recordé la traición y el abandono al compromiso establecido. El
rompimiento fue acre y violento.
Traté de ordenar el caos emocional
que me abatía. Recordé la noche de su graduación, en la que me eligió de entre varios pretendientes
para ser su pareja. Bailamos toda la noche y viví intensamente la atracción que sentía por ella desde el día que la había conocido. La gracilidad al bailar, el aroma sensual de su perfume, la suavidad de sus manos, el calor de su cuerpo juvenil y sobre todo,
el carácter jovial y la platica inteligente, marcaron
indeleblemente al amor de mi vida.
En el tiempo vivido con ella
alcancé la sublime sensación del amor ideal, de ser dos y uno a la vez, de estar pleno en
la vida. No me faltaba nada y la amaba apasionadamente.
El desencuentro, causante de la
separación, fue altamente emotivo, un estallido de cólera y enajenación mental que nos impulsó a dar por concluido el
compromiso. Desde entonces no había vuelto a saber de ella.
Su pálido rostro reflejaba
tranquilidad entre las mangueras, sensores y aparatos que la cubrían como tentáculos amenazantes. Su figura se
dibujaba tenuemente en la blanca cama del hospital. Seguía siendo bella a pesar de su
letargo.
Comencé a visitarla todos los días por la tarde. Le leía algún libro, le comentaba de los
acontecimientos diarios o, le hablaba de nuestra relación. Así fue renaciendo en mí el amor que había tapiado en el muro del
olvido.
Los médicos aconsejaron a los padres
que autorizaran la desconexión de los aparatos que la mantenían con vida. Ellos decidieron
darle una semana más de vida artificial.
Al despedirme para siempre, al
término
del plazo establecido, la abrace y besé levemente en la boca. Cuando
lo hice, sentí un sabor salado por encima de la comisura de los labios:
Era una lagrima que resbalaba por sus mejillas. Le tomé de la mano y sentí una leve contracción de sus dedos.
22/01/2012
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