Quiero conocer el mar
Jorge Llera Martínez
La camioneta se paró bruscamente al ver la seña de los niños pidiendo aventón. Era tripulada por dos
individuos de mediana edad. El copiloto se asomó a la ventanilla y preguntó:
-¿A dónde van?
-A conocer Acapulco - dijo el
mayor de los dos niños.
- ¿Cómo ves si nos vamos a Acapulco?
- le dijo al conductor.
- ¡Pues vamos! Son las nueve y
media, estaremos llegando entre cinco y seis de la mañana, traemos el tanque lleno,
así
que...no pararemos hasta ver el mar, - ¡Súbanse!
Al arrancar el vehículo, comenzaron a percibir el
olor dulzón del refresco de cola con alcohol, se sintieron incomodos y con miedo. Marcos, el más pequeño, le hacía señas indicándole que estaban borrachos y
lloraba en silencio.
El copiloto, que era el que
daba las órdenes, les ofreció un vaso que rechazaron negando
con la cabeza. El nerviosismo de ambos
niños
aumentaban.
Álvaro armándose de valor les dijo:
- Por favor, déjenos aquí.
- ¿A medio camino? . Aquí no hay nada. ¡No, dijimos Acapulco y ahí vamos!
El "jefe" con voz
imperiosa le dijo al chofer: ¡Anselmo, voy a manejar! Tú vas muy lento.
Arrancó el vehículo rechinando la llantas y
levantando la terracería del acotamiento. La velocidad del automóvil aumentaba al aproximarse
peligrosamente a una pronunciada curva. Al llegar a la mitad aplicó los frenos, lo que provocó una derrapada del vehículo que quedó al borde de un barranco.
- ¡No puedo, mejor sigue manejando
tú,
Anselmo!
El olor a humo de cigarro, a la
bebida y la transpiración de todos, formaba un ambiente denso, caliente y pesado,
que dificultaba la respiración y aumentaba el nerviosismo de los niños.
Momentos después, el "jefe",
balanceando su cabeza por el efecto del licor, abrió la guantera y en
el interior se vio una gran
pistola, que tomó y volteando hacia ellos con la
pistola en la mano amenazadoramente les dijo:
- ¡Somos judiciales y creo que
ustedes se escaparon de su casa. Me van a decir la verdad, porque yo acostumbro
a sacarla a bofetadas!
- ¡No, señor! Nosotros vamos de
vacaciones con permiso de nuestros papás y para ahorrar el dinero del
pasaje, decidimos venir de aventón.
- ¡Les doy unos minutos para que
lo piensen, ya saben lo que les pasará si mienten!
Después de proferir algunas
incongruencias el jefe bostezó, se acurrucó sobre el costado y se durmió.
Empezaba a clarear, en el
horizonte asomaba el sol entre nubes grises que cambiaban en instantes su
vestimenta del violeta al amarillo. El olor salobre del aire entraba por las
ventanillas y un calor tropical se aprestaba a abochornar el día.
- ¡Aquí nos bajamos! -dijeron los niños- y sin esperar respuesta,
una vez detenido el vehículo, descendieron presurosamente, tomaron sus mochilas,
atravesaron la costera corriendo, se quitaron
zapatos y calcetines y
chapotearon a la orilla del mar disfrutando del sol que les proponía el disfrute de un nuevo día.
24 de abril de 2012
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