Unción celestial
Jorge
Llera Martínez
Vagaba
el "joven príncipe" por el parque central del reino. Al llegar a la
plaza principal, se topó con una espléndida estatua situada encima de un pilar,
erigida al "príncipe feliz". Estaba recubierta de oro y tan brillante
que el reflejo de la luz lastimaba la vista de aquellos que osaban mirarla de
frente.
El
joven príncipe, de origen campesino y naturaleza humilde, observó la estatua
largo rato, la rodeó varias veces y frente a ella le preguntó:
-
¿ Fuiste feliz en tu vida ?
-
Sí, disfruté mi niñez en el castillo jugando con mis institutrices y siervos;
en mi juventud viajando y en fiestas que organizaba la corte. Desgraciadamente
llegó la guerra y en la primera batalla que participé fui muerto. Por eso mi
padre, ordenó que se me hiciera un monumento.
-
y ahora ¿Eres feliz?
-
No, veo que hay mucha pobreza y quisiera ayudar a las personas a resolver sus
problemas, como estoy imposibilitado de moverme le he pedido a una golondrina que
me auxilie a ayudar y amablemente ha aceptado a llevar parte de mis adornos a
los necesitados, aunque así retrasa su viaje al refugio de invierno.
-
Y Tú ¿Eres feliz?
-
Sí, pero últimamente desconcertado; mi vida ha cambiado de un día para otro.
Soy el hijo bastardo del rey y ahora que ha muerto, con el fin de que no
termine la dinastía, me ungirán rey en pocos días. La vida en la corte me
parece ostentosa e intrascendente y el pueblo con una pobreza que lo ha vestido
por varias generaciones y una incultura que motiva el servilismo, acata sin
chistar la dictadura de la nobleza. Pero yo pretendo cambiar esa situación. En
principio me presentaré a la ceremonia con mi vestimenta tradicional; y como
rey, iniciaré los cambios para acabar con las carencias del pueblo y los
privilegios de la clase gobernante.
-
¡No puedes hacer eso! El pueblo no aceptará que lo gobierne un campesino como
ellos y la nobleza no respetará a alguien que considere inferior.
Haz
como yo, ayuda al pobre mediante limosnas y así tendrás la tranquilidad de tu
alma.
Se
interrumpió la conversación por el estruendo de una muchedumbre que a paso
acelerado se acercaba a la plaza. Iban comandados por personajes de la corte y
seguidos por gran parte de los pobladores y al grito de: ¡linchen al bastardo, queremos un rey digno!
, se acercaron a unos pasos de él, lo rodearon y comenzaron a amarrarlo.
Una
explosión estruendosa y una nube gris que envolvió al príncipe, alejó a los más
cercanos perseguidores y acalló la ruidosa manifestación.
Cuando
se disipó la neblina, apareció el joven príncipe ataviado con la vestimenta más
fastuosa que nadie había visto jamás. De inmediato, todos los presentes se
hincaron e inclinaron sus cabezas en señal de reconocimiento a su nuevo
monarca.
El
nuevo rey pensó:
-
No cabe duda, Dios es monárquico.
24 de enero de 2012
Parodia de los cuentos "El príncipe feliz " y "El joven príncipe" de Oscar Wilde.
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